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sexta-feira, 21 de junho de 2013

ALGUNS PERSONAGENS HIPOTÉTICOS DA REVOLTA JUVENIL NO BRASIL





Revoltados & Revoltosos

Mais de 80% não tem partido, contra 47% da população. Quase 80% possui nível de escolaridade superior, contra 24% da população. Em torno de 20% são estudantes. Mais de 50% com menos de 25 anos. Em torno de 70% participaram pela primeira vez de uma manifestação pública. Não há direção reconhecida. Cada vez que um grupo faz uma lista de reivindicações aparecem três grupos ou mais desautorizando. O meio de comunicação usual é a internet.


Governos 

Inicialmente não prestaram muita atenção ao movimento. Caracterizaram como pequeno grupo de arruaceiros que não têm mais o que fazer. Postura arrogante de quem pensava que estava no controle da situação. Quando o movimento cresceu tiraram o time de campo por não saber como se posicionar. Atualmente estão em crise, tentando achar saídas, porém não sabem com quem falar nem o que dizer.


Polícia

A Polícia é parecida em todo o mundo. Para ela o controle de massas se dá através da repressão violenta. É isso que sabem e gostam de fazer. Quando chamada a assumir posição mediadora normalmente a polícia não sabe como se comportar. Nas polícias com estrutura militar muitas vezes existem grupos que não obedecem o comando central e colocam em prática táticas de ação direta extremamente violentas, algumas vezes atuando sem identificação como policiais.


Partidos Políticos

No início do movimento não prestaram atenção, preocupados com as mazelas do quotidiano político. Quando perceberam que as revoltas cresceram fizeram tentativas toscas de inserção no movimento, porém todas desastradas. Foram totalmente alijados do processo.


Conservadores (Direita em Geral)

No início trataram as manifestações com absoluto desprezo. Quando estas cresceram viram uma oportunidade de aproveitar o ensejo para criticar o Governo Nacional e os avanços sociais em andamento. Seus representantes políticos estão vendo no movimento uma brecha inesperada para mudar o quadro nacional, amplamente favorável às forças progressistas. Não participaram diretamente das manifestações. Incentivam os amigos a enviarem seus filhos, mas que em geral também não o fazem.


Progressistas (Esquerda em Geral) 

No início trataram as manifestações com absoluto desprezo. Muitos consideravam os manifestantes um bando de desajustados sociais. À medida que o movimento foi crescendo realizaram tentativas de inserção no contexto, porém não obtiveram êxito. Estão em crise de identidade, pois no subconsciente parecem acreditar que não é possível qualquer movimento de massas sem estarem automaticamente na direção.


Grande Mídia

A "grande" mídia, também alcunhada de PIG (Partido da Imprensa Golpista) por alguns, foi uma das grandes perdedoras. No começo do movimento jogou-se totalmente contra, conclamando as forças da ordem a colocarem um basta nas arruaças e no vandalismo. Com o passar do tempo, o movimento crescendo, foi obrigada a mudar de posição. Atordoada, não conseguiu encontrar um posicionamento coerente. Foi perseguida durante os protestos e considerada inimiga. Fica cada vez mais clara sua inexorável tendência à irrelevância.

Omar
junho de 2013

Fonte da imagem AQUI.

sábado, 29 de dezembro de 2012

CHINA

Fonte dessa imagem AQUI.

Revueltas obreras

Eli Friedman

Jacobin, magazine of culture and polemic
http://jacobinmag.com/
Traducción de Viento Sur


La clase obrera china representa un doble papel en el imaginario político del neoliberalismo. Por un lado, aparece como la vencedora competitiva de la globalización capitalista, el gigante arrasador cuyo ascenso supone la derrota de los trabajadores del mundo rico. ¿Qué expectativas tienen las luchas obreras en Detroit o Rennes cuando el emigrante de Sichuán está feliz de poder trabajar por una fracción de sus salarios? Por otro lado, los trabajadores chinos se presentan al mismo tiempo como pobres víctimas de la globalización, encarnación de la conciencia de culpa de los consumidores del primer mundo: semiesclavos pasivos y explotados, sufren estoicamente para que nosotros gocemos de nuestros teléfonos inteligentes y nuestras toallas de baño. Y somos nosotros los únicos que podemos salvarles, absorbiendo sus flujos exportadores o batallando caritativamente por que reciban un trato humano por parte de "nuestras" multinacionales.

Para una parte de la izquierda del mundo rico, estas dos narrativas opuestas se justifican porque entienden que en nuestras sociedades la resistencia de los trabajadores está condenada al cubo de basura de la historia. Para ella, esa resistencia es, ante todo, perversa y decadente: ¿qué autoriza a los mimados trabajadores del Norte, con sus problemas "primermundistas", a exigir reivindicaciones materiales a un sistema que ya les ofrece tanta abundancia generada por los parias de la Tierra? Y en cualquier caso, la resistencia a una fuerza competitiva tan grande tiene que ser forzosamente inútil.

Al presentar a los trabajadores chinos como "otros"?-subalternos abyectos o contrincantes competitivos-, falsean de forma flagrante la realidad del mundo laboral de la China actual. Lejos de cantar victoria por su supuesto triunfo en la globalización, los obreros chinos se enfrentan a las mismas brutales presiones competitivas que los trabajadores de Occidente, a menudo a manos de los mismos capitalistas. Es más, no se puede decir que se distingan de nosotros por su estoicismo, ni mucho menos: hoy, la clase obrera china está luchando. Tras más de treinta años de reforma de mercado impulsada por el Partido Comunista, China es sin duda alguna el epicentro de la conflictividad laboral mundial. Aunque no existen estadísticas oficiales, la verdad es que en este país se producen miles, por no decir decenas de miles, de huelgas todos los años. Todas ellas son huelgas salvajes, ya que este derecho no está legalizado en China. Así, es probable que en un día cualquiera estén en produciéndose media docena a varias decenas de huelgas en algún lugar.

Además, lo importante es que los trabajadores están ganando, y muchos huelguistas consiguen grandes aumentos salariales por encima y más allá de lo que prevé la legislación. La resistencia obrera supone un grave problema para el Estado y el capital chino y, como ocurrió en EE UU en la década de 1930, el gobierno central se ha visto forzado a promulgar un montón de normas laborales. Los salarios mínimos suben en proporciones superiores al 10 % en ciudades de todo el país y numerosos trabajadores reciben prestaciones de seguridad social por primera vez. La conflictividad laboral ha estado creciendo durante dos décadas, y los dos últimos años han sido testigos de un avance cualitativo de la naturaleza de las luchas obreras.

Pero si la experiencia de los trabajadores chinos encierra algunas lecciones para la izquierda del norte, definirlas exige un análisis de las condiciones insólitas a que se enfrentan y que dan pie tanto a un gran optimismo como a un gran pesimismo.

De la lucha defensiva...

A lo largo de las dos últimas décadas de revuelta se ha configurado un abanico relativamente coherente de tácticas de resistencia obrera. Cuando surge un conflicto, lo primero que suelen hacer los trabajadores es hablar directamente con la dirección de la empresa. En esta fase, sus reivindicaciones caen casi siempre en saco roto, sobre todo si son de naturaleza salarial. Las huelgas, en cambio, dan resultado. Sin embargo, nunca las organizan los sindicatos oficiales, que están formalmente subordinados al Partido Comunista y suelen estar controlados por la dirección de cada empresa. En China, todas las huelgas son autoorganizadas, a menudo en oposición directa al sindicato oficial, que anima a los trabajadores a canalizar sus protestas a través de los cauces oficiales.

Los mecanismos legales, que incluyen la mediación en el lugar de trabajo, el arbitraje y el recurso judicial, tratan de individualizar los conflictos. Esto, combinado con la colusión del Estado con el capital, supone que este sistema en general no puede satisfacer las reivindicaciones de los trabajadores, ya que está destinado en gran medida a prevenir las huelgas. Hasta 2010, el motivo de huelga más común de los trabajadores era el impago de los salarios. En esas huelgas, la reivindicación era clara: pagadnos el salario que nos corresponde. Las demandas de mejora más allá y por encima de la normativa legal eran escasas. Dado que el incumplimiento de las leyes era y sigue siendo endémico, había terreno abonado para esas luchas defensivas.

