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domingo, 7 de abril de 2019

DEZ TÁTICAS DE MANIPULAÇÃO



por Chomsky

1. Distração (desviar a atenção daquilo que é realmente importante); 

2. Método Problema-Reação-Solução (criar uma situação de terra arrasada para impor medidas de suposta solução); 

3. Gradação (aplicar medidas impopulares de forma gradativa e imperceptível); 

4. Sacrifício Futuro (é mais fácil aceitar um sacrifício futuro do que imediato); 

5. Discurso Infantilizado (tratar a opinião pública de forma afetuosa ou humorística);
 

6. Sentimentalismo e Temor (apelar para o medo e emoção para impedir uma resposta racional ou crítica; 

7. Valorizar a ignorância (dar espaço na mídia pessoas medíocres e ignorantes para que o estúpido e o vulgar sejam um exemplo para os mais jovens); 

8. Desprestigiar a inteligência (apresentar na produção audiovisual o cientista como vilão e o intelectual como pedante); 

9. Incentivar introjeção da culpa (incutir a culpa no indivíduo para dividir a sociedade entre vencedores e perdedores); 

10. Monitoramento (pesquisas de opinião e as atuais mineração de dados e análises psicométricas em redes sociais para controle de opinião pública). 

Fonte da Imagem: Pink Floyd, The Wall.



segunda-feira, 3 de março de 2014

Sobre el trabajo académico, el asalto neoliberal a las universidades y cómo debería ser la educación superior




Noam Chomsky · · · · · 

Lo que sigue es la traducción castellana de una transcripción editada en inglés de un conjunto de observaciones realizadas por Noam Chomsky vía Skype el pasado 4 de febrero para una reunión de afiliados y simpatizantes del sindicato universitario asociado a la Unión de Trabajadores del Acero (Adjunct Faculty Association of the United Steelworkers) en Pittsburgh, PA. Las manifestaciones del profesor Chomsky se produjeron en respuesta a preguntas de  Robin Clarke, Adam Davis, David Hoinski, Maria Somma, Robin J. Sowards, Matthew Ussia y Joshua Zelesnick. La transcripción escrita de las respuestas orales la realizó Robin J. Sowards y la edición y redacción corrió a cargo del propio Noam Chomsky. La traducción castellana del texto ingles la realizó para www.sinpermiso.info Mínima Estrella. 

Sobre la contratación temporal de profesores y la desaparición de la carrera académica
Eso es parte del modelo de negocio. Es lo mismo que la contratación de temporales en la industria o lo que los de Wall Mart llaman “asociados”, empleados sin derechos sociales ni cobertura sanitaria o de desempleo, a fin de reducir costes laborales e incrementar el servilismo laboral. Cuando las universidades se convierten en empresas, como ha venido ocurriendo harto sistemáticamente durante la última generación como parte de un asalto neoliberal general a la población, su modelo de negocio entraña que lo que importa es la línea de base. Los propietarios efectivos son los fiduciarios (o la legislatura, en el caso de las universidades públicas de los estados federados), y lo que quieren mantener los costos bajos y asegurarse de que el personal laboral es dócil y obediente. Y en substancia, la formas de hacer eso son los temporales. Así como la contratación de trabajadores temporales se ha disparado en el período neoliberal, en la universidad estamos asistiendo al mismo fenómeno. La idea es dividir a la sociedad en dos grupos. A uno de los grupos se le llama a veces “plutonomía” (un palabro usado por Citibank cuando hacía publicidad entre sus inversores sobre la mejor forma de invertir fondos), el sector en la cúspide de una riqueza global pero concentrada sobre todo en sitios como los EEUU. El otro grupo, el resto de la población, es un “precariado”, gentes que viven una existencia precaria.

Esa idea asoma de vez en cuando de forma abierta. Así, por ejemplo, cuando Alan Greenspan testificó ante el Congreso en 1997 sobre las maravillas de la economía que estaba dirigiendo, dijo redondamente que una de las bases de su éxito económico era que estaba imponiendo lo que él mismo llamó “una mayor inseguridad en los trabajadores”. Si los trabajadores están más inseguros, eso es muy “sano” para la sociedad, porque si los trabajadores están inseguros, no exigirán aumentos salariales, no irán a la huelga, no reclamarán derechos sociales: servirán a sus amos tan donosa como pasivamente. Y eso es óptimo para la salud económica de las grandes empresas. En su día, a todo el mundo le pareció muy razonable el comentario de Greenspan, a juzgar por la falta de reacciones y los aplausos registrados. Bueno, pues transfieran eso a las universidades: ¿cómo conseguir una mayor “inseguridad” de los trabajadores? Esencialmente, no garantizándoles el empleo, manteniendo a la gente pendiente de un hilo que puede cortarse en cualquier momento, de manera que mejor que estén con la boca cerrada, acepten salarios ínfimos y hagan su trabajo; y si por ventura se les permite servir bajo tan miserables condiciones durante un año más, que se den con un canto en los dientes y no pidan más. Esa es la manera como se consiguen sociedades eficientes y sanas desde el punto de vista de las empresas. Y en la medida en que las universidades avanzan por la vía de un modelo de negocio empresarial, la precariedad es exactamente lo que se impone. Y más que veremos en lo venidero.

Ese es un aspecto, pero otros aspectos que resultan también harto familiares en la industria privada: señaladamente, el aumento de estratos administrativos y burocráticos. Si tienes que controlar la gente, tienes que disponer de una fuerza administrativa que lo haga. Así, en la industria norteamericana más que en cualquier otra parte, se acumula estrato ad administrativo tras estrato administrativo: una suerte de despilfarro económico, pero útil para el control y la dominación. Y lo mismo vale para las universidades. En los pasados 30 0 40 años se ha registrado un aumento drástico en la proporción del personal administrativo en relación el profesorado y los estudiantes de las facultades: profesorado y estudiantes han mantenido la proporción entre ellos, pero la proporción de administrativos se ha disparado. Un conocido sociólogo, Benjamin Ginsberg, ha escrito un muy buen libro titulado The Fall of the Faculty: The Rise of the All-Administrative University and Why It Matters (Oxford University Press, 2011), en el que se describe con detalle el estilo empresarial de administración y niveles burocráticos multiplicados. Ni que decir tiene, con administradores profesionales más que bien pagados: los decanos, por ejemplo, que antes solían miembros de la facultad que dejaban la labor docente para servir como gestores con la idea de reintegrarse a la facultad al cabo de unos años. Ahora son todos profesionales, que tienen que contratar a vicedecanos, secretarios, etc., etc., toda la proliferación de estructura que va con los administradores. Todo eso es otro aspecto del modelo empresarial.

Pero servirse de trabajo barato –y vulnerable— es una práctica de negocio que se remonta a los inicios mismos de la empresa privada, y los sindicatos nacieron respondiendo a eso. En las universidades, trabajo barato, vulnerable, significa ayudantes y estudiantes graduados. Los estudiantes graduados son todavía más vulnerables, huelga decirlo, La idea es transferir la instrucción a trabajadores precarios, lo que mejora la disciplina y el control, pero también permite la transferencia de fondos a otros fines muy distintos de la educación. Los costos, claro está, los pagan los estudiantes y las gentes que se ven arrastradas a esos puestos de trabajo vulnerables. Pero es un rasgo típico de una sociedad dirigida por la mentalidad empresarial transferir los costos a la gente. Los economistas cooperan tácitamente en eso. Así, por ejemplo, imaginen que descubren un error en su cuenta corriente y llaman al banco para tratar de enmendarlo. Bueno, ya saben ustedes lo que pasa. Usted les llama por teléfono, y le sale un contestador automático con un mensaje grabado que le dice: “Le queremos mucho, y ahí tiene un menú”. Tal vez le menú ofrecido contiene lo que usted busca, tal vez no. Si acierta a elegir la opción ofrecida correcta, lo que escucha a continuación es una musiquita, y de rato en rato una voz que le dice: “Por favor, no se retire, estamos encantados de servirle”, y así por el estilo. Al final, transcurrido un buen tiempo, una voz humana a la que poder plantearle una breve cuestión. A eso los economistas le llaman “eficiencia”. Con medidas económicas, ese sistema reduce los costos laborales del banco; huelga decir que le carga los costos a usted, y esos costos han de multiplicarse por el número de usuarios, que puede ser enorme: pero eso no cuenta como coste en el cálculo económico. Y si miran ustedes cómo funciona la sociedad, encuentran eso por doquiera. Del mismo modo, la universidad impone costos a los estudiantes y a un personal docente que, además e tenerlo apartado de la carrera académica, se le mantiene en una condición que garantiza un porvenir sin seguridad. Todo eso resulta perfectamente natural en los modelos de negocio empresariales. Es nefasto para la educación, pero su objetivo no es la educación.

 En efecto, si echamos una mirada más retrospectiva, la cosa se revela más profunda todavía. Cuando todo esto empezó, a comienzos de los 70, suscitaba mucha preocupación en todo el espectro político establecido el activismo de los 60, comúnmente conocidos como “la época de los líos”. Fue una “época de líos” porque el país se estaba civilizando [con las luchas por los derechos civiles], y eso siempre es peligroso. La gente se estaba politizando y se comprometía con la conquista de derechos para los grupos llamados “de intereses especiales”: las mujeres, los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, los viejos, etc. Eso llevó a una grave reacción, conducida de forma prácticamente abierta. En el lado de la izquierda liberal del establishment, tenemos un libro llamado The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, compilado por Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki (New York University Press, 1975) y patrocinado por la Comisión Trilateral una organización de liberales internacionalistas. Casi toda la administración Carter se reclutó entre sus filas. Estaban preocupados por lo que ellos llamaban la “crisis de la democracia” y que no dimanaba de otra cosa del exceso de democracia. En los 60 la población –los “intereses especiales” mencionados— presionaba para conquistar derechos dentro de la arena política, lo que se traducía en demasiada presión sobre el Estado: no podía ser. Había un interés especial que dejaban de lado, y es a saber: el del sector granempresarial; porque sus intereses coinciden con el “interés nacional”. Se supone que el sector graempresarial controla al Estado, de modo que no hay ni que hablar de sus intereses. Pero los “intereses especiales” causaban problemas, y estos caballeros llegaron a la conclusión de que “tenemos que tener más moderación en la democracia”: el público tenía que volver a ser pasivo y regresar a la apatía. De particular preocupación les resultaban las escuelas y las universidades, que, decían, no cumplían bien su tarea de “adoctrinar a los jóvenes” convenientemente: el activismo estudiantil –el movimiento de derechos civiles, el movimiento antibelicista, el movimiento feminista, los movimientos ambientalistas— probaba que los jóvenes no estaban correctamente adoctrinados.

