Daniel Paz & Rudy:
En medio de una desorientación general de las grandes potencias sobre qué hacer con el sistema financiero, el FMI reaparece con viejas y gastadas recetas, pero sin hacerse responsable de las consecuencias pasadas.
Por Tomás Lukin, para Página/12
Luego de un largo período ausente, el Fondo Monetario Internacional se reinsertó en la escena económica mundial. El retorno del desprestigiado organismo multilateral llegó con una serie de créditos otorgados a países como Letonia, Islandia, Ucrania y Hungría para enfrentar los efectos de la crisis y proyecciones macroeconómicas cada vez más pesimistas. La magnitud de los estímulos fiscales impulsados por los países centrales llevó al Fondo a convalidar en sus documentos los planes y duplicó la apuesta al pedir que preparen nuevos proyectos para los próximos dos años. Informes aparte, al momento de prestar el FMI condicionó los recientes desembolsos a sus históricas recetas: ajuste del gasto, alza de tarifas y mayores tasas de interés. Los países del G-20 y sus invitados debatirán el futuro del organismo en su próximo encuentro en Londres.
Los distintos documentos que están preparando para la reunión proponen, sin mucha precisión, desde una reforma integral en la estructura de poder del organismo hasta convertirlo en el nuevo supervisor del sistema financiero. Pese a que el FMI asegura que tiene fondos de sobra para prestar en medio de la crisis, los veintisiete gobiernos de la Unión Europea acordaron impulsar un aumento provisorio en los recursos financieros del Fondo “para ayudar a los países más afectados”. Para la economista Noemí Brenta, “hay que tener claro que el Fondo sólo provee una pequeña parte del financiamiento que requiere un país miembro, porque tiene muy poca capacidad para prestar en relación con los montos que se manejan en el mundo”.
Tras las crisis asiática, rusa y argentina, las funciones del FMI habían quedado desactivadas. La ausencia de la desacreditada institución en la resolución de una crisis que tiene su epicentro en Estados Unidos y los países más desarrollados no se presenta como algo novedoso. “El Fondo ha sido una institución enfocada en los países en desarrollo y controlada por los Estados Unidos y los países desarrollados, donde estos últimos decidían la orientación y las políticas para tratar los problemas de financiamiento de los primeros”, sostiene el economista Roberto Frenkel. Pero el resurgimiento de escenarios macroeconómicos muy parecidos a los que el organismo estaba acostumbrado a ayudar en los ’90 –en varios países emergentes, principalmente del centro y este de Europa– reactivó su funcionamiento.
Con el regreso de los préstamos volvieron las mismas condiciones –el viejo combo de privatizaciones, recortes presupuestarios y salariales e incremento en las tasas– para acreditarse los fondos. Los resultados tampoco fueron muy diferentes. Letonia suscribió un acuerdo con el FMI por 7500 millones de dólares; los condicionamientos del plan generaron violentas manifestaciones y el primer ministro terminó cayendo. En Islandia, el gobierno también renunció meses después de la inyección recibida por el Fondo.
Argentina, por su parte, intenta encabezar el grupo que buscará realizar cambios en los votos, las cuotas y los instrumentos del FMI. El objetivo del Gobierno es conseguir un acuerdo para que antes de 2011 aumente la representatividad de los países emergentes. El desinterés de Estados Unidos para realizar cambios en la estructura de poder o convertir al organismo en el lugar donde se discuta la crisis, relativiza la posible efectividad del reclamo histórico de los países emergentes. De todas formas, en el Ministerio de Economía sostienen que consiguieron un consenso “casi unánime” para impulsar la agenda de reformas. El titular de la cartera, Carlos Fernández, y el presidente del Banco Central, Martín Redrado, encabezarán una comisión de funcionarios que participarán de un encuentro previo este fin de semana.
Algunos analistas interpretan la insistencia del Fondo para que los países impulsen nuevos planes de estímulo fiscal coordinados a escala global para estimular la demanda no como un giro en la orientación de la entidad. Los llamados a incrementar el gasto se entienden más bien como la presión del Estados Unidos para que la Unión Europea, que pretende sólo ajustar la coordinación de los paquetes ya anunciados, lance nuevos proyectos. Para otros el gobierno norteamericano estaría buscando que el Banco Central Europeo (BCE) relaje aun más su política monetaria. Las tasas de la Reserva Federal están entre 0 y 0,25 por ciento, mientras que la tasa del BCE está en 1,5 por ciento.
Ayer, mientras que los mercados festejaban las noticias del Citigroup, Strauss-Kahn volvió a corregir sus proyecciones y afirmó que “el FMI prevé un crecimiento mundial por debajo de cero para este año, el peor resultado en decenas de años”. El lunes, después de asegurar que la crisis se podría haber prevenido si los países de-sarrollados hubiesen escuchado sus advertencias, el amnésico director ejecutivo de la entidad apuntó que su entidad nunca forzó la privatización de empresas estatales, “aunque sí recomendamos una mejor mezcla de los sectores público y privado”.
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