Al comenzar las huelgas, los trabajadores suelen dejar de lado las herramientas y permanecer dentro de la fábrica, o al menos dentro del recinto. Sorprendentemente, el recurso a los esquiroles es muy escaso en China, por lo que tampoco suelen organizarse piquetes./1 Cuando la dirección se muestra recalcitrante, los trabajadores a veces intensifican la presión saliendo a la calle. Esta táctica apela al gobierno: al alterar el orden público, llaman inmediatamente la atención de las autoridades. A veces, los manifestantes se dirigen a las oficinas de la administración local o simplemente cortan el tráfico. Esta forma de lucha es arriesgada, ya que el gobierno puede apoyar a los huelguistas, pero con la misma frecuencia recurre a la represión. Aunque al final se llegue a un acuerdo, las manifestaciones públicas dan lugar a menudo a la detención, el apaleamiento y el encarcelamiento de los organizadores.

Todavía más arriesgados, pero bastante comunes, son los sabotajes, daños materiales, disturbios, ataques a los directores de la empresa y enfrentamientos físicos con la policía. Estas formas parecen producirse sobre todo en respuesta a los despidos masivos o las quiebras. A finales de 2008 y comienzos de 2009 hubo una serie particularmente intensa de enfrentamientos en respuesta a los despidos masivos en empresas exportadoras a raíz de la crisis económica de Occidente. Como veremos más adelante, los trabajadores parecen estar adquiriendo conciencia del papel antagonista que desempeña la policía. De todos modos, el telón de fondo de todos estos cambios lo constituye un aspecto muchos menos espectacular de este abanico de formas de resistencia: cada vez más, los migrantes internos se niegan a aceptar los puestos de trabajo indignos a los que antes solían acudir en masa en la industria transformadora y exportadora del sudeste del país.

En 2004 empezó a escasear la mano de obra, y en un país que todavía cuenta con más de 700 millones de habitantes en zonas rurales, la mayoría de observadores pensaron que sería un fenómeno pasajero. Ocho años después está claro que está produciéndose un cambio estructural, y hay un acalorado debate entre economistas sobre las causas de la escasez de mano de obra (debate que no voy a reproducir aquí). Base decir que buena parte de los empresarios de las provincias costeras de Guangdong, Zheyiang y Yiangsu no han sido capaces de atraer y retener a trabajadores. Al margen de las razones concretas, lo que hay que destacar es que la escasez ha empujado al alza los salarios y reforzado la posición de los trabajadores en el mercado, una ventaja que estos han sabido aprovechar.

... a la lucha ofensiva

En el verano de 2010 se produjo una inflexión en forma de una memorable ola de huelgas que comenzó en la fábrica de transmisiones de Honda en Nanhai. Desde entonces ha cambiado la naturaleza de la resistencia obrera, como han señalado numerosos analistas. Sobre todo, las demandas de los trabajadores han dejado de ser defensivas -reclamando aumentos salariales superiores a lo que les reconoce la ley- y en muchas huelgas han exigido elecciones libres de sus representantes sindicales. No han propuesto crear sindicatos independientes al margen de la Federación China de Sindicatos (el sindicato oficial), ya que esto provocaría sin duda la represión violenta del Estado. Sin embargo, la insistencia en las elecciones supone la germinación de reivindicaciones políticas, aunque solo se planteen a nivel de empresa.

El detonante de la oleada de huelgas fue la lucha en la fábrica de Nanhai, donde los trabajadores estuvieron quejándose durante semanas de los bajos salarios y barajando la idea de organizar un paro. El 17de mayo de 2010, apenas ninguno de ellos sabía que un único obrero -identificado desde entonces en muchas informaciones de prensa por el alias de Tan Zhiqing-?llamaría a la huelga por iniciativa propia pulsando simplemente el botón de alarma general, parando de golpe las dos cadenas de producción de la factoría. Los trabajadores salieron de la fábrica y aquella tarde la dirección les rogó que volvieran al trabajo y se sentaran a negociar. De hecho, la producción se reanudó ese mismo día y los trabajadores plantearon su reivindicación inicial: un aumento salarial de 800 yuanes al mes (algo menos de 100 euros), lo que suponía un incremento del 50 % para los empleados fijos.

Después formularon más demandas, como la "reorganización" del sindicato oficial de la empresa, que prácticamente no les había prestado ningún apoyo, o la readmisión de dos compañeros despedidos. Durante las conversaciones, los trabajadores volvieron a abandonar las naves, y al cabo de una semana de huelga todas las plantas de montaje de Honda en China tuvieron que parar debido a la falta de piezas. Mientras, las noticias de la huelga de Nanhai echaron leña al fuego del amplio malestar existente entre los trabajadores industriales de todo el país. Los titulares de la prensa china de entonces reflejan la evolución de los acontecimientos: "Cada ola es más grande que la anterior: también estalla la huelga en la fábrica de cerraduras de Honda"; "En la ola de huelgas de Dalian han participado 70.000 trabajadores de 73 empresas, que consiguen un aumento del 34,5 %"; " Las huelgas en Honda por aumentos salariales son un golpe para el modelo de fabricación a bajo coste". En cada huelga, la reivindicación principal se centraba en la demanda de aumentos salariales cada vez mayores, aunque en muchas también se plantearon reivindicaciones de reorganización sindical,?lo que suponía un avance político de gran importancia.

Una de estas huelgas "clónicas" destacó especialmente por su combatividad y su grado de organización. Durante el fin de semana del 19 y 20 de junio, un grupo de hasta 200 trabajadores de la empresa japonesa Denso, que fabrica componentes de automóvil para Toyota, se reunieron clandestinamente para discutir planes. En la reunión decidieron una estrategia de "tres noes": durante tres días no habría actividad, ni reivindicaciones ni representantes. Sabían que al interrumpir la cadena de suministro, la planta de montaje vecina de Toyota tendría que parar en cuestión de días. Al comprometerse a parar durante tres días sin reivindicaciones, anticiparon pérdidas crecientes tanto para Denso como para la cadena de producción más amplia de Toyota. El plan funcionó. El lunes por la mañana iniciaron la huelga saliendo a la calle y cerrando el paso a los camiones que se llevaban las piezas. Esa misma tarde ya tuvieron que parar otras seis fábricas de la misma zona industrial y al día siguiente la falta de piezas forzó el cierre de la planta de montaje de Toyota. Al tercer día, tal como habían planeado, los trabajadores eligieron a 27 representantes y entablaron negociaciones con la reivindicación central de un aumento salarial de 800 yuanes. Al cabo de tres días de negociaciones con el consejero delegado de Denso, que había acudido desde Japón, se anunció que habían conseguido ese aumento.

Si el verano de 2010 se caracterizó por una resistencia radical pero relativamente ordenada al capital, el verano de 2011 trajo dos revueltas masivas contra el Estado. En la misma semana de junio de ese año 2011, inmensos disturbios agitaron las zonas industriales urbanas de Chaozhou y Guangzhou, que causaron daños materiales amplios y selectivos. En la ciudad de Guxiang, en Chaozhou, un trabajador sichuanés que exigió el pago de salarios atrasados fue atacado brutalmente por una banda de matones y su antiguo jefe. En respuesta a esta agresión, miles de trabajadores inmigrantes empezaron a manifestarse ante la sede del gobierno local; muchos de ellos habían estado soportando años de discriminación y explotación por parte de los empresarios en connivencia con las autoridades. La protesta estuvo organizada supuestamente por una "casa de Sichuán", una de las organizaciones de tipo mafioso que habían proliferado en un entorno en que no estaba reconocido el derecho de asociación. Después de rodear la sede oficial, los inmigrantes centraron su ira en los lugareños, que ellos consideraban que los habían discriminado. Después de quemar docenas de coches y saquear tiendas, intervino la policía armada para poner fin a los disturbios y disolver los grupos de vigilancia organizados por los habitantes locales.