Bien, ¿cómo adoctrinar a los jóvenes? Hay más de una forma. Una forma es cargarlos con deudas desesperadamente pesadas para sufragar sus estudios. La deuda es una trampa, especialmente la deuda estudiantil, que es enorme, mucho más grande que el volumen de  deuda acumulada en las tarjetas de crédito. Es una trampa para el resto de su vida porque las leyes están diseñadas para que no puedan salir de ella. Si, digamos, una empresa incurre en demasiada deuda, puede declararse en quiebra. Pero si los estudiantes suspenden pagos, nunca podrán conseguir una tarjeta de la seguridad social. Es una técnica de disciplinamiento. No digo yo que eso se hiciera así con tal propósito, pero desde luego tiene ese efecto. Y resulta harto difícil de defender en términos económicos. Miren ustedes un poco lo que pasa por el mundo: la educación superior es en casi todas partes gratuita. En los países con los mejores niveles educativos, Finlandia (que anda en cabeza), pongamos por caso, la educación superior es pública y gratuita. Y en un país rico y exitoso como Alemania es pública y gratuita. En México, un país pobre que, sin embargo, tiene niveles de educación muy decentes si atendemos a las dificultades económicas a las que se enfrenta, es pública y gratuita. Pero miren lo que pasa en los EEUU: si nos remontamos a los 40 y los 50, la educación superior se acercaba mucho a la gratuidad. La Ley GI ofreció educación superior gratuita a una gran cantidad de gente que jamás habría podido acceder a la universidad. Fue muy bueno para ellos y fue muy bueno para la economía y para la sociedad; fue parte de las causas que explican la elevada tasa de crecimiento económico. Incluso en las entidades privadas, la educación llegó a ser prácticamente gratuita. Yo, por ejemplo: entré en la facultad en 1945, en una universidad de la Ivy League, la Universidad de Pensilvania, y la matrícula costaba 100 dólares. Eso serían unos 800 dólares de hoy. Y era muy fácil acceder a una beca, de modo que podías vivir en casa, trabajar e ir a la facultad, sin que te costara nada. Lo que ahora ocurre es ultrajante. Tengo nietos en la universidad que tienen que pagar la matrícula y trabajar, y es casi imposible. Para los estudiantes, eso es una técnica disciplinaria.

Y otra técnica de adoctrinamiento es cortar el contacto de los estudiantes con el personal docente: clases grandes, profesores temporales que, sobrecargados de tareas, apenas pueden vivir con un salario de ayudantes. Y puesto que no tienes seguridad en el puesto de trabajo, no puedes construir una carrera, no puedes irte a otro sitio y conseguir más. Todas esas son técnicas de disciplinamiento, de adoctrinamiento y de control. Y es muy similar a lo que uno espera que ocurra en una fábrica, en la que los trabajadores fabriles han de ser disciplinados, han de ser obedientes; y se supone que no deben desempeñar ningún papel en, digamos, la organización de la producción o en la determinación del funcionamiento de la planta de trabajo: eso es cosa de los ejecutivos. Esto se transfiere ahora a las universidades. Y yo creo que nadie que tenga algo de experiencia en la empresa privada y en la industria debería sorprenderse; así trabajan.

Sobre cómo debería ser la educación superior
Para empezar, deberíamos desechar toda idea de que alguna vez hubo una “edad de oro”. Las cosas eran distintas, y en ciertos sentidos, mejores en el pasado, pero distaban mucho de ser perfectas. Las universidades tradicionales eran, por ejemplo, extremadamente jerárquicas, con muy poca participación democrática en la toma de decisiones. Una parte del activismo de los 60 consistió en el intento de democratizar las universidades, de incorporar, digamos, a representantes estudiantiles a las juntas de facultad, de animar al personal no docente a participar. Esos esfuerzos se hicieron por iniciativa de los estudiantes, y no dejaron de tener cierto éxito. La mayoría de universidades disfrutan ahora de algún grado de participación estudiantil en las decisiones de las facultades. Y yo creo que ese es el tipo de cosas que deberíamos ahora seguir promoviendo: una institución democrática en la que la gente que está en la institución, cualquiera que sea (profesores ordinarios, estudiantes, personal no docente) participan en la determinación de la naturaleza de la institución y de su funcionamiento; y lo mismo vale para las fábricas.

No son estas ideas de izquierda radical, por cierto. Proceden directamente del liberalismo clásico. Si leéis, por ejemplo, a John Stuart Mill, una figura capital de la tradición liberal clásica, verán que daba por descontado que los puestos de trabajo tenían que ser gestionados y controlados por la gente que trabajaba en ellos: eso es libertad y democracia (véase, por ejemplo, John Stuart Mill, Principles of Political Economy, book 4, ch. 7). Vemos las mismas ideas en los EEUU. En los Caballeros del Trabajo, pongamos por caso: uno de los objetivos declaradis de esta organización era “instituir organizaciones cooperativas que tiendan a superar el sistema salarial introduciendo un sistema industrial cooperativo” (véase la “Founding Ceremony” para las nuevas asociaciones locales). O piénsese en alguien como John Dewey, un filósofo social de la corriente principal del siglo XX, quien no sólo abogó por una educación encaminada a la independencia creativa, sino también por el control obrero en la industria, lo que él llamaba “democracia industrial”. Decía que hasta tanto las instituciones cruciales de la sociedad –producción, comercio, transporte, medios de comunicación— no estén bajo control democrático, la “política [será] la sombra proyectada en el conjunto de la sociedad por la gran empresa” (John Dewey, “The Need for a New Party” [1931]). Esta idea es casi elemental, y echa raíces profundas en la historia norteamericana y en el liberalismo clásico; debería constituir una suerte de segunda naturaleza de la gente, y debería valer igualmente para las universidades. Hay ciertas decisiones en una universidad donde no puedes querer transparencia democrática porque tienes que preservar la privacidad estudiantil, pongamos por caso, y hay varios tipos de asuntos sensibles, pero en el grueso de la actividad universitaria normal no hay razón para no considerar la participación directa como algo, no ya legítimo, sino útil. En mi departamento, por ejemplo, hemos tenido durante 40 años representantes estudiantiles que proporcionaban una valiosa ayuda con su participación en las reuniones de departamento. 

Sobre la “gobernanza compartida” y el control obrero
La universidad es probablemente la institución social que más se acerca en nuestra sociedad al control obrero democrático. Dentro de un departamento, por ejemplo, es bastante normal que al menos para los profesores ordinarios tenga capacidad para determinar una parte substancial de las tareas que conforman su trabajo: qué van a enseñar, cuando van a dar las clases, cuál será el programa. Y el grueso de las decisiones sobre el trabajo efectuado en la facultad caen en buena medida bajo el control del profesorado ordinario. Ahora, ni que decir tiene, hay un nivel administrativo superior al que no puedes ni eludir ni controlar. La facultad puede recomendar a alguien para ser profesor titular, pongamos por caso, y estrellarse contra el criterio de los decanos o del rector, o incluso de los patronos o de los legisladores. No es que ocurra muy a menudo, pero puede ocurrir y ocurre. Y eso es parte de la estructura de fondo que, aun cuando siempre ha existido, era un problema menor en los tiempos en que la administración salía elegida por la facultad y era en principio revocable por la facultad. En un sistema representativo, necesitas tener a alguien haciendo labores administrativas, pero tiene que poder ser revocable, sometido como está a la autoridad de las gentes a las que administra. Eso es cada vez menos verdad. Hay más y más administradores profesionales, estrato sobre estrato, con más y más posiciones cada vez más remotas del control de las facultades. Me referí antes a The Fall of the Faculty de Benjamin Ginsberg, un libro que entra en un montón de detalles sobre el funcionamiento de varias universidades a las que sometió a puntilloso escrutinio:  Johns Hopkins, Cornell y muchas otras.

El profesorado universitario ha venido siendo más y más reducido a la categoría de trabajadores temporales a los que se asegura una precaria existencia sin acceso a la carrera académica. Tengo conocidos que son, en efecto, lectores permanente; no han logrado el estatus de profesores ordinarios; tienen que concursar cada año para poder ser contratados otra vez. No deberían ocurrir estas cosas, no deberíamos permitirlo. Y en el caso de los ayudantes, la cosa se ha institucionalizado: no se les permite ser miembros del aparato de toma de decisiones y se les excluye de la seguridad en el puesto de trabajo, lo que no sirve sino para amplificar el problema. Yo creo que el personal no docente debería ser integrado también en la toma de decisiones, porque también forman parte de la universidad. Así que hay un montón que hacer, pero creo que se puede entender fácilmente por qué se desarrollan esas tendencias. Son parte de la imposición del modelo de negocios en todos y cada uno de los aspectos de la vida. Esa es la ideología neoliberal bajo la que el grueso del mundo ha estado viviendo en los últimos 40 años. Es muy dañina para la gente, y ha habido resistencias a ella. Y es digno de mención el que al menos dos partes del mundo han logrado en cierta medida escapar de ella: el Este asiático, que nunca la aceptó realmente, y la América del Sur de los últimos 15 años.