Justo una semana después, a las afueras de Guangzhou, en Zengcheng, tuvo lugar una revuelta todavía más espectacular. Una mujer embarazada de Sichuán que vendía productos en una acera fue agredida por agentes de policía, que llegaron a tirarla violentamente al suelo. De inmediato, entre los trabajadores de las fábricas de la zona comenzaron a correr rumores de que la mujer había abortado a raíz de la agresión; pronto dejó de importar si este fue el caso o no. Soliviantados por otro incidente de violencia policial, los obreros indignados protagonizaron disturbios en todo Zengcheng durante varios días, quemando una comisaría de policía, enfrentándose a la policía antidisturbios y bloqueando una carretera nacional. Al parecer, otros inmigrantes de Sichuán acudieron a Zengcheng desde Guangdong para unirse a la protesta. Finalmente intervino el Ejército de Liberación Popular para poner fin a la insurrección, enfrentándose a los manifestantes con fuego real. A pesar de los desmentidos del gobierno, es probable que hubiera muertos en la refriega.

En pocos años, la resistencia obrera ha pasado de la defensiva a la ofensiva. Incidentes menores como los mencionados han desencadenado revueltas masivas que reflejan un malestar generalizado. Además, la ya endémica escasez de mano de obra en zonas costeras revela la existencia de cambios estructurales más profundos que han cambiado también la dinámica del movimiento obrero. Todo esto supone un grave desafío para el modelo de desarrollo basado en la exportación y en los bajos salarios que ha caracterizado hasta ahora la política económica de las regiones costeras del sudoeste de China desde hace más de dos décadas. Al término de la oleada de huelgas de 2010, comentaristas de los medios de comunicación chinos declararon que la era de la mano de obra barata había llegado a su fin.

El callejón sin salida político

Sin embargo, si estas conquistas materiales alientan el optimismo, la arraigada despolitización hace que los trabajadores no puedan sacar mucho partido de esas victorias. Cualquier intento de articular alguna reivindicación política explícita es aplastado al instante por la derecha y sus aliados gubernamentales, que sacan a relucir el espectro del "señor del desgobierno": ¿de verdad queréis volver al caos de la Revolución Cultural? Si en Occidente "no hay alternativa", en China hay dos alternativas oficiales: o bien una tecnocracia capitalista engrasada y eficiente (la fantasía singapurense), o bien la violencia política salvaje y profundamente irracional. A resultas de ello, los trabajadores se someten conscientemente a la separación impuesta entre luchas económicas y políticas y califican sus demandas de económicas, jurídicas y acordes con la ideología idiotizante de la "armonía". Lo contrario provocaría una dura represión por parte del Estado.

Los trabajadores pueden conseguir un aumento salarial en una fábrica, o la garantía de prestaciones sociales en otra, pero esta clase de protestas dispersas, efímeras y desubjetivizadas no ha logrado cristalizar en ninguna forma duradera de organización capaz de disputar la hegemonía al Estado o al capital a nivel de clase. El resultado es que cuando el Estado interviene en nombre de los trabajadores -bien en apoyo de las reivindicaciones inmediatas durante las negociaciones en torno a una huelga, bien promulgando leyes que mejoran su situación material-, su imagen de "Leviatán benevolente" se ve reforzada: ha hecho esas cosas no porque los trabajadores las reclamaran, sino porque se ocupa de los "grupos débiles y desfavorecidos" (como se califica a los obreros en el terminología oficial).

Sin embargo, si el Estado es capaz de sostener que los trabajadores son de hecho "débiles" es gracias a la separación ideológica de causa y efecto en el plano simbólico. Visto el éxito relativo de este proyecto, la clase obrera es un agente político, pero está alienada de su actividad política propia. Es imposible comprender cómo se mantiene esta situación sin entender la posición social y política actual de la clase obrera. El obrero chino de hoy está muy lejos de los proletarios heroicos e hipermasculinizados de los carteles de propaganda de la Revolución Cultural. En el sector público, los trabajadores nunca fueron "dueños de la empresa", como se afirmaba oficialmente, aunque tenían garantizado el empleo de por vida y su empresa también sufragaba el coste de la reproducción social prestándoles vivienda, educación, asistencia sanitaria, pensión de vejez e incluso servicios nupciales y funerarios.

En la década de 1990, el gobierno central emprendió una política de privatización masiva, desmembrando o dejando de subvencionar a muchas empresas públicas, lo que provocó importantes dislocaciones sociales y económicas en el "cinturón de óxido" del noreste de China. Aunque las condiciones materiales de los trabajadores en las empresas públicas que quedan siguen siendo mejores en términos relativos, actualmente estas empresas se gestionan cada vez más de acuerdo con la lógica de la maximización de beneficios. Reviste un mayor interés inmediato la "nueva" clase obrera, compuesta por habitantes del medio rural que emigraron a las ciudades del "cinturón del sol" en el sudeste. Con el comienzo de la transición al capitalismo a partir de 1978, los campesinos resultaron al principio favorecidos, ya que el mercado fijaba precios más altos para los productos agrarios que los que había establecido el Estado en el pasado. Sin embargo, a mediados de la década de 1980, estos avances empezaron a desvanecerse a causa de la inflación galopante, de modo que la población rural se puso a buscar nuevas fuentes de ingresos. Cuando China abrió sus puertas a la fabricación orientada a la exportación en las regiones de la costa sudoriental, estos campesinos se convirtieron en obreros emigrantes.

Al mismo tiempo, el Estado descubrió que una serie de instituciones heredadas de la economía de "ordeno y mando" eran útiles para intensificar la acumulación privada de capital. La principal era el hukou o sistema de empadronamiento, que vinculaba las prestaciones sociales individuales a un lugar concreto. El hukou es un instrumento administrativo complejo y cada vez más descentralizado, pero la clave está en que institucionaliza la separación territorial y social entre las actividades productivas y reproductivas de los trabajadores migrantes, es decir, entre su vida laboral y su hogar y vida familiar. Esta separación ha condicionado todos los aspectos de las luchas de los trabadores migrantes. Las y los jóvenes migrantes van a las ciudades a trabajar en fábricas, restaurantes y tajos, dedicarse a la pequeña delincuencia, a la venta callejera de alimentos, a la prostitución. Sin embargo, el Estado nunca ha considerado que los migrantes sean formalmente iguales a los residentes de las ciudades o que puedan permanecer en estas a largo plazo.

Los migrantes no tienen acceso a ninguno de los servicios públicos de que gozan los residentes de las ciudades, como asistencia sanitaria, vivienda y educación. Requieren un permiso oficial para permanecer en la ciudad, y durante la década de 1900 y los primeros años de la de 2000 hubo muchos casos de migrantes que fueron detenidos, maltratados y "deportados" por carecer de papeles. Por lo menos durante una generación, el objetivo primordial de todo trabajador migrante era ganar tanto dinero como fuera posible antes de volver a la aldea a mitad de camino entre los veinte y los treinta años de edad, casarse y fundar una familia.

Existen también otros mecanismos formales para impedir que los migrantes se instalen duraderamente en las ciudades. El sistema de seguridad social (incluido el seguro de enfermedad, pensiones de vejez, desempleo, maternidad y accidentes de trabajo) está organizado a escala municipal. Esto significa que los pocos migrantes que tienen la suerte de contar con un seguro social apoyado por su empresa ?cotizan a un sistema del que nunca se beneficiarán. Si no hay "portabilidad" del derecho a pensión, ¿por qué iba el trabajador migrante a reclamar su mejora? Por tanto, las reivindicaciones de los trabajadores se centran, lógicamente, en cuestiones salariales inmediatas. Así, en el plano subjetivo, los migrantes no se consideran "obreros" ni creen que forman parte de la "clase obrera". Se autocalifican de mingong, o campesinos-trabajadores, y se dedican a "vender trabajo" (dagong) en vez de tener un oficio o una carrera profesional. Puede que el carácter temporal de esta relación con el trabajo sea la norma en tiempos del capitalismo neoliberal, pero la tasa de fluctuación del personal en muchas fábricas chinas es asombrosa, superando en ocasiones el 100 % anual.