Sobre la pretendida necesidad de “flexibilidad”
“Flexibilidad” es una palabra muy familiar para los trabajadores industriales. Parte de la llamada “reforma laboral” consiste en hacer más “flexible” el trabajo, en facilitar la contratación y el despido de la gente. También esto es un modo de asegurar la maximización del beneficio y el control. Se supone que la “flexibilidad” es una buena cosa, igual que la “mayor inseguridad de los trabajadores”. Dejando ahora de lado la industria, para la que vale lo mismo, en las universidades eso carece de toda justificación. Pongamos un caso en el que se registra submatriculación en algún sitio. No es un gran problema. Una de mis hijas enseña en una universidad; la otra noche me llamó y me contó que su carga lectiva cambiaba porque uno de los cursos ofrecidos había registrado menos matrículas de las previstas. De acuerdo, el mundo no se acabará, se limitaron a reestructurar el plan docente: enseñas otro curso, o una sección extra, o algo por el estilo. No hay que echar a la gente o hacer inseguro su puesto de trabajo a causa de la variación del número de matriculados en los cursos. Hay mil formas de ajustarse a esa variación. La idea de que el trabajo debe someterse a las condiciones de la “flexibilidad” no es sino otra técnica corriente de control y dominación. ¿Por qué no hablan de despedir a los administradores si no hay nada para ellos este semestre? O a los patronos: ¿para qué sirven? La situación es la misma para los altos ejecutivos de la industria; si el trabajo tiene que ser flexible, ¿por qué no la gestión ejecutiva? El grueso de los altos ejecutivos son harto inútiles y aun dañinos, así que ¡librémonos de ellos! Y así indefinidamente. Sólo para comentar noticias de estos últimos días, pongamos el caso de Jamie Dimon, el presidente del consejo de administración del banco JP Morgan Chase: acaba de recibir un substancial incremento en sus emolumentos, casi el doble de su paga habitual, en agradecimiento por haber salvado al banco de las acusaciones penales que habrían mandado a la cárcel a sus altos ejecutivos: todo quedó en multas por un monto de 20 mil millones de dólares por actividades delictivas probadas. Bien, podemos imaginar que librar de alguien así podría ser útil para la economía. Pero no se habla de eso cuando se habla de ”reforma laboral”. Se habla de gente trabajadora que tiene que sufrir, y tiene que sufrir por inseguridad, por no saber de donde sacarán el pan mañana: así se les disciplina y se les hace obedientes para que no cuestionen nada ni exijan sus derechos. Esa es la forma de operar de los sistemas tiránicos. Y el mundo de los negocios es un sistema tiránico. Cuando se impone a las universidades, te das cuenta de que refleja las mismas ideas. No debería ser un secreto.

Sobre el propósito de la educación
Se trata de debates que se retrotraen a la Ilustración, cuando se plantearon realmente las cuestiones de la educación superior y de la educación de masas, no sólo la educación para el clero y la aristocracia. Y hubo básicamente dos modelos en discusión en los siglos XVIII y XIX. Se discutieron con energía harto evocativa. Una imagen de la educación era la de un vaso que se llena, digamos, de agua. Es lo que ahora llamamos “enseñar para el examen”: viertes agua en el vaso y luego el vaso devuelve el agua. Pero es un vaso bastante agujereado, como todos hemos tenido ocasión de experimentar en la escuela: memorizas algo en lo que no tienes mucho interés para poder pasar un examen, y al cabo de una semana has olvidado de qué iba el curso. El modelo de vaso ahora se llama “ningún niño a la zaga”, “enseñar para el examen”, “carrera a la cumbre”, y cosas por el estilo en las distintas universidades. Los pensadores de la Ilustración se opusieron a ese modelo.

El otro modelo se describía como lanzar una cuerda por la que el estudiante pueda ir progresando a su manera y por propia iniciativa, tal vez sacudiendo la cuerda, tal vez decidiendo ir a otro sitio, tal vez planteando cuestiones. Lanzar la cuerda significa imponer cierto tipo de estructura. Así, un programa educativo, cualquiera que sea, un curso de física o de algo, no funciona como funciona cualquier otra cosa; tiene cierta estructura. Pero su objetivo consiste en que el estudiante adquiera la capacidad para inquirir, para crear, para innovar, para desafiar: eso es la educación. Un físico mundialmente célebre cuando, en sus cursos para primero de carrera, se le preguntaba “¿qué parte del programa cubriremos este semestre?”, contestaba: “no importa lo que cubramos, lo que importa es lo que descubráis vosotros”. Tenéis que ganar la capacidad y la autoconfianza en esta asignatura para desafiar y crear e innovar, y así aprenderéis; así haréis vuestro el material y seguir adelante. No es cosa de acumular una serie fijada de hechos que luego podáis soltar por escrito en un examen para olvidarlos al día siguiente.

Son dos modelos radicalmente distintos de educación. El ideal de la Ilustración era el segundo, y yo creo que el ideal al que deberíamos aspirar. En eso consiste la educación de verdad, desde el jardín de infancia hasta la universidad. Lo cierto es que hay programas de ese tipo para los jardines de infancia, y bastante buenos.

Sobre el amor a la docencia

Queremos, desde luego, gente, profesores y estudiantes, comprometidos en actividades que resulten satisfactorias, disfrutables, actividades que sean desafíos, que resulten apasionantes. Yo no creo que eso sea tan difícil. Hasta los niños pequeños son creativos, inquisitivos, quieren saber cosas, quieren entenderlas, y a no ser que te saquen eso a la fuerza de la cabeza, el anhelo perdura de por vida. Si tienes oportunidades para desarrollar esos compromisos y preocuparte por esas cosas, son las más satisfactorias de la vida. Y eso vale lo mismo para el investigador en física que para el carpintero; toenes que intentar crear algo valioso, lidiar con problemas difíciles y resolverlos. Yo creo que que eso es lo que hace del trabajo el tipo de actividad que quieres hacer; y la haces aun cuando no estés obligado a hacerla. En una universidad que funcione razonablemente, encontrarás gente que trabaja todo el tiempo porque les gusta lo que hacen; es lo que quieren hacer; se les ha dado la oportunidad, tienen los recursos, se les ha animado a ser libres e independientes y creativos: ¿qué mejor que eso? Y eso también puede hacerse en cualquier nivel.

Vale la pena reflexionar un poco sobre algunos de los programas educativos imaginativos y creativos que se desarrollan en los distintos niveles. Así, por ejemplo, el otro día alguien me contaba de un programa que usa en las facultades, un programa de ciencia en el que se plantea a los estudiantes una interesante cuestión: “¿Cómo puede ser que un mosquito vuela bajo la lluvia?” Difícil cuestión, cuando se piensa un poco en ella. Si algo impactara en un ser humano con la fuerza de una gota de agua que alcanza a un mosquito, lo abatiría inmediatamente. ¿Cómo puede, pues, el mosquito evitar el aplastamiento inmediato? ¿Cómo puede seguir volando? Si quieres seguir dándole vueltas a este asunto –dificilísimo asunto—, tienes que hacer incursiones en las matemáticas, en la física y en la biología y plantearte cuestiones lo suficientemente difíciles como para verlas como un desafío que despierta la necesidad de responderlas.

Eso es lo que debería ser la educación en todos los niveles, desde el jardín de infancia. Hay programas para jardines de infancia en los que se da a cada niño, por ejemplo, una colección de pequeñas piezas: guijarros, conchas, semillas y cosas por el estilo. Se propone entonces a la clase la tarea de descubrir cuáles son las semillas. Empieza con lo que llaman una “conferencia científica”: los nenes hablan entre sí y tratan de imaginarse cuáles son semillas. Y, claro, hay algún maestro que orienta, pero la idea es dejar que los niños vayan pensando. Luego de un rato, intentan varios experimentos tendentes a averiguar cuáles son las semillas. Se le da a cada niño una lupa y, con ayuda del maestro, rompe una semilla y mira dentro y encuentra el embrión que hace crecer a la semilla. Esos niños aprenden realmente algo: no sólo algo sobre las semillas y sobre lo que las hace crecer; también aprenden algo sobre los procesos de descubrimiento. Aprenden a gozar con el descubrimiento y la creación, y eso es lo que te permitirá comportarte de manera independiente fuera del aula, fuera del curso.

Lo mismo vale para toda la educación, hasta la universidad. En un seminario universitario razonable, no esperas que los estudiantes tomen apuntes literales y repitan todo lo que tu digas; lo que esperas es que te digan si te equivocas, o que vengan con nuevas ideas desafiantes, que abran caminos que no habían sido pensados antes. Eso es lo que es la educación en todos los niveles. No consiste en instilar información en la cabeza de alguien que luego la recitará, sino que consiste en capacitar a la gente para que lleguen a ser personas creativas e independientes y puedan encontrar gusto en el descubrimiento y la creación y la creatividad a cualquier nivel o en cualesquiera dominios a los que les lleven sus intereses.

Sobre el uso de la retórica empresarial contra el asalto empresarial a la universidad
Eso es como plantearse la tarea de justificar ante el propietario de esclavos que nadie debería ser esclavo. Estáis aquí en un nivel de la indagación moral en el que resulta harto difícil encontrar respuestas. Somos seres humanos con derechos humanos. Es bueno para el individuo, es bueno para la sociedad y hasta es bueno para la economía en sentido estrecho el que la gente sea creativa e independiente y libre. Todo el mundo sale ganando de que la gente sea capaz de participar, de controlar sus destinos, de trabajar con otros: puede que eso no maximice los beneficios ni la dominación, pero ¿por qué tendríamos que preocuparnos de esos valores?

Un consejo a las organizaciones sindicales de los profesores precarios
Ya sabéis mejor que yo lo que hay que hacer, el tipo de problemas a los que os enfrentáis. Seguid adelante y haced lo que tengáis que hacer. No os dejéis intimidar, no os amedrentéis, y reconoced que el futuro puede estar en nuestras manos si queremos que lo esté.

Traducción para www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro

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http://www.counterpunch.org/2014/02/28/on-academic-labor/27

segunda-feira, 14 de maio de 2012

O DECLIVE DA ECONOMIA NORTE-AMERICANA

Fonte da imagem AQUI.
Plutonomía y precariado: el declive de la economía estadounidense  
Noam Chomsky · · · · · 

El movimiento “Ocupemos” ha experimentado un desarrollo estimulante. Hasta donde mi memoria alcanza, no ha habido nunca nada parecido. Si consigue reforzar sus lazos y las asociaciones que se han creado en estos meses a lo largo del oscuro periodo que se avecina –no habrá victoria rápida– podría protagonizar un momento decisivo en la historia de los Estados Unidos.

La singularidad de este movimiento no debería sorprender. Después de todo, vivimos una época inédita, que arranca en 1970 y que ha supuesto un auténtico punto de inflexión en la historia de los Estados Unidos. Durante siglos, desde sus inicios como país, fueron una sociedad en desarrollo. Que no lo fueran siempre en la dirección correcta es otra historia. Pero en términos generales, el progreso supuso riqueza, industrialización, desarrollo y esperanza. Existía una expectativa más o menos amplia de que esto seguiría siendo así. Y lo fue, incluso en los tiempos más oscuros.

Tengo edad suficiente para recordar la Gran Depresión. A mediados de los años 30, la situación era objetivamente más dura que la actual. El ánimo, sin embargo, era otro. Había una sensación generalizada de que saldríamos adelante. Incluso la gente sin empleo, entre los que se contaban algunos parientes míos, pensaba que las cosas mejorarían. Existía un movimiento sindical militante, especialmente en el ámbito del Congreso de Organizaciones Industriales. Y se comenzaban a producir huelgas con ocupación de fábricas que aterrorizaban al mundo empresarial –basta consultar la prensa de la época-. Una ocupación, de hecho, es el paso previo a la autogestión de las empresas. Un tema, dicho sea de paso, que está bastante presente en la agenda actual. También la legislación del New Deal comenzaba a ver la luz a resultas de la presión popular. A pesar de que los tiempos eran duros, había una sensación, como señalaba antes, de que se acabaría por “salir de la crisis”.

Hoy las cosas son diferentes. Entre buena parte de la población de los Estados Unidos reina una marcada falta de esperanza que a veces se convierte en desesperación. Diría que esta realidad es bastante nueva en la historia norteamericana. Y tiene, desde luego, una base objetiva.

La clase trabajadora

En los años 30’ del siglo pasado los trabajadores desempleados podían pensar que recuperarían sus puestos de trabajo. Actualmente, con un nivel de paro similar al existente durante la Depresión, es improbable, si la tendencia persiste, que un trabajador manufacturero vaya a recuperar el suyo. El cambio tuvo lugar hacia 1970 y obedece a muchas razones. Un factor clave, bien analizado por el historiador económico Robert Brenner, fue la caída del beneficio en el sector manufacturero. Pero también hubo otros. La reversión, por ejemplo, de varios siglos de industrialización y desarrollo. Por supuesto, la producción de manufacturas continuó del otro lado del océano, pero en perjuicio, y no en beneficio, de las personas trabajadoras. Junto a estos cambios, se produjo un desplazamiento significativo de la economía del ámbito productivo –de cosas que la gente necesitara o pudiera usar- al de la manipulación financiera. Fue entonces, en efecto, cuando la financiarización de la economía comenzó a extenderse.

Los bancos

Antes de 1970, los bancos eran bancos. Hacían lo que se espera que un banco haga en una economía capitalista: tomar fondos no utilizados de una cuenta bancaria, por ejemplo, y darles una finalidad potencialmente útil como ayudar a una familia a que se compre una casa o a que envíe a su hijo a la escuela. Esto cambió de forma dramática en los setenta. Hasta entonces, y desde la Gran Depresión, no había habido crisis financieras. Los años cincuenta y sesenta fueron un periodo de gran crecimiento, el más alto en la historia de los Estados Unidos y posiblemente en la historia económica. Y fue igualitario. Al quintil más bajo de la sociedad le fue tan bien como al más alto. Mucha gente accedió a formas de vida más razonables –de “clase media”, como se llamó aquí, de “clase trabajadora”, en otros países–. Los sesenta, por su parte, aceleraron el proceso. Tras una década un tanto sombría, el activismo de aquellos años civilizó el país de forma muchas veces duradera. Con la llegada de los setenta, se produjeron una serie de cambios abruptos y profundos: desindustrialización, deslocalización de la producción y un mayor protagonismo de las instituciones financieras, que crecieron enormemente. Yo diría que entre los años cincuenta y sesenta se produjo un fuerte desarrollo de lo que décadas después se conocería como economía de alta tecnología: computadores, Internet y revolución de las tecnologías de la información, que se desarrollaron sustancialmente en el sector estatal. Estos cambios generaron un círculo vicioso. Condujeron a una creciente concentración de riqueza en manos del sector financiero, pero no beneficiaron a la economía (más bien la perjudicaron, al igual que a la sociedad).

Política y dinero

La concentración de riqueza trajo consigo una mayor concentración de poder político. Y la concentración de poder político dio lugar a una legislación que intensificaría y aceleraría el ciclo. Esta legislación, bipartidista en lo esencial, comportó la introducción de nuevas políticas fiscales, así como de medidas desreguladoras del gobierno de las empresas. Junto a este proceso, se produjo un aumento importante del coste de las elecciones, lo que hundió aún más a los partidos políticos en los bolsillos del sector empresarial.

Los partidos, en realidad, comenzaron a degradarse por diferentes vías. Si una persona aspiraba a un puesto en el Congreso, como la presidencia de una comisión, lo normal era que lo obtuviera a partir de su experiencia y capacidad personal. En solo un par de años, tuvieron que comenzar a contribuir a los fondos del partido para lograrlo, un tema bien estudiado por gente como Tom Ferguson. Esto, como decía, aumentó la dependencia de los partidos del sector empresarial (y sobre todo, del sector financiero).

Este ciclo acabó con una tremenda concentración de riqueza, básicamente en manos del primer uno por ciento de la población. Mientras tanto, se abrió un período de estancamiento e incluso de decadencia para la mayoría de la gente. Algunos salieron adelante, pero a través de medios artificiales como la extensión de la jornada de trabajo, el recurso al crédito y al sobreendeudamiento o la apuesta por inversiones especulativas como las que condujeron a la reciente burbuja inmobiliaria. Muy pronto, la jornada laboral acabó por ser más larga en Estados Unidos que en países industrializados como Japón o que otros en Europa. Lo que se produjo, en definitiva, fue un período de estancamiento y de declive para la mayoría unido a una aguda concentración de riqueza. El sistema político comenzó así a disolverse.

Siempre ha existido una brecha entre la política institucional y la voluntad popular. Ahora, sin embargo, ha crecido de manera astronómica. Constatarlo no es difícil. Basta ver lo que está ocurriendo con el gran tema que ocupa a Washington: el déficit. El gran público, con razón, piensa que el déficit no es la cuestión principal. Y en verdad no lo es. La cuestión importante es la falta de empleo. Hay una comisión sobre el déficit pero no una sobre el desempleo. Por lo que respecta al déficit, el gran público tiene su posición. Las encuestas lo atestiguan. De forma clara, la gente apoya una mayor presión fiscal sobre los ricos, la reversión de la tendencia regresiva de estos años y la preservación de ciertas prestaciones sociales. Las conclusiones de la comisión sobre el déficit seguramente dirán lo contrario. El movimiento de ocupación podría proporcionar una base material para tratar de neutralizar este puñal que apunta al corazón del país.

Plutonomía y precariado

Para el grueso de la población –el 99%, según el movimiento Ocupemos– estos tiempos han sido especialmente duros, y la situación podría ir a peor. Podríamos asistir, de hecho, a un período de declive irreversible. Para el 1% -e incluso menos, el 0,1%- todo va bien. Son más ricos que nunca, más poderosos que nunca y controlan el sistema político, de espaldas a la mayoría. Si nada se lo impide, ¿por qué no continuar así?

Tomemos el caso de Citigroup. Durante décadas, ha sido uno de los bancos de inversión más corruptos. Sin embargo, ha sido rescatado una y otra vez con dinero de los contribuyentes. Primero con Reagan y ahora nuevamente. No incidiré aquí en el tema de la corrupción, pero es bastante alucinante. En 2005, Citigroup sacó unos folletos para inversores bajo el título: “Plutonomía: comprar lujo, explicar los desequilibrios globales”. Los folletos animaban a los inversores a colocar dinero en un “índice de plutonomía”. “El mundo –anunciaban- se está dividiendo en dos bloques: la plutonomía y el resto”.

La noción de plutonomía apela a los ricos, a los que compran bienes de lujo y todo lo que esto conlleva. Los folletos sugerían que la inclusión en el “índice de plutonomía” contribuiría a mejorar los rendimientos de los mercados financieros. El resto bien podía fastidiarse. No importaba. En realidad, no eran necesarios. Estaban allí para sostener a un Estado poderoso, que rescataría a los ricos en caso de que se metieran en problemas. Ahora, estos sectores suelen denominarse “precariado” –gente que vive una existencia precaria en la periferia de la sociedad–. Solo que cada vez es menos periférica. Se está volviendo una parte sustancial de la sociedad norteamericana y del mundo. Y los ricos no lo ven tan mal.

Por ejemplo, el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, llegó a ir al Congreso, durante la gestión de Clinton, a explicar las maravillas del gran modelo económico que tenía el honor de supervisar. Fue poco antes del estallido del crack en el que tuvo una responsabilidad clarísima. Todavía se le llamaba “San Alan” y los economistas profesionales no dudaban en describirlo como uno de los más grandes. Dijo que gran parte del éxito económico tenía que ver con la “creciente inseguridad laboral”. Si los trabajadores carecen de seguridad, si forman parte del precariado, si viven vidas precarias, renunciarán a sus demandas. No intentarán conseguir mejores salarios o mejores prestaciones. Resultarán superfluos y será fácil librarse de ellos. Esto es lo que, técnicamente hablando, Greenspan llamaba una economía “saludable”. Y era elogiado y enormemente admirado por ello.

La cosa, pues, está así: el mundo se está dividiendo en plutonomía y precariado –el 1 y el 99 por ciento, en la imagen propagada por el movimiento Ocupemos. No se trata de números exactos, pero la imagen es correcta. Ahora, es la plutonomía quien tiene la iniciativa y podría seguir siendo así. Si ocurre, la regresión histórica que comenzó en los años setenta del siglo pasado podría resultar irreversible. Todo indica que vamos en esa dirección. El movimiento Ocupemos es la primera y más grande reacción popular a esta ofensiva. Podría neutralizarla. Pero para ello es menester asumir que la lucha será larga y difícil. No se obtendrán victorias de la noche a la mañana. Hace falta crear estructuras nuevas, sostenibles, que ayuden a atravesar estos tiempos difíciles y a obtener triunfos mayores. Hay un sinnúmero de cosas, de hecho, que podrían hacerse.

Hacia un movimiento de ocupación de los trabajadores

Ya lo mencioné antes. En los años treinta del siglo pasado, las huelgas con ocupación de los lugares de trabajo eran unas de las acciones más efectivas del movimiento obrero. La razón era sencilla: se trataba del paso previo a la toma de las fábricas. En los años setenta, cuando el nuevo clima de contrarreforma comenzaba a instalarse, todavía pasaban cosas importantes. En 1977, por ejemplo, la empresa US Steel decidió cerrar una de sus sucursales en Youngstown, Ohio. En lugar de marcharse, simplemente, los trabajadores y la comunidad se propusieron unirse y comprarla a los propietarios para luego convertirla en una empresa autogestionada. No ganaron. Pero de haber conseguido el suficiente apoyo popular, probablemente lo habrían hecho. Gar Alperovitz y Staufhton Lynd, los abogados de los trabajadores, han analizado con detalle esta cuestión. Se trató, en suma, de una victoria parcial. Perdieron, pero generaron otras iniciativas. Esto explica que hoy, a lo largo de Ohio y de muchos otros sitios, hayan surgido cientos, quizás miles de empresas de propiedad comunitaria, no siempre pequeñas, que podrían convertirse en autogestionadas. Y esta sí es una buena base para una revolución real.