Las repercusiones de todo ello en la dinámica de la resistencia obrera han sido inmensas. Por ejemplo, se conocen muy pocas luchas en relación con la duración de la jornada. ¿Por qué iban a querer los trabajadores permanecer más tiempo en una ciudad que les rechaza? El "equilibrio entre vida laboral y vida familiar" no interesa para nada a un migrante de 18 años de edad que trabaja en una fábrica de las afueras de Shanghái. En la ciudad, los migrantes viven para trabajar, no en el sentido de autorrealización, sino en un sentido muy literal. Si un trabajador asume que a fin de cuentas no hace más que ganar dinero para llevárselo finalmente a casa, no tiene motivos (ni oportunidades) para pedir más "tiempo libre" que tendrá que pasar en la ciudad.

Otro ejemplo: todos los años aumenta el número de huelgas en el sector de la construcción justo antes del Año Nuevo chino. ¿Por qué? Esta festividad es la única en que la mayoría de migrantes vuelven a sus poblaciones de origen, a menudo es la única vez que pueden ver a sus parientes, incluidas sus mujeres y sus hijas e hijos. En general, los obreros de la construcción solo reciben la paga cuando se concluye el proyecto, pero el impago de los salarios ha sido endémico desde la desregulación del sector en la década de 1980. La idea de volver al pueblo con las manos vacías es inaceptable para los trabajadores, pues la razón por la que se fueron a la ciudad es ante todo la promesa de unos salarios marginalmente más altos. De ahí las huelgas. Esto significa que los trabajadores migrantes no han intentado asociar las luchas en la producción con otros aspectos de la vida o con cuestiones sociales más amplias. Los segregan de las comunidades locales y no tienen ningún derecho a expresarse como ciudadanos. Las reivindicaciones salariales no se han asociado a demandas de jornadas más cortas, mejores servicios sociales o derechos políticos.

El traslado al interior y sus consecuencias

El capital, mientras tanto, ha recurrido a diversos métodos conocidos y probados para incrementar la rentabilidad. Dentro de las fábricas, el cambio más importante de los últimos años les resultará muy familiar a los trabajadores de EE UU, Europa y Japón: el drástico aumento del trabajo precario, en forma de contratos temporales, prácticas de estudiantes y sobre todo de subcontratas de empresas de trabajo temporal. El efecto evidente de estas últimas es que oscurecen la relación contractual con el patrón y potencian la flexibilidad para el capital. El trabajo subcontratado constituye actualmente un elevado porcentaje de la mano de obra (en muchos casos de más del 50 % en un lugar de trabajo dado) en toda una variedad de sectores, como los de fabricación, energía, transporte, banca, sanidad, limpieza y el sector servicios. Esta tendencia se observa tanto en empresas privadas nacionales y extranjeras como en empresas conjuntas y públicas.

Pero lo más importante que ha ocurrido en los últimos años ha sido el traslado del capital industrial de las regiones costeras al centro y el oeste de China. De este "arreglo territorial" se derivan enormes consecuencias sociales y políticas, que brindan a la clase trabajadora un conjunto de posibilidades novedoso y potencialmente transformador. Por supuesto, está por ver si estas posibilidades se aprovechan o no. El caso de Foxconn, la empresa privada más grande de China, es instructivo al respecto. Foxconn se trasladó de su sede original en Taiwán a Shenzhen, en la cosa continental, hace más de una década, pero a raíz de los suicidios de trabajadores ocurridos en 2010 y del escrutinio público en curso de su entorno de trabajo sumamente militarizado y alienante, en estos momentos se ve forzada a trasladarse de nuevo. La empresa está reduciendo ahora su personal de taller en Shenzhen, después de haber construido grandes plantas nuevas en provincias del interior. Las dos más grandes se hallan en las capitales provinciales de Zhengzhou y Chengdu.

No cuesta mucho entender por qué el interior del país tiene tanto atractivo para estas empresas. A pesar de que los salarios en Shenzhen y otras regiones del litoral siguen siendo bastante bajos en comparación con los niveles internacionales (menos de 200 dólares estadounidenses al mes), en provincias del interior como Henan, Hubei y Sichuán apenas llegan a la mitad de esto. Asimismo, muchas empresas suponen, tal vez con razón, que habrá más migrantes disponibles cerca de la fuente, y un mercado de trabajo más distendido comporta ventajas políticas inmediatas para el capital. Esto tampoco es nada nuevo en la historia del capitalismo: Jefferson Cowie, historiador del movimiento obrero, descubrió un proceso similar en su relato de los "setenta años de búsqueda de mano de obra barata" por parte de la empresa fabricante de componentes electrónicos RCA, una estrategia que la llevó de Nueva Jersey a Indiana, de ahí a Tennessee y finalmente a México. Si el litoral chino ha ofrecido al capital transnacional unas condiciones sociales y políticas muy favorables en las dos últimas décadas, las cosas serán distintas en el interior. El antagonismo entre el trabajo y el capital puede ser universal, pero el conflicto de clases se desarrolla en el terreno de la particularidad.

¿Qué tiene de particular el interior de China, y por qué podría alimentar cierto optimismo prudente? Mientras que los migrantes de las regiones costeras son necesariamente temporales, y sus luchas por tanto efímeras, en el interior tienen la posibilidad de establecer comunidades duraderas. Teóricamente, esto significa que hay más posibilidades de que confluyan las luchas en la esfera de la producción y la reproducción, cosa que no era posible cuando esos dos ámbitos estaban separados geográficamente. Pensemos en la cuestión del hukou, el registro del domicilio. Las grandes megalópolis orientales a las que afluían masivamente los inmigrantes en el pasado mantienen restricciones muy severas a la concesión de permisos de residencia locales. Incluso los trabajadores de cuello blanco con título universitario pueden tener que pasar mucho tiempo antes de obtener un hukou pekinés.

Sin embargo, las ciudades más pequeñas del interior han puesto el listón mucho más bajo para obtener el permiso de residencia local. Aunque sea a título especulativo, vale la pena imaginar cómo esto cambiará la dinámica de la resistencia obrera. Si antes la perspectiva del migrante consistía en ir a trabajar a la ciudad por unos años para ganar dinero y luego volver a casa y fundar una familia, los trabajadores del interior podían tener una visión muy distinta. De repente, ya no solo "trabajan", sino que también "viven" en un lugar concreto. Esto implica que los migrantes tenderán a asentarse permanentemente en los lugares en que trabajan. Querrán casarse, tener su propia vivienda, criar hijos, enviarlos a la escuela; en suma, realizar la reproducción social. Antes, las empresas no tenían que pagar a los trabajadores un salario viable y tampoco se esperaba de ellas que lo hicieran, pues estaba claro que los trabajadores acabarían volviendo a sus pueblos, pero en el interior es probable que los migrantes reclamen todo lo que uno necesita para llevar una vida digna: vivienda, atención médica, educación y alguna protección frente a los riesgos de desempleo y la vejez. También querrán tener tiempo libre para ellos y para hacer cosas por su comunidad, una demanda que hasta ahora no se ha planteado nunca.

Esto incrementa la posibilidad de que el malestar de los trabajadores adquiera una dimensión política. Los migrantes nunca esperaban contar con servicios públicos dignos en las regiones costeras, pero si consiguen establecerse con derecho de residencia en las del interior, las demandas de servicios sociales podrían generalizarse fácilmente, con lo cual las luchas en las empresas tendrían la oportunidad de romper su aislamiento. Las reivindicaciones de protección social se plantearán más bien al Estado que no al empresario individual, sentando así las bases, en el plano simbólico, de una confrontación generalizable. Aunque es fácil dibujar una imagen romántica de la valiente resistencia de los trabajadores migrantes, la realidad es que la respuesta más frecuente a las malas condiciones de trabajo ha consistido simplemente en buscarse otro trabajo o volver a casa. Esto también podría cambiar si la gente vive donde trabaja. Es posible que ahora se den las condiciones para que los migrantes se planten y luchen por su comunidad y en su comunidad en vez de huir.

La vida de los trabajadores en el interior también puede brindarles oportunidades para potenciar su combatividad. Muchos de esos migrantes ya han hecho la experiencia de trabajar y luchar en las regiones costeras. Los de más edad carecen tal vez de la pasión combativa de los jóvenes, pero su experiencia en el trato con empresarios explotadores y sus aliados públicos podría ser una baza importante. Finalmente, los trabajadores contarán con más recursos sociales. En las grandes ciudades de la costa no era probable que se granjearan las simpatías de la población local, como se puso de manifiesto dolorosamente en los disturbios de Guxiang. En el interior, en cambio, los trabajadores vivirán entre amigos y familiares, personas que no solo tenderán a ponerse del lado de los trabajadores, sino que también dependerán muy directamente de la cuantía de los salarios y de los servicios sociales. Esto plantea la posibilidad de que se extiendan las luchas más allá de las empresas aisladas e incorporen cuestiones sociales más amplias.