Algo similar pasó en la periferia de Boston hace aproximadamente un año. Una multinacional decidió cerrar una instalación rentable que producía manufacturas con alta tecnología. Evidentemente, para ellos no era lo suficientemente rentable. Los trabajadores y los sindicatos ofrecieron comprarla y gestionarla por sí mismos. La multinacional se negó, probablemente por consciencia de clase. Creo que no les hace ninguna gracia que este tipo de cosas pueda ocurrir. Si hubiera habido suficiente apoyo popular, algo similar al actual movimiento de ocupación de las calles, posiblemente habrían tenido éxito.

Y no es el único proceso de este tipo que está teniendo lugar. De hecho, se han producido algunos con una entidad mayor. No hace mucho, el presidente Barack Obama tomó el control estatal de la industria automotriz, la propiedad de la cual estaba básicamente en manos de una miríada de accionistas. Tenía varias posibilidades. Pero escogió esta: reflotarla con el objetivo de devolverla a sus dueños, o a un tipo similar de propiedad que mantuviera su estatus tradicional. Otra posibilidad era entregarla a los trabajadores, estableciendo las bases de un sistema industrial autogestionado que produjera cosas necesarias para la gente. Son muchas, de hecho, las cosas que necesitamos. Todos saben o deberían saber que los Estados Unidos tienen un enorme atraso en materia de transporte de alta velocidad. Es una cuestión seria, que no sólo afecta la manera en que la gente vive, sino también la economía. Tengo una historia personal al respecto. Hace unos meses, tuve que dar un par de charlas en Francia. Había que tomar un tren desde Avignon, al sur, hasta el aeropuerto Charles de Gaulle, en París. La distancia es la misma que hay entre Washington DC y Boston. Tardé dos horas. No sé si han tomado el tren que va de Washington a Boston. Opera a la misma velocidad que hace sesenta años, cuando mi mujer y yo nos subimos por primera vez. Es un escándalo.

Nada impide hacer en los Estados Unidos lo que se hace en Europa. Existe la capacidad y una fuerza de trabajo cualificada. Haría falta algo más de apoyo popular, pero el impacto en la economía sería notable. El asunto, sin embargo, es aún más surrealista. Al tiempo que desechaba esta opción, la administración Obama envió a su secretario de transportes a España para conseguir contratos en materia de trenes de alta velocidad. Esto se podría haber hecho en el cinturón industrial del norte de los Estados Unidos, pero ha sido desmantelado. No son, pues, razones económicas las que impiden desarrollar un sistema ferroviario robusto. Son razones de clase, que reflejan la debilidad de la movilización popular.

Cambio climático y armas nucleares

Hasta aquí me he limitado a las cuestiones domésticas, pero hay dos desarrollos peligrosos en el ámbito internacional, una suerte de sombra que planea sobre todo lo el análisis. Por primera vez en la historia de la humanidad, hay amenazas reales a la supervivencia digna de las especies.

Una de ellas nos ha estado rondando desde 1945. Es una especie de milagro que la hayamos sorteado. Es la amenaza de la guerra nuclear, de las armas nucleares. Aunque no se habla mucho de ello, esta amenaza no ha dejado de crecer con el gobierno actual y sus aliados. Y hay que hacer algo antes de que estemos en problemas serios.

La otra amenaza, por supuesto, es la catástrofe ambiental. Prácticamente todos los países en el mundo están tratando de hacer algo al respecto, aunque sea de manera vacilante. Los Estados Unidos también, pero para acelerar la amenaza. Son el único país de los grandes que no ha hecho nada constructivo para proteger el medio ambiente, que ni siquiera se ha subido al tren. Es más, en cierta medida, lo están empujando hacia atrás. Todo esto está ligado a la existencia de un gigantesco sistema de propaganda que el mundo de los negocios despliega con orgullo y desfachatez con el objetivo de convencer a la gente de que el cambio climático es una patraña de los progres “¿Por qué hacer caso a estos científicos?”.

Estamos viviendo una auténtica regresión a tiempos muy oscuros. Y no lo digo en broma. De hecho, si se piensa que esto está pasando en el país más poderoso y rico de la historia, la catástrofe parece inevitable. En una generación o dos, cualquier otra cosa de la que hablemos carecerá de importancia. Hay que hacer algo, pues, y hacerlo pronto, con dedicación y de manera sostenible. No será sencillo. Habrá, por descontado, obstáculos, dificultades, fracasos. Es más: si el espíritu surgido el año pasado, aquí y en otros rincones del mundo, no crece y consigue convertirse en una fuerza de peso en el mundo social y político, las posibilidades de un futuro digno no serán muy grandes.

Noam Chomsky es profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Universalmente reconocido como renovador de la lingüística contemporánea, es el autor vivo más citado, el intelectual público más destacado de nuestro tiempo y una figura política emblemática de la resistencia antiimperialista mundial.

Traducción para www.sinpermiso.info: Gerardo Pisarello
 
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sábado, 14 de fevereiro de 2009

"Exterminem todos os brutos": Gaza 2009


O poder dos homens do Hamas permanece intacto, e a maior parte dos que sofreram em Gaza é de civis: um resultado positivo, segundo uma doutrina muito bem difundida, a do terrorismo de Estado. Israel calculou que seria vantajoso parecer que “estava ficando louco”, causando terror largamente desproporcional à população. O recado era claro: deixem de apoiar o Hamas. Enquanto isso, observamos calmamente um evento raro na história, que o velho sociólogo israelense, Baruch Kimmerling, chamou de “politicídio”, o assassinato de uma nação.

Noam Chomsky, em CARTA MAIOR

Artigo publicado originalmente no site de Noam Chomsky, em 19 de janeiro de 2009, um dia antes da posse do presidente dos EUA, Barack Obama.

No sábado, 27 de dezembro, teve início o mais recente ataque de EUA-Israel contra palestinos desamparados. O ataque foi meticulosamente planejado, por mais de seis meses, de acordo com a imprensa israelense. O plano tinha dois componentes: militar e propaganda. Baseou-se nas lições da invasão israelense do Líbano em 2006, que foi considerada pobremente planejada e mal divulgada. Podemos, então, estar razoavelmente confiantes em que a maior parte do que vem sendo feito e dito foi intencional e programado.

Isso certamente inclui o momento do ataque: pouco antes do meio-dia, quando as crianças estavam retornando da escola e multidões circulavam nas ruas densamente povoadas da Cidade de Gaza. Levou apenas poucos minutos para matar mais de 225 pessoas e ferir 700, um auspicioso começo de massacre em massa de civis indefesos, presos numa minúscula jaula sem saída.

Na sua retrospectiva “Inventário das Conquistas da Guerra de Gaza”, o correspondente do New York Times, Ethan Bronner, citou um dos mais significativos desses ganhos. Israel calculou que seria vantajoso parecer que “estava ficando louco”, causando terror largamente desproporcional, uma doutrina cujos traços remontam aos anos 50. “Os palestinos em Gaza entenderam a mensagem no primeiro dia”, escreveu Bronner, “quando os aviões de guerra de Israel atacaram numerosos alvos simultaneamente no meio da manhã de um sábado. Uns 200 morreram instantaneamente, surpreendendo o Hamas e na verdade toda Gaza”. A tática do “estava ficando louco” aparentemente tinha sido bem sucedida, concluiu Bronner: há “certas indicações de que a população de Gaza sentiu tanta dor com essa guerra que buscará pôr um freio no Hamas”, o governo eleito. Essa é outra velha doutrina do terrorismo de estado. Eu não lembro, incidentalmente, da retrospectiva do Times “Inventário das Conquistas da Guerra da Chechênia”, ainda que nesta os ganhos tenham sido grandiosos.

O meticuloso plano também incluía o término do assalto, cuidadosamente marcado para logo antes da posse, a fim de minimizar a (remota) ameaça de que Obama pudesse dizer algumas palavras críticas a esses viciosos crimes apoiados pelos EUA.

Duas semanas depois do Sabbath que inaugurou o assalto, com Gaza já espatifada e com o número de mortos chegando a 1000, a agência das Nações Unidas UNRWA, da qual muitos habitantes de Gaza dependem para sobreviver, anunciou que o exército israelense proibiu o carregamento de ajuda para Gaza, alegando que as estradas estavam fechadas devido ao Sabbath. Para honrar o dia sagrado, aos palestinos no limite de sobrevivência deveriam ser negados comida e medicamentos, enquanto centenas podem ser massacrados pelos aviões de bombardeio norte-americanos e por helicópteros.

Crueldade e cinismo em notas de rodapé

A rigorosa observância do Sabbath nesse duplo sentido atraiu pouco noticiário. O que faz sentido. Nos anais da criminalidade norteamericana-israelense, tamanha crueldade e tamanho cinismo merecem pouco mais que uma nota de rodapé. São também familiares. Para citar um paralelo relevante, em Junho de 1982 a invasão israelense apoiada pelos EUA no Líbano começou com um bombardeio do campo de refugiados palestinos de Sabra e Shatila, que depois iriam se tornar famosos como lugares de massacres terríveis supervisionados pelas IDF (Forças de “Defesa” Israelenses, o exército de Israel). O bombardeio atingiu o hospital local – o hospital de Gaza – e matou mais de 200 pessoas, de acordo com o relato de uma testemunha ocular, um acadêmico norte-americano especialista em Oriente Médio. O massacre foi o ato inicial de uma invasão que chacinou entre 15 e 20 mil pessoas e destruiu a maior parte do sul do Líbano e Beirute, e se realizou com o crucial apoio militar e diplomático dos EUA. Isso inclui vetos nas resoluções do Conselho de Segurança visando a deter a agressão criminosa que estava sendo cometida, e mal escondida, para defender Israel da ameaça de um acordo político pacífico, contrário a muitas fabricações convenientes relativas ao sofrimento dos israelenses sob intensos foguetes, uma fantasia de apologistas.