Tal vez algunos de la izquierda se sientan optimistas con respecto a la resistencia perpetua en sí misma. Además, la forma del conflicto de clases que ha prevalecido en China ha causado efectivamente importantes trastornos en el proceso de acumulación de capital. Sin embargo, los trabajadores están alienados de su propia actividad política. Existe una profunda asimetría: los trabajadores resisten sin orden ni concierto y sin ninguna estrategia, mientras que el Estado y el capital responden a esta crisis de un modo planificado y coordinado. Hasta ahora, esta forma de lucha fragmentaria y efímera ha sido incapaz de hacer mella en las estructuras básicas del Estado y del partido único ni en su ideología dominante. Y el capital, como tendencia universal, ha demostrado su capacidad para someter una y otra vez las actitudes combativas. Si la resistencia obrera obliga a las fuerzas del capital a destruir una clase obrera para producir otra nueva (y antagonista) en otra parte, ¿podemos hablar realmente de victoria?

La nueva frontera de la acumulación capitalista brinda a la clase trabajadora china la oportunidad de crear formas de organización más duraderas y capaces de ampliar el ámbito de la lucha social y formular demandas políticas de base amplia. Hasta que esto ocurra, seguirá yendo un paso por detrás de su antagonista histórico, que también es el nuestro.

Nota

1/ No está del todo claro por qué las empresas solo han tratado en pocos casos de romper las huelgas con ayuda de esquiroles. Una posible explicación es que el Estado no apoyaría este tipo de iniciativas, ya que contribuirían a incrementar las tensiones y a provocar reacciones violentas o importantes desgarros sociales. Otro factor es que las huelgas no suelen durar más de uno o dos días, puesto que los huelguistas no cuentan con el apoyo institucional de un sindicato y a menudo se ven muy presionados por las autoridades. El resultado es que tal vez las empresas tengan menos necesidad de recurrir a esquiroles.

sábado, 7 de janeiro de 2012

Chega de Chiclete

Occupy Wall Street, trabalho de Curtis James

Texto de Mike Davis sobre o movimento Occupy Wall Street


Mike Davis, historiador e economista, autor de Planeta Favela (Boitempo, 2006), Apologia dos bárbaros: ensaios sobre o império (Boitempo, 2008) e Cidade de Quartzo: escavando o futuro em Los Angeles (Boitempo, 2009) nos enviou texto exclusivo sobre o movimento Occupy Wall Street (Ocupe Wall Street), que segue abaixo em tradução de Rogério Bettoni. Ao fim do texto, o original em inglês.
Na semana passada publicamos o discurso de Slavoj Žižek aos manifestantes do movimento, confira clicando aqui.

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Quem poderia prever que o Occupy Wall Street e sua proliferação ao estilo de uma planta selvagem aconteceriam em cidades grandes e pequenas? John Carpenter previu. Há quase 25 anos (1988), o mestre do terror (Halloween, A coisa) escreveu e dirigiu They Live [“Eles vivem”, no Brasil], retratando a Era Reagan como uma catastrófica invasão alienígena. O filme continua sendo seu tour de force. Aliás, quem poderia esquecer das primeiras cenas brilhantes em que uma grande periferia terceiro-mundista é mostrada ao longo de uma autoestrada e refletida pelos arranha-céus espelhados de Bunker Hill, em Los Angeles? Ou da maneira como Carpenter retrata banqueiros milionários e ricos midiocratas dominando a pulverizada classe trabalhadora dos Estados Unidos, que vive em barracas numa encosta cheia de entulhos e implora por trabalhos casuais?

Partindo dessa igualdade negativa entre falta de moradia e desesperança, e graças aos óculos escuros mágicos encontrados pelo enigmático “Nada” (interpretado por Kurt Russell), o proletariado finalmente alcança a unidade inter-racial, não se deixa enganar pelas fraudes subliminares do capitalismo e fica furioso, extremamente furioso. Sim, eu sei, estou adiantando as coisas. O movimento “Occupy the World” ainda procura seus óculos mágicos (programa, demandas, estratégia e assim por diante), e sua fúria permanece baixa, em estado gandhiano.

Mas, como previu Carpenter, arrancar um número suficiente de cidadãos norte-americanos de suas casas e/ou carreiras (ou pelo menos atormentar dezenas de milhões com essa possibilidade) para promover algo novo e de grandes proporções é um movimento lento e cambaleante em direção ao Goldman Sachs. E, ao contrário do “Partido do Chá” [Tea party], até agora não há fios de marionete. Um dos fatos mais importantes sobre a revolta atual é simplesmente que ela ocupou as ruas e criou uma identificação espiritual com os desabrigados.

Para ser bem franco, a minha geração, educada no movimento dos direitos civis, teria pensado em primeiro ocupar os prédios e esperar que a polícia colocasse todos porta afora na base de cacetadas. (Hoje, os policiais preferem spray de pimenta e “técnicas não letais”.) Em 1965, quando eu tinha dezoito anos e participava da equipe nacional dos Estudantes para uma Sociedade Democrática, planejei uma ocupação do Chase Manhattan Bank, “parceiro do apartheid” por conta de seu papel central no financiamento da África do Sul depois do massacre de manifestantes pacíficos. Foi o primeiro protesto em Wall Street em uma geração, e 41 pessoas foram arrastadas de lá pela polícia.

Ainda acho que tomar o comando dos arranha-céus é uma ideia esplêndida, mas para um estágio mais avançado da luta. Até o momento, a genialidade do Occupy Wall Street é o fato de ter liberado alguns dos imóveis mais caros do mundo e transformado uma praça privada em um espaço público magnético e catalisador de protestos.

Nossa ocupação há 46 anos foi uma incursão de guerrilheiros; a de agora é uma Wall Street sob o cerco dos liliputianos. Também é o triunfo do princípio supostamente arcaico do cara a cara, da organização dialógica. As mídias sociais são importantes, é claro, mas não onipotentes. O sucesso da auto-organização dos ativistas – a cristalização da vontade política a partir do livre debate – continua sendo melhor nos fóruns urbanos da realidade. Dito de outra forma, a maior parte das nossas conversas na internet equivale ao padre sendo ensinado a celebrar a missa; até mesmo megasites como o MoveOn.com são voltados para um grupo que já sabe do que é dito, ou pelo menos para seu provável grupo demográfico.

As ocupações também são para-raios, acima de tudo, para as menosprezadas e alienadas tropas dos Democratas, mas, além disso, elas parecem estar derrubando barreiras de geração, proporcionando as bases comuns, por exemplo, para que os professores de meia-idade, ameaçados e que trabalham na educação básica, troquem ideias com jovens graduados e empobrecidos.

De maneira ainda mais radical, os acampamentos tornaram-se lugares simbólicos para reparar as divisões dentro da coalizão do New Deal impostas nos anos do governo Nixon. Como observa Jon Wiener em seu impecável blog, www.TheNation.com, “operários e hippies – juntos, finalmente”. Evidentemente. Quem não se comoveria quando o presidente da AFL-CIO, Richard Trumka – que trouxe mineiros de carvão para Wall Street em 1989 durante uma greve cruel, mas bem-sucedida, contra a Pittston Coal Company –, convocou homens e mulheres cheios de energia para “montar guarda” no Zucotti Park, apesar do esperado ataque da polícia de Nova York? Ainda que velhos radicais como eu sejam propensos a declarar como messias qualquer recém-nascido, essa criança tem o sinal do arco-íris.

Acredito que estamos vivenciando o renascimento das qualidades que definiram de modo tão marcante as pessoas comuns da geração de meus pais (migrantes e grevistas da Crise de 1929): uma compaixão generosa e espontânea, uma solidariedade baseada em uma ética perigosamente igualitária: Pare e dê carona a uma família. Jamais fure uma greve trabalhista, mesmo se sua família não puder pagar o aluguel. Compartilhe seu último cigarro com um estranho. Roube leite quando não houver para seus filhos e dê metade para as crianças do vizinho (isso foi o que minha própria mãe fez repetidas vezes em 1936). Ouça atentamente aos sagazes e serenos que perderam tudo, menos a dignidade. Cultive a generosidade do “nós”. O que quero dizer, suponho, é que me sinto extremamente impactado por aqueles que se juntaram para defender as ocupações apesar de diferenças significativas de idade, classe social e raça. E, da mesma maneira, adoro as crianças corajosas que estão prontas para encarar o próximo inverno e passar frio nas ruas, bem como seus irmãos e irmãs desabrigados.

Mas voltemos à estratégia: qual o próximo elo na corrente (no sentido de Lenin) que precisa ser apreendido? Até que ponto é imperativo para as plantas selvagens formar uma convenção, assumir demandas programáticas e, dessa forma, colocarem a si próprias no leilão das eleições de 2012? Obama e os Democratas certamente, e talvez desesperadamente, precisarão de energia e autenticidade. Mas é improvável que os “ocupacionistas” se coloquem à venda, ou seu extraordinário processo de auto-organização. Pessoalmente, tendo para uma posição anarquista e seus imperativos óbvios.

Primeiro, exponham a dor de 99%, levem Wall Street a julgamento. Tragam Harrisburg, Laredo, Riverside, Camden, Flint, Gallup e Hooly Springs para o centro financeiro de Nova York. Confrontem os predadores com suas vítimas. Um tribunal nacional sobre o genocídio econômico.

Segundo, continuem a democratizar e ocupar produtivamente o espaço público (isto é, reivindicar os bens comuns). O veterano historiador e ativista Mark Naison, do Bronx, propôs um plano arrojado para transformar os espaços degradados e abandonados de Nova York em recursos de sobrevivência (jardins, áreas de acampamento, playgrounds) para desabrigados e desempregados. Os manifestantes do Occupy em todo o país agora sabem como é ser desabrigado e não poder dormir em parques ou numa barraca. Mais uma razão para arrebentar as amarras e escalar os muros que separam o espaço não usado das necessidades humanas urgentes.

Terceiro, fiquem atentos à verdadeira recompensa. A grande questão não é subir os impostos dos ricos ou realizar uma melhor regulamentação dos bancos. Trata-se de uma democracia econômica – o direito das pessoas comuns de tomar macrodecisões sobre investimento social, taxas de juros, fluxo de capital, criação de empregos, aquecimento global e afins. Se o debate não for sobre o poder econômico, ele é irrelevante.

Quarto, o movimento deve sobreviver ao inverno para combater o poder na próxima primavera. As ruas são frias em janeiro. Bloomberg e todos os outros prefeitos e autoridades locais estão contando com um inverno rigoroso para acabar com os protestos. Por isso é muito importante reforçar as ocupações durante as férias de Natal. Vistam seus casacos.

Por fim, precisamos nos acalmar – o itinerário do protesto atual é totalmente imprevisível. Mas se alguém 
erguer um para-raios, não podemos nos surpreender caso caia um relâmpago.

Banqueiros entrevistados recentemente no The New York Times parecem considerar os protestos do Occupy pouco mais que um incômodo baseado, segundo eles, numa compreensão rudimentar do setor financeiro. Eles deveriam ser mais humildes. Na verdade, deveriam tremer diante da imagem da carreta de munições. Quatro milhões e meio de empregos na área industrial foram perdidos nos Estados Unidos desde 2000, e uma geração inteira de recém-graduados encara agora a mais alta mobilidade descendente na história do país. Desde 1987, afro-americanos perderam mais da metade de seu patrimônio líquido; os latinos, inacreditáveis dois terços. Arruinar com o sonho americano e com as pessoas comuns será extremamente prejudicial para vocês. Ou, como Nada explica aos agressores imprudentes no excelente filme de Carpenter: “Vim aqui para mascar chiclete e quebrar tudo… e meus chicletes acabaram.”

domingo, 1 de janeiro de 2012

Revoluções de 2011 'me lembram 1848', diz Hobsbawm

Revolução de 1848 em Berlin. Fonte: Wikipedia.

Andrew Whitehead

O prestigiado historiador britânico Eric Hobsbawm comparou as revoltas no mundo árabe em 2011 às revoluções que explodiram na Europa no fatídico ano de 1848.

Em entrevista à BBC, Hobsbawm ressaltou que desta vez os movimentos de contestação são impulsionados pela classe média, e não pelo proletariado.

"Foi uma grande alegria redescobrir que é possível que as pessoas saiam às ruas para se manifestar e derrubar governos", disse o historiador, que passou toda sua vida ligado às revoluções.

Hobsbawm nasceu poucos meses antes da Revolução Russa, de 1917, e foi comunista a maior parte de sua vida, assim com um influente pensador marxista. Um de seus livros mais conhecidos, a Era das Revoluções, que retrata justamente as revoltas de 1848, é um clássico da historiografia.

Além de escrever sobre as revoluções, Hobsbawm também apoiou algumas revoltas. Com mais de 90 anos, sua longa paixão pela política aparece no título de seu mais novo livro: How to change the World (Como mudar o mundo) e em seu enorme interesse pela Primavera Árabe.

"A verdade é que eu tenho um sentimento de excitação e alívio", disse, ao receber a reportagem em sua casa em Hampstead Heath, bairro no norte de Londres.

 

Democracias árabes?

Para Hobsbawm, 2011 lembra outro ano de revoluções.

"Me lembra 1848, outra revolução impulsionada de forma autônoma, que começou em um país e depois se estendeu por todo um continente em pouco tempo", diz.

Naquele ano, um levante popular em Paris acabou se alastrando pela área da atual Alemanha e Itália e pelo Império Habsburgo (hoje Áustria).

Para quem ajudou a encher a praça Tahir, no Cairo, derrubando o regime de Hosni Mubarak, em fevereiro, e agora teme pelo destino da revolução egípcia Hobsbawm tem uma palavra de alento.

"Dois anos após 1848, tudo parecia como se houvesse fracassado. Mas no longo prazo não houve fracasso. Conseguiu-se uma boa quantidade de avanços liberais. De modo que foi um fracasso imediato, mas um êxito parcial no médio prazo, ainda que não tenha sido na forma de revolução", diz.

Talvez com exceção da Tunísia, Hobsbawm não vê grandes possibilidades da democracia liberal ou governos representativos ao estilo ocidental triunfarem no mundo árabe.

O historiador ressalta ainda as diferenças entre os vários países varridos pela atual onda revolucionária.
"Estamos no meio de uma revolução, mas não de uma única revolução", diz.

"O que une (os árabes) é um descontentamento comum e forças de mobilização comuns: uma casse média modernizadora, sobretudo jovem, estudantes e, principalmente, uma tecnologia que permite que hoje seja muito mais fácil mobilizar os protestos", afirma.

 

Indignados e 'Occupy'

A importância das redes sociais também ficou evidente em outro movimento que marcou 2011: os protestos dos indignados e as ocupações que ocorreram na Europa e na América do Norte.

Segundo Hobsbawm, o movimento remonta à campanha eleitora de Barack Obama, em 2008. Na ocasião, o então candidato mobilizou com sucesso uma juventude até então apática à política por meio da internet.

"As ocupações, em sua maioria, não foram protestos de massa, não foram os 99% (da população), mas de estudantes e membros da contracultura. Em momentos, isso encontro eco na opinião pública. É o caso dos protestos contra Wall Street e as ocupações anticapitalistas", afirma.

De todo modo, a velha esquerda, da qual Hobsbawm tomou parte, manteve-se às margens das manifestações.

"A esquerda tradicional estava orientada para um tipo de sociedade que já não existe mais ou está deixando de existir. Acreditava-se sobretudo no movimento operário como o grande responsável pelo futuro. Bem, nos desindustrializamos e isso já não é possível", destaca o historiador.


"As mobilizações de massa mais efetivas hoje são aquelas que começam em meio a uma classe média moderna e em particular em um grupo grande de estudantes. São mais efetivos em países onde, demograficamente, os jovens são mais numerosos", diz.