Tudo isso é normal e bastante discutido abertamente pelos altos oficiais israelenses. Trinta anos atrás o alto comandante do exército israelense, Mordechai Gur observou que desde 1948 “temos lutado contra uma população que vive em vilas e cidades”. Como o mais proeminente analista militar, Zeev Schiff resumiu em suas observações, “o exército israelense sempre atacou populações civis, proposital e conscientemente...o exército”, disse ele, “nunca distinguiu alvos civis [de militares]...mas propositalmente atacou alvos civis”. As razões foram apresentadas pelo distinto homem de estado Abba Eban: “havia um projeto racional, em última análise alcançado, de que as populações afetadas iriam fazer pressão para que as hostilidades cessassem”. O efeito, como Eban entendeu bem, seria permitir a Israel implementar, sem distúrbios, seus programas de expansão ilegal e de repressão áspera.

Eban estava comentando uma análise do primeiro ministro Begin, do governo trabalhista, sobre os ataques desferidos contra civis, apresentando um quadro, disse Eban, “em que Israel brutalmente inflinge morte e aflição em populações civis, num estado de ânimo reminiscente de regimes que nem o senhor Begin nem eu ousaríamos mencionar os nomes”. Eban não contestava os fatos analisados por Begin, mas o criticava por tê-los exposto publicamente. Não concernia a Eban, nem a seus admiradores, que sua defesa do sólido terror de estado também seja reminiscente de regimes que ele não ousaria mencionar o nome.

A tentativa de "educar" o Hamas

As justificações de Eban do terror de estado são tomadas como convincentes por autoridades respeitadas. Enquanto o recente ataque israelo-estadunidense ainda fazia barulho, o colunista do Times, Thomas Friedman, explicava que a tática atual de Israel, como aquela adotada durante a invasão do Líbano em 2006, estava baseada num princípio louvável: “tentar educar” o Hamas, ao inflingir perdas pesadas aos seus militantes e sofrimentos terríveis à população de Gaza”. Isso se compreende em termos pragmáticos, como foi o caso no Líbano, em que “a única dissuasão de longo prazo foi expor os civis – as famílias e empregados dos militantes – a calamidades, para que eles não apóiem o Hizbollah no futuro”. E, por uma lógica similar, o esforço de Bin Laden para “educar” os americanos no 11 de Setembro foi altamente louvável, bem como os ataques nazistas a Lídice e Oradour, a destruição que Putin causou em Grozny, e outras notáveis tentativas de “educação”.

Israel tem envidado esforços para tornar clara sua dedicação a esses princípios reguladores. O correspondente do New York Times, Stephen Erlanger, reporta que os grupos israelenses de direitos humanos estão “perturbados com os ataques israelenses em prédios que acreditam devam ser classificados como civis, como o parlamento, as delegacias de polícia e o palácio presidencial” - e, podemos acrescentar, vilas, casas, campos de refugiados densamente povoados, sistemas de água e esgoto, hospitais, escolas e universidades, mesquitas, instalações de ajuda humanitária das Nações Unidas, ambulâncias e na verdade qualquer coisa que possa aliviar a dor de vítimas sem valor. Um oficial sênior da inteligência do IDF explicou que o exército “atacou ambos os aspectos do Hamas – sua ala de resistência ou militar e seu dawa, ou ala social”, esta última, um eufemismo para a sociedade civil. “Ele argumentou que o Hamas era um todo”, continua Erlanger, “e, numa guerra, seus instrumentos de controle político e social eram alvos tão legítimos com o são seus abrigos dos foguetes”.

Nem Erlanger nem seus editores acrescentaram qualquer comentário quanto à defesa aberta e à prática de terrorismo em massa alvejando civis, embora correspondentes e colunistas afirmem sua tolerância e mesmo a defesa de crimes de guerra, como já se notou. Mas, para manter a regra, Erlanger não deixa de enfatizar que os foguetes do Hamas são “uma óbvia violação do princípio de discriminação e se encaixa na clássica definição de terrorismo”.

Assim como outros especialistas em Oriente Médio familiarizados com a região, Fawwaz Gerges observa que “o que os oficiais israelenses e seus aliados americanos não avaliam é que o Hamas não é apenas uma milícia armada, mas um movimento social com uma grande base popular profundamente consolidada na sociedade”. Portanto, quando eles levam ao cabo seus planos de destruir a “ala social” do Hamas, estão visando a destruir a sociedade palestina.

Talvez Gerges esteja sendo gentil demais. É muitíssimo improvável que os oficiais israelenses e norte-americanos – ou a mídia e outros colunistas – não tenham uma avaliação desses fatos. Antes, eles implicitamente adotam a perspectiva tradicional daqueles que monopolizam os meios de violência: com um soco norte-americano esmagamos toda oposição, e se o saldo civil de nossos ataques brutais é pesado, também é bom: pode ser que os sobreviventes venham a ser convenientemente educados.

"São vileiros com armas"

Os oficiais israelenses entendem claramente que estão destruindo a sociedade civil palestina. Ethan Bronner cita um coronel israelense que diz que ele e seus homens não estão muito “impressionados com os combatentes do Hamas”. “São vileiros com armas”, declarou um atirador num blindado de transporte da tropa. Eles parecem com essas vítimas da criminosa operação “mão de ferro” do IDF no sul ocupado do Líbano, em 1985, dirigida por Shimon Peres, um dos maiores líderes terroristas da era da “Guerra contra o Terror” de Reagan. Durante essas operações, os comandantes israelenses e os analistas de estratégia explicaram que as vítimas eram “vileiros terroristas” difíceis de erradicar, porque “esses terroristas operam com o apoio da maior parte da população local.” Um comandante israelense reclamou que “o terrorista... tem muitos olhos aqui, porque ele vive aqui”, enquanto o correspondente militar do Jerusalém Post descreveu os problemas que as forças israelenses enfrentaram, combatendo “mercenários terroristas”, “fanáticos suficientemente dedicados a suas causas a ponto de correrem o risco de serem mortos enquanto lutam contra as IDF”, que deve “manter a ordem e a segurança” no sul ocupado do Líbano, a despeito 'do preço' que os seus habitantes terão de pagar”. O problema tem sido familiar aos dos norte-americanos no Vietnã do Sul, aos dos russos no Afeganistão, aos dos alemães na Europa ocupada, e a outros agressores que vêem a si como implementando a doutrina Gur-Eban-Friedman.

Gerges acredita que o terror israelo-norte-americano vai fracassar. O Hamas, ele escreve, “não pode ser exterminado sem que 500 mil palestinos sejam massacrados. Se Israel for bem sucedido matando os líderes mais antigos do Hamas, uma nova geração, mais radical que essa, rapidamente os substituirá. Hamas é um fato da vida. Ele não vai desaparecer, e não vai levantar a bandeira branca, não importa quantas perdas sofra”.

Talvez, mas sempre há uma tendência a subestimar a eficácia da violência. É particularmente esquisito que uma crença como essa se sustente nos EUA. Por que eles estão aqui?

O Hamas é frequentemente descrito como “apoiado pelo Irã, que quer a destruição de Israel”. Será difícil encontrar algo como “democraticamente eleito Hamas, que há muito vem demandando um acordo pelos dois estados com base no consenso internacional” - bloqueado por trinta anos pelos EUA e Israel, que rejeitam o direito dos palestinos à autodeterminação. Tudo isso é verdade, mas não é útil para a agenda [Party Line], portanto, é dispensável.

Esses detalhes mencionados acima, ainda que menores, nos ensinam algo a respeito de nós mesmos e de nossos clientes. Entre outras coisas. Para mencionar uma delas, quando o último assalto israelo-norte-americano em Gaza começou, um pequeno barco, o Dignity, estava a caminho de Gaza, vindo do Chipre. Os médicos e ativistas dos direitos humanos que estavam a bordo pretendiam furar o bloqueio criminoso de Israel e levar suprimentos médicos à população aprisionada. A Marinha Israelense interceptou o barco em águas internacionais, bateu e quase o afundou, até o Dignity se dirigisse a duras penas para o Líbano. Israel publicou suas mentiras de rotina, refutada por jornalistas e passageiros a bordo, inclusive o correspondente da CNN, Karl Penhaul, e a representante norte-americana, ex-candidata a presidente pelo Partido Verde, Cynthia McKinney.

Esse é um crime sério – muito pior, por exemplo, do que sequestrar barcos na costa da Somália. Foi pouco noticiado. A aceitação tácita desses crimes reflete o entendimento de que Gaza é um território ocupado, e que Israel está autorizado a implementar seus programas de punição da população civil por desobedecer aos seus comandos – sob os pretextos aos quais sempre retornamos, quase universalmente aceitos, mas claramente frouxos.

Mais uma vez, a falta de atenção faz sentido. Por décadas Israel vem sequestrando barcos em águas internacionais entre o Chipre e o Líbano, matando ou sequestrando passageiros, algumas vezes levando-os para as prisões de Israel, inclusive para prisões secretas e câmaras de tortura, para tomá-los como reféns durante anos. Se essas práticas são rotina, por que tratar um novo crime com mais do que um bocejo? O Chipre e o Líbano reagem bastante, mas o que são esses países na ordem das coisas?

Ditadura egípcia, o mais vergonhoso dos regimes árabes

Quem se preocupa, por exemplo, se o editor do Libano Daily Star, geralmente pró-ocidente, escreve que “algo como um milhão e meio de pessoas em Gaza estão sendo submetidas à administração assassina de uma das mais avançadas tecnologicamente, mas moralmente regressivas, máquinas de guerra”? É frequentemente sugerido que os palestinos se tornaram para o mundo árabe o que os judeus eram para a Europa no período pré-Segunda Guerra, e há algo de verdadeiro nessa interpretação. Como algo tão repugnantemente adequado, que, assim como europeus e norte-americanos viraram as costas quandos os nazis perpetravam o holocausto, os árabes estão buscando um jeito de não fazer nada, enquanto os israelenses massacram as crianças palestinas”. Talvez o mais vergonhoso dos regimes árabes seja a brutal ditadura egípcia, a beneficiária de muita ajuda militar norte-americana, além de Israel.

De acordo com a imprensa libanesa, Israel ainda “sequestra rotineiramente civis libaneses do lado libanês da Linha Azul [a fronteira internacional], mais recententemente em Dezembro de 2008". E, é claro, “os aviões israelenses invadem o espaço aéreo libanês, numa violação diária da Resolução 1701 das Nações Unidas” (O acadêmico libanês Amal Saad-Ghorayeb, Daily Star, 13 de Janeiro). Isso também vem acontecendo há muito tempo. Quando condenou a invasão do Líbano em 2006, o proeminente analista estratégico israelense, Zeev Maoz, escreveu na imprensa israelense que:

“Israel violou o espaço aéreo libanês ao levar a cabo missões de reconhecimento quase diariamente, desde a retirada do sul do Líbano, seis anos atrás. É verdade que esses sobrevôos de reconhecimento não causaram quaisquer baixas, mas uma violação de fronteira é uma violação de fronteira. Aqui, também, Israel não tem a moral elevada”.