 

Compreender o passado

Eric Hobsbawm não espera que as revoluções árabes tenham maiores ecos no mundo, ao menos não como uma antessala de uma revolução mais ampla.

Será mais provável, assegura, uma dinâmica que compreenda reformas graduais do estilo das que "ocorreram na Coreia do Sul nos anos 1980, quando uma classe média jovem passou a disputar o poder com os militares".

Sobre o drama político que ainda se desenrola nos países árabes, o historiador diz que vale a pena recordar o Irã de 1979, cenário da primeira revolução que teve o Islã como elemento político.

Esse aspecto da revolução iraniana teve reflexos na Primavera Árabe.

"Quem fez concessões ao Islã sem ser religioso acabou marginalizado. Dentre eles os reformistas, liberais e comunistas", diz, destacando outros grupos que se somaram aos religiosos para derrubar a monarquia iraniana alinhada ao Ocidente.

"A ideologia das massas não é a ideologia dos que começaram as manifestações", pontua.

Embora diga que a Primavera Árabe lhe tenha causado alegria, Hobsbawm diz que o elemento religioso no movimento é "desnecessário e não necessariamente bem-vindo".

segunda-feira, 19 de dezembro de 2011

“Los bancos se pusieron contra la democracia”

A los 94 años, después de pelear en la Resistencia, sobrevivir a los campos nazis y escribir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, publicó un librito de 32 páginas que tuvo un eco global. Su visión de la democracia y el efecto de Argentina en su pensamiento.

Por Eduardo Febbro para Página/12
Desde París


La revuelta no tiene edad ni condición. A sus afables, lúcidos y combativos 94 años Stéphane Hessel encarna un momento único de la historia política humana: haber logrado desencadenar un movimiento mundial de contestación democrática y ciudadana con un libro de escasas 32 páginas, Indígnense. El libro apareció en Francia en octubre de 2010 y en marzo de 2011 se convirtió en el zócalo del movimiento español de los indignados. El casi siglo de vida de Stéphane Hessel se conectó primero con la juventud española que ocupó la Puerta del Sol y luego con los demás protagonistas de la indignación que se volvió planetaria: París, Londres, Roma, México, Bruselas, Nueva York, Washington, Tel Aviv, Nueva Delhi, San Pablo. En cada rincón del mundo y bajo diferentes denominaciones, el mensaje de Hessel encontró un eco inimaginable.

Su libro, sin embargo, no contiene ningún alegato ideológico, menos aún algún llamado a la excitación revolucionaria. Indígnense es al mismo tiempo una invitación a tomar conciencia sobre la forma calamitosa en la que estamos gobernados, una restauración noble y humanista de los valores fundamentales de la democracia, un balde de agua fría sobre la adormecida conciencia de los europeos convertidos en consumidores obedientes y una dura defensa del papel del Estado como regulador. No debe existir en la historia editorial un libro tan corto con un alcance tan extenso.

Quien vea la movilización mundial de los indignados puede pensar que Hessel escribió una suerte de panfleto revolucionario, pero nada es más ajeno a esa idea. Indígnense y los indignados se inscriben en una corriente totalmente contraria a la que se desató en las revueltas de Mayo del ’68. Aquella generación estaba contra el Estado. Al revés, el libro de Hessel y sus adeptos reclaman el retorno del Estado, de su capacidad de regular. Nada refleja mejor ese objetivo que uno de los slogans más famosos que surgieron en la Puerta del Sol: “Nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros”.

En su casa de París, Hessel habla con una convicción en la que la juventud y la energía explotan en cada frase. Hessel tiene una historia personal digna de una novela y es un hombre de dos siglos. Diplomático humanista, miembro de la Resistencia contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, sobreviviente de varios campos de concentración, activo protagonista de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, descendiente de la lucha contra esas dos grandes calamidades del siglo XX que fueron el fascismo y el comunismo soviético. El naciente siglo XXI hizo de él un influyente ensayista.

Cuando su libro salió en Francia, las lenguas afiladas del sistema liberal le cayeron con un aluvión de burlas: “el abuelito Hessel”, el “Papá Noel de las buenas conciencias”, decían en radio y televisión las marionetas para descalificarlo. Muchos intelectuales franceses dijeron que esa obra era un catálogo de banalidades, criticaron su aparente simplismo, su chatura filosófica, lo acusaron de idiota y de antisemita. Hasta el primer ministro francés, François Fillon, descalificó la obra diciendo que “la indignación en sí no es un modo de pensamiento”. Pero el libro siguió otro camino. Más de dos millones de ejemplares vendidos en Francia, medio millón en España, traducciones en decenas de países y difusión masiva en Internet.

El ultraliberalismo predador, la corrupción, la impunidad, la servidumbre de la clase política al sistema financiero, la anexión de la política por la tecnocracia financiera, las industrias que destruyen el planeta, la ocupación israelí de Palestina, en suma, los grandes devastadores del planeta y de las sociedades humanas encontraron en las palabras de Hessel un enemigo inesperado, un argumentario de enunciados básicos, profundamente humanista y de una eficacia inmediata. Sin otra armadura que un pasado político de socialdemócrata reformista y un libro de 32 páginas, Hessel les opuso al pensamiento liberal consumista y al consenso uno de los antídotos que más teme, es decir, la acción.

No se trata de una obra de reflexión política o filosófica sino de una radiografía de la desarticulación de los Estados, de un llamado a la acción para que el Estado y la democracia vuelvan a ser lo que fueron. El libro de Hessel se articula en torno de la acción, que es precisamente a lo que conduce la indignación: respuesta y acción contra una situación, contra el otro. Lo que Hessel califica como mon petit livre es una obra curiosa: no hay nada novedoso en ella, pero todo lo que dice es una suerte de síntesis de lo que la mayor parte del planeta piensa y siente cada mañana cuando se levanta: exasperación e indignación.

–Usted ha sido de alguna manera el hombre del año. Su libro tuvo un éxito mundial y terminó convirtiéndose en el foco del movimiento planetario de los indignados. Hubo, de hecho, dos revoluciones casi simultáneas en el mundo, una en los países árabes y la que usted desencadenó a escala planetaria.
–Nunca preví que el libro tuviera un éxito semejante. Al escribirlo, había pensado en mis compatriotas para decirles que la manera en la que están gobernados plantea interrogantes y que era preciso indignarse ante los problemas mal solucionados. Pero no esperaba que el libro se viera propulsado en más de cuarenta países en los cuatro puntos cardinales. Pero yo no me atribuyo ninguna responsabilidad en el movimiento mundial de los indignados. Fue una coincidencia que mi libro haya aparecido en el mismo momento en que la indignación se expandía por el mundo. Yo sólo llamé a la gente a reflexionar sobre lo que les parece inaceptable. Creo que la circulación tan amplia del libro se debe al hecho de que vivimos un momento muy particular de la historia de nuestras sociedades y, en particular, de esta sociedad global en la que estamos inmersos desde hace diez años. Hoy vivimos en sociedades interdependientes, interconectadas. Esto cambia la perspectiva. Los problemas a los que estamos confrontados son mundiales.

–Las reacciones que desencadenó su libro prueban que existe siempre una pureza moral intacta en la humanidad.
–Lo que permanece intacto son los valores de la democracia. Después de la Segunda Guerra Mundial resolvimos problemas fundamentales de los valores humanos. Ya sabemos cuáles son esos valores fundamentales que debemos tratar de preservar. Pero cuando esto deja de tener vigencia, cuando hay rupturas en la forma de resolver los problemas, como ocurrió luego de los atentados del 11 de septiembre, de la guerra en Afganistán y en Irak, y la crisis económica y financiera de los últimos cuatro años, tomamos conciencia de que las cosas no pueden continuar así. Debemos indignarnos y comprometernos para que la sociedad mundial adopte un nuevo curso.

–¿Quién es responsable de todo este desastre? ¿El liberalismo ultrajante, la tecnocracia, la ceguera de las elites?
–Los gobiernos, en particular los gobiernos democráticos, sufren una presión por parte de las fuerzas del mercado a la cual no supieron resistir. Esas fuerzas económicas y financieras son muy egoístas, sólo buscan el beneficio en todas las formas posibles sin tener en cuenta el impacto que esa búsqueda desenfrenada del provecho tiene en las sociedades. No les importa ni la deuda de los gobiernos, ni las ganancias escuetas de la gente. Yo le atribuyo la responsabilidad de todo esto a las fuerzas financieras. Su egoísmo y su especulación exacerbada son también responsables del deterioro de nuestro planeta. Las fuerzas que están detrás del petróleo, las fuerzas de las energías no renovables nos conducen hacia una dirección muy peligrosa. El socialismo democrático tuvo su momento de gloria después de la Segunda Guerra Mundial. Durante muchos años tuvimos lo que se llama Estados de providencia. Esto derivó en una buena fórmula para regular las relaciones entre los ciudadanos y el Estado. Pero luego nos apartamos de ese camino bajo la influencia de la ideología neoliberal. Milton Friedman y la Escuela de Chicago dijeron: “déjenle las manos libres a la economía, no dejen que el Estado intervenga”. Fue un camino equivocado y hoy nos damos cuenta de que nos encerramos en un camino sin salida. Lo que ocurrió en Grecia, Italia, Portugal y España nos prueba que no es dándole cada vez más fuerza al mercado que se llega a una solución. No. Esa tarea les corresponde a los gobiernos, son ellos quienes deben imponerles reglas a los bancos y a las fuerzas financieras para limitar la sobreexplotación de las riquezas que detentan y la acumulación de beneficios inmensos mientras los Estados se endeudan. Debemos reconocer que los bancos se pusieron en contra de la democracia. Eso no es aceptable.

–Resulta chocante comprobar la indiferencia de la clase política ante la revuelta de los indignados. Los dirigentes de París, Londres, Estados Unidos, en suma, allí donde estalló este movimiento, hicieron caso omiso ante los reclamos de los indignados.
–Sí, es cierto. Por ahora se subestimó la fuerza de esta revuelta y de esta indignación. Los dirigentes se habrán dicho: esto ya lo vimos otras veces, en Mayo del ‘68, etc., etc. Creo que los gobiernos se equivocan. Pero el hecho de que los ciudadanos protesten por la forma en que están gobernados es algo muy nuevo y esa novedad no se detendrá. Predigo que los gobiernos se verán cada vez más presionados por las protestas contra la manera en que los Estados son gobernados. Los gobiernos se empeñan en mantener intacto el sistema. Sin embargo, el cuestionamiento colectivo del funcionamiento del sistema nunca fue tan fuerte como ahora. En Europa atravesamos por un momento muy denso de cuestionamiento, tal como ocurrió antes en América latina. Yo estoy muy orgulloso por la forma en que la Argentina supo superar la gravedad de la crisis. Ello prueba que es posible actuar y que los ciudadanos son capaces de cambiar el curso de las cosas.

–De alguna manera, usted encendió la llama de una suerte de revolución democrática. Sin embargo, no llama a una revolución. ¿Cuál es entonces el camino para romper el cerco en el que vivimos? ¿Cuál es la base del renacimiento de un mundo más justo?
–Debemos transmitirles dos cosas a las nuevas generaciones: la confianza en la posibilidad de mejorar las cosas. Las nuevas generaciones no deben desalentarse. En segundo lugar, debemos hacerles tomar conciencia de todo lo que se está haciendo actualmente y que va en el buen sentido. Pienso en Brasil, por ejemplo, donde hubo muchos progresos, pienso en la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que también hizo que las cosas progresaran mucho, pienso también en todo lo que se realiza en el campo de la economía social y solidaria en tantos y tantos países. En todo esto hay nuevas perspectivas para encarar la educación, los problemas de la desigualdad, los problemas ligados al agua. Hay gente que trabaja mucho y no debemos subestimar sus esfuerzos, incluso si lo que se consigue es poco a causa de la presión del mundo financiero. Son etapas necesarias. Creo que, cada vez más, los ciudadanos y las ciudadanas del mundo están entendiendo que su papel puede ser más decisivo a la hora de hacerles entender a los gobiernos que son responsables de la vigencia de los grandes valores que esos mismos gobiernos están dejando de lado. Hay un riesgo implícito: que los gobiernos autoritarios traten de emplear la violencia para acallar las revueltas. Pero creo que eso ya no es más posible. La forma en que los tunecinos y los egipcios se sacaron de encima a sus gobiernos autoritarios muestra dos cosas: una, que es posible; dos, que con esos gobiernos no se progresa. El progreso sólo es posible si se profundiza la democracia. En los últimos veinte años América latina progresó muchísimo gracias a la profundización de la democracia. A escala mundial, pese a las cosas que se lograron, pese a los avances que se obtuvieron con la economía social y solidaria, todo esto es demasiado lento. La indignación se justifica en eso: los esfuerzos realizados son insuficientes, los gobiernos fueron débiles y hasta los partidos políticos de la izquierda sucumbieron ante la ideología neoliberal. Por eso debemos indignarnos. Si los medios de comunicación, si los ciudadanos y las organizaciones de defensa de los derechos humanos son lo suficientemente potentes como para ejercer una presión sobre los gobiernos las cosas pueden empezar a cambiar mañana.

–¿Se puede acaso cambiar el mundo sin revoluciones violentas?
–Si miramos hacia el pasado vemos que los caminos no violentos fueron más eficaces que los violentos. El espíritu revolucionario que animó el comienzo del siglo XX, la revolución soviética, por ejemplo, condujeron al fracaso. Hombres como el checo Vaclav Havel, Nelson Mandela o Mijail Gorbachov demostraron que, sin violencia, se pueden obtener modificaciones profundas. La revolución ciudadana a la que asistimos hoy puede servir a esa causa. Reconozco que el poder mata, pero ese mismo poder se va cuando la fuerza no violenta gana. Las revoluciones árabes nos demostraron la validez de esto: no fue la violencia la que hizo caer a los regímenes de Túnez y Egipto, no, para nada. Fue la determinación no violenta de la gente.

–¿En qué momento cree usted que el mundo se desvió de su ruta y perdió su base democrática?
–El momento más grave se sitúa en los atentados del 11 de septiembre de 2001. La caída de las torres de Manhattan desencadenó una reacción del presidente norteamericano Georges W. Bush extremadamente perjudicial: la guerra en Afganistán, por ejemplo, fue un episodio en el que se cometieron horrores espantosos. Las consecuencias para la economía mundial fueron igualmente muy duras. Se gastaron sumas considerables en armas y en la guerra en vez de ponerlas a la disposición del progreso económico y social.

–Usted señala con mucha profundidad uno de los problemas que permanecen abiertos como una herida en la conciencia del mundo: el conflicto israelí-palestino.
–Este conflicto dura desde hace sesenta años y todavía no se encontró la manera de reconciliar a estos dos pueblos. Cuando se va a Palestina uno sale traumatizado por la forma en que los israelíes maltratan a sus vecinos palestinos. Palestina tiene derecho a un Estado. Pero también hay que reconocer que, año tras año, vemos cómo aumenta el grupo de países que están en contra del gobierno israelí por su incapacidad de encontrar una solución. Eso lo pudimos constatar con la cantidad de países que apoyaron al presidente palestino Mahmud Abbas, cuando pidió ante las Naciones Unidas que Palestina sea reconocido como un Estado de pleno derecho en el seno de la ONU.

–Su libro, sus entrevistas, este mismo diálogo demuestran que, pese al desastre, usted no perdió la esperanza en la aventura humana.
–No, al contrario. Creo que ante las crisis gravísimas por la que se atraviesa, de pronto el ser humano se despierta. Eso ocurrió muchas veces a lo largo de los siglos y deseo que vuelva a ocurrir ahora.

–“Indignación” es hoy una palabra clave. Cuando usted escribió el libro, fue esa palabra la que lo guió.
–La palabra indignación surgió como una definición de lo que se puede esperar de la gente cuando abre los ojos y ve lo inaceptable. Se puede adormecer a un ser humano, pero no matarlo. En nosotros hay una capacidad de generosidad, de acción positiva y constructiva que puede despertarse cuando asistimos a la violación de los valores. La palabra “dignidad” figura dentro de la palabra “indignidad”. La dignidad humana se despierta cuando se la acorrala. El liberalismo trató de anestesiar esas dos capacidades humanas, la dignidad y la indignación, pero no lo consiguió.

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