E em geral não há base para o “consenso estabelecido em Israel de que a guerra contra o Hizbollah no Líbano seja apenas uma guerra moral e justa”, um consenso “baseado numa memória seletiva de curto prazo, numa perspectiva introvertida e segundo critérios dúbios. Essa não é uma guerra justa, o uso da força é excessivo e indiscriminado, e seu fím último é a extorsão”.

Como Maoz também lembra aos seus leitores israelenses que sobrevôos com bombas de som para aterrorizar libaneses são os menores dos crimes de Israel no Líbano, aparte as cinco invasões desde 1978:

“Em 28 de julho de 1988 as Forças Especiais Israelenses sequestraram Sheikh Obeid, e em 21 de maio de 1994 Israel sequestrou Mustafa Dirani, responsável pela captura do piloto israelense Ron Arad [quando ele estava bombardeando o Líbano em 1986]. Israel mantém cativos esses e mais 20 libaneses capturados em circunstâncias não esclarecidas na prisão por longos períodos, sem julgamento. Eles foram usados como 'moeda de barganha' humana. Aparentemente, quando o Hizbollah sequestra israelenses para fins de 'troca' de prisioneiros se trata de algo moralmente repreensível, e militarmente passível de penalidade; mas não se é Israel que está fazendo exatamente a mesma coisa” e numa escala muito maior e ao longo de muitos anos.

As práticas corriqueiras de Israel são significativas mesmo se não levamos em conta o que elas revelam da criminalidade israelense e do apoio que o Ocidente lhe dá. Como indica Maoz, essas práticas revelam a completa hipocrisia da exigência standard de que Israel tinha o direito de invadir o Líbano mais uma vez, em 2006, quando soldados israelenses foram capturados na fronteira, na primeira violação de fronteira protagonizada pelo Hizbollah nos seis anos que se seguiram à retirada de Israel do sul do país que ocupou, violando as ordens do Conselho de Segurança da ONU e retrocedendo 22 anos, enquanto durante esses seis anos Israel violou a fronteira quase diariamente com impunidade e silêncio, do lado de cá.

Mais uma vez, a hipocrisia é rotina. Então Thomas Friedman, enquanto explica como essa sub-raça deve ser “educada” pela violência terrorista, escreve que a invasão israelense do Líbano em 2006, destruindo de novo a maior parte do sul do país e Beirute e matando mais 1000 civis é apenas um ato de autodefesa, respondendo ao crime do Hizbollah de “lançar-se numa guerra não provocada através da fronteira Israel-Líbano reconhecida pelas Nações Unidas, depois da retirada unilateral de Israel do Líbano”.

Deixando de lado a mentira, ataques terroristas muito mais destrutivos e mortíferos contra israelenses do que qualquer um que tenha sido desferido estariam plenamente justificados, em resposta às práticas israelenses no Líbano e em alto mar, que excedem vastamente o crime do Hizbollah de capturar dois soldados na fronteira. O veterano especialista em Oriente Médio do NYT certamente sabe desses crimes, ao menos se leu o próprio jornal em que escreve: por exemplo, o parágrafo 18 de uma história de trocas de prisioneiros em Novembro de 1983 que observa, casualmente, que 37 dos prisioneiros árabes “tinham sido capturados recententemente pela Marinha Israelense enquanto tentavam ir do Chipre a Trípoli”, no norte de Beirute.

"Isso somos nós e aquilo, eles"

É claro que todas essas conclusões sobre ações adequadas contra os ricos e poderosos estão baseadas num vício fundamental: isso somos nós e aquilo, eles. Esse é um princípio crucial, profundamente enraizado na cultura Ocidental, suficiente para solapar até a mais precisa analogia e o mais impecável raciocínio.

Enquanto escrevo, um outro barco se dirige de Chipre para Gaza, “levando suprimentos médicos de urgência em caixas seladas, verificadas pelas alfândegas no Aeroporto Internacional de Larnaca e no Porto de Larnaca”, dizem os organizadores. Os passageiros incluem membros do Parlamento Europeu e médicos. Israel tem sido notificado do seu intento humanitário. Com suficiente pressão popular, eles devem conseguir realizar sua missão em paz.

Os novos crimes que os EUA e Israel vêm cometendo em Gaza nas últimas semanas não se encaixam facilmente em nenhuma categoria standard – à exceção da categoria familiaridade. Eu acabei de dar vários exemplos, e vou retornar a outros. Literalmente, os crimes caem sob a categoria oficial das definições governamentais dos EUA de “terrorismo”, mas essa designação não captura sua enormidade. Eles não podem ser chamados de “agressão”, porque estão sendo conduzidos em território ocupado, como os EUA tacitamente concede. Na sua história geral dos assentamentos israelenses em territórios ocupados, os Senhores da Terra [Lords of the Land], Idit Zertal e Akiva Eldar dizem que, depois de Israel ter retirado suas forças de Gaza em agosto de 2005, o território arruinado não foi liberado “por nem sequer um dia do controle militar israelense ou do preço da ocupação que seus habitantes pagam todos os dias...Israel deixou para trás terra arrasada, serviços devastados e pessoas sem presente nem futuro. Os assentamentos foram destruídos num movimento não generoso de um ocupante não esclarecido, que de fato continua a controlar o território e mata e molesta seus habitantes por meio de seu formidável poder militar” - exercido com extrema selvageria, graças ao apoio fime e à participação dos EUA.

O ataque israelo-norte-americano em Gaza intensificou-se em janeiro de 2006, poucos meses depois da retirada formal dos assentamentos, quando os palestinos cometeram um verdadeiro crime hediondo: eles votaram “errado” numa eleição livre. Como outros, os palestinos aprenderam que não se desobedece impunemente aos comandos do Senhor, que continua a tagarelar seu “anseio por democracia”, sem suscitar ridículo nas classes educadas, outra conquista impressionante.

À medida que os termos “agressão” e “terrorismo” são inadequados, algum termo novo é necessário para a tortura sádica e covarde de um povo enjaulado, sem possibilidade de escapar, enquanto estão sendo reduzidos a pó pelo mais sofisticado dos produtos da tecnologia militar norte-americana – usado na violação de leis internacionais e mesmo das próprias leis norte-americanas, mas por auto-declarados estados fora-da-lei, o que é apenas mais uma tecnicalidade menor.

Também é tecnicalidade menor o fato de que em 31 de dezembro, enquanto os habitantes aterrorizados de Gaza procuravam desesperadamente abrigo do ataque brutal, Washington contratou um navio mercante alemão para transportar da Grécia para Israel um pesado carregamento de 3000 toneladas de munição “não identificada”. Essa expedição “segue o fretamento de um navio comercial que transporta dos EUA para Israel um carregamento muito maior de material bélico, antes do ataques aéreos de dezembro sobre a faixa de Gaza”, disse a Reuters.

Tudo isso mais 21 milhões de dólares em ajuda militar norte-americana fornecida pela administração Bush a Israel, a maioria sob a forma de subvenções. “A intervenção de Israel na Faixa de Gaza foi fortemente alimentada pelas armas fornecidas pelos EUA, pagas com dinheiro dos contribuintes”, informou a New American Foundation, que monitora o comércio de armamento. A última expedição foi interditada por uma decisão do governo grego de impedir a utilização de seus portos para “aprovisionamento do exército de Israel”.

A resposta da Grécia aos crimes israelenses apoiados pelos EUA é bastante diferente da performance covarde da maior parte dos dirigentes da Europa. Essa distinção mostra que Washington talvez tenha sido bastante realista ao tomar a Grécia como parte do Oriente Médio, não da Europa, até o golpe em 1974 da ditadura fascista sustentada pelos EUA. Pode ser que a Grécia seja civilizada demais para fazer parte da Europa.

Caso alguém tenha achado o momento da entrega das armas a Israel curioso, o Pentágono tem uma resposta: o carregamento chegaria muito tarde para que desse tempo de ser usado no ataque à Faixa de Gaza, e o material militar, o que quer que ele seja, devia estar pré-posicionado em Israel para o uso do exército norte-americano. Talvez seja exatamente isso. Um dos numerosos serviços que Israel oferece a seu patrão é o de lhe fornecer uma base militar na periferia de uma das maiores fontes energéticas do mundo. Pode portanto servir de base avançada para uma agressão dos EUA – ou, para utilizar termos técnicos, para “defender a região do Golfo” e “assegurar sua estabilidade”.

O enorme fluxo de armas para Israel serve a muitos propósitos. O analista político do Oriente Médio, Mouin Rabbani, observa que Israel pode testar novas armas contra alvos indefesos. Isso serve a Israel e aos EUA “duplamente, de fato, uma vez que as versões de menor performance dessas mesmas armas são vendidas com preços inflacionados aos estados árabes, que contribuem eficazmente para a indústria miliar dos EUA e para as subvenções militares norte-americanas, em Israel”. Essas são funções suplementares que Israel exerce num Oriente Médio dominado pelos Estados Unidos, e uma das razões pelas quais Israel é tão favorecido pelas autoridades estatais [dos EUA], juntamente a uma série de corporações norte-americanas de alta tecnologia e, é claro, a indústrias militares e de inteligência.

As armas e treinamentos dos EUA desempenharam papel em 20 das 27 maiores guerras em 2007

Deixando Israel de lado, os EUA são de longe o maior fornecedor de armas do mundo. O relatório recente da New American Foundation conclui que “as armas e treinamentos dos EUA desempenharam papel em 20 das 27 maiores guerras em 2007”, obtendo uma receita de 23 bilhões de dólares que aumentou para 32 bilhões, em 2008. É pouco impressionante que, dentre as inúmeras resoluções da ONU a que os EUA se opôs na sessão de dezembro de 2008 estava uma solicitando regulação do comércio de armas. Em 2006, só os EUA votou contra o tratado, mas em novembro de 2008 ganhou um novo parceiro: Zimbábue.

Também houve outros votos notáveis na sessão de dezembro da ONU. Uma resolução relativa ao “direito do povo palestino à autodeterminação” foi aprovada por 173 a 5 (EUA, Israel, dependências das Ilhas Pacíficas; os EUA e Israel com pretextos evasivos). O voto reafirma a postura de rejeição israelo-norte-americana, enveredando no isolamento internacional. Da mesma maneira, uma resolução defendendo a “liberdade universal de viajar e a importância vital do reagrupamento familiar” foi adotada com a oposição de Israel, EUA e as dependências das Ilhas Pacíficas, presumivelmente com os palestinos na cabeça.

Votando contra o direito ao desenvolvimento, os EUA perderam Israel mas ganharam a Ucrânia. Votando contra o “direito à alimentação”, os EUA esteve sozinho, um fato particularmente notável, diante da enorme crise alimentar, obscurecendo a crise financeira que ameaça as economias ocidentais.

Há boas razões por que o registro desses votos é consistentemente escondido e despachado para o recôndito da memória de toda mídia e dos intelectuais conformistas. Não seria inteligente revelar ao público o que os votos de seus representantes implicam. No caso presente seria claramente inútil deixar o público saber que a postura de rejeição de Israel e dos EUA, impedindo um acordo de paz há muito defendido pelo mundo, chega ao extremo de negar aos palestinos até mesmo o direito abstrato de autodeterminação.

Um dos heróicos voluntários em Gaza, o médico norueguês Mads Gilbert descreve a cena de horror como uma “guerra total dirigida contra a população civil de Gaza”. Ele avalia que metade das perdas é de mulheres e crianças. Dentre os homens, quase todos também são civis, em padrões civilizados. Gilbert informa que mal viu, dentre as centenas de corpos, uma perda militar. O IDF concorda. O Hamas “ou combate de longe ou não combate, simplesmente”, disse Ethan Bronner, enquanto informa, “inventariando os ganhos” do ataque israelo-norte-americano.

Então, o poder dos homens do Hamas permanece intacto, e a maior parte dos que sofreram é de civis: um resultado positivo, segundo uma doutrina muito bem difundida.

Essas estimativas foram confirmadas pelo sub-secretário geral da ONU para assuntos humanitários, John Holmes, que informou ser uma “estimativa confiável” a de que a maior parte dos civis mortos eram mulheres e crianças, numa crise humanitária que “está piorando a cada dia, enquanto a violência continua”. Mas poderíamos ficar confortáveis com as palavras da Ministra israelense para Assuntos Estrangeiros, Tzipi Livni, a pomba pacifista da atual campanha eleitoral, que assegurou ao mundo que não há “crise humanitária” em Gaza, graças à benevolência israelense.

Como outros que se preocupam com seres humanos e seus destinos, Gilbert e Holmes imploraram por um cessar-fogo. Mas não agora. “Nas Nações Unidas, os EUA impediu o Conselho de Segurança de fazer uma declaração formal no sábado à noite, pedindo um imediato cessar-fogo”, mencionou, de passagem, o NYT. A razão oficial era que “não há indicação de que o Hamas iria respeitar qualquer acordo”. Nos anais das justificações do deleite de massacrar, essa deve estar entre as mais cínicas. Isso tudo certamente sob Bush e Rice, que seriam em breve substituídos por Obama, o qual repete com compaixão que “se os mísseis caíssem sobre minhas duas filhas dormindo, eu faria tudo para pôr um fim nisso”. Ele fazia referência às crianças israelenses, não às centenas de crianças aos pedaços, na Faixa de Gaza, com armas dos EUA. Além disso, Obama manteve seu silêncio.

Poucos dias depois, sob intensa pressão internacional, os EUA sustentaram uma resolução do Conselho de Segurança apelando a um “cessar-fogo duradouro”. Essa resolução passou por 14 a 0; os EUA se absteve. Os falcões de Israel e dos EUA ficaram enraivecidos porque os EUA não opôs seu veto, como de hábito. A abstenção, contudo, foi suficiente para dar a Israel, senão uma luz verde, pelo menos uma amarela, na escalada de violência a qual se dedicou com afinco até a posse de Obama, conforme o previsto.

Quando o cessar-fogo (teoricamente) entrou em vigor em 18 de janeiro, o Centro Palestino para os Direitos Humanos publicou as cifras do último dia do ataque: 54 palestinos assassinados, incluindo 43 civis desarmados, 17 deles crianças, enquanto o IDF continuou a bombardear casas de civis e escolas da ONU. O número de mortos, eles estimaram, chegou a 1184, incluindo 844 civis, dentre os quais 281 crianças. O IDF continuou a usar bombas incendiárias ao longo da Faixa de Gaza, e a destruir casas e terras cultivadas, forçando civis a deixarem suas casas. Poucas horas depois, a Reuters informou que mais de 1300 tinham sido mortos. A equipe do Centro Al Mezan, que monitora cuidadosamente as baixas e a destruição, visitou áreas que estavam antes inacessíveis por causa do pesado e incessante bombardeio. Eles descobriram dúzias de corpos de civis em decomposição sob as pedras de casas destruídas ou removidas pelas escavadoras israelenses. Quarteirões urbanos inteiros desapareceram.

O número de mortos e feridos certamente está subestimado. E é pouco provável que venha a se instaurar qualquer inquérito sobre essas atrocidades. Crimes de inimigos oficiais estão sujeitos a investigações rigorosas, mas os nossos próprios são sistematicamente ignorados. A prática comum, de novo e compreensível, da parte dos senhores.

A Resolução do Conselho de Segurança pediu a interrupção da chuva de armas em Gaza. Os EUA e Israel (Rice-Livni) rapidamente chegaram a um acordo sobre as medidas para assegurar esse fim, concentrando-se nas armas iranianas. Não há necessidade de interromper o contrabando de armas dos EUA para Israel, porque não há contrabando: o imenso fluxo de armas é bastante público, mesmo quando não é reportado, como no caso da expedição de armas anunciada enquanto ocorria a matança em Gaza.

A Resolução também pedia que se “assegurasse a reabertura sustentável dos pontos de passagem, com base no Acordo sobre os Movimentos e Acesso (AMA) assinado em 2005, entre a Autoridade Palestina e Israel”. Esse acordo estipulava que os acessos para Gaza seriam abertos de maneira contínua e que Israel permitiria a passagem dos bens e das pessoas entre a Cisjordânia e a Faixa de Gaza.

O acordo Rice-Livni não disse coisa alguma quanto a esse aspecto da Resolução do Conselho de Segurança. EUA e Israel já tinham de fato abandonado o Acordo de 2005 como parte da punição aos palestinos por eles terem votado errado na eleição de janeiro de 2006. Na entrevista coletiva de Rice depois do Acordo Rice-Livni, ela enfatizou os esforços constantes para solapar os resultados de uma eleição livre no mundo árabe. “Há muito o que pode ser feito”, disse ela, “para tirar Gaza do reino de trevas do Hamas e a trazer para a luz que a boa governança da Autoridade Palestina pode conduzir” - ao menos enquanto esta permanecer como um cliente leal, tomado pela corrupção e dedicado a conduzir uma repressão severa, quer dizer, obediente.

EUA e Israel entregaram ao Irã uma doce vitória

Retornando de uma viagem ao mundo árabe, Fawwaz Gerges afirmou com força aquilo que outros já haviam reportado sobre o tema. O efeito da ofensiva israelo-norte-americana em Gaza tem sido o enfurecimento das populações e o surgimento de amargura e ressentimento dos agressores e de seus colaboradores. “É suficiente dizer que os países árabes assim chamados de moderados (isto é, aqueles que seguem as ordens de Washington) estão na defensiva, e que a resistência conduzida pelo Irã e pela Síria é a maior beneficiária. Mais uma vez, Israel e a administração Bush entregaram à liderança iraniana uma doce vitória”. Mais ainda, “o Hamas provavelmente emergirá como força política mais poderosa do que antes e vai provavelmente ultrapassar o Fatah, o aparelho de governo do presidente da Autoridade Palestina, Mahmoud Abbas”, o favorito de Rice.

Vale a pena ter em mete que o mundo árabe não está escrupulosamente protegido da única tevê que transmite ao vivo a cobertura do que está acontecendo em Gaza, a saber, a “calma e equilibrada análise do caos e da destruição”, feita pelos extraordinários repórteres da al-Jazeera, que oferece “uma alternativa inflexível aos canais terrestres”, como informou o Financial Times. Em 105 países que carecem das nossas eficientes modalidades de autocensura, as pessoas podem ver o que está acontecendo 24 por dia, e o impacto deve ser muito grande. Nos EUA, o NYT informa que “o quase total blackout a al-Jazeera se deve sem dúvida às críticas agudas que a emissora recebeu do governo dos EUA, nas primeiras etapas da guerra no Iraque, por sua cobertura da invasão norte-americana”. Cheney e Rumsfeld objetaram, então, obviamente, a mídia independente só poderia obedecer.

Há debates bastante sóbrios a respeito do que os ataques visavam a alcançar. Alguns objetivos são comumente discutidos. Entre eles, a retomada da chamada “capacidade de dissuasão” que Israel perdeu nos seus fracassos no Líbano, em 2006 – isto é, a capacidade de aterrorizar qualquer opositor potencial até sua submissão. Há, contudo, objetivos mais fundamentais que tendem a ser ignorados, ainda que eles também pareçam razoavelmente óbvios quando damos uma olhada na história recente.

Israel deixou Gaza em setembro de 2005. Os linha-dura racionais, como Ariel Sharon, o santo padroeiro do movimento dos assentados, entendeu que seria sem sentido subsidiar alguns milhares de assentamentos israelenses nas ruínas de Gaza, protegidos pelo IDF enquanto usam muita terra com recursos escassos. Faria mais sentido tornar Gaza uma das maiores prisões do mundo e transferir os assentamentos para a Cisjordânia, território muito mais valioso, onde Israel é bastante explícito quanto a suas intenções, nas palavras e ainda mais nos atos.

Um objetivo é anexar a terra árabe, o abastecimento de água, e seus agradáveis subúrbios de Jerusalém e Tel Aviv que ladeiam o muro de separação, irrelevantemente declarado ilegal pela Corte Internacional de Justiça. Isso inclui uma Jerusalém vastamente expandida, em violação às solicitações do Conselho de Segurança que datam de 40 anos, também irrelevante. Israel também está tomando para si o Vale do Jordão, algo como um terço da Cisjordânia. O que resta está, portanto, aprisionado e, mais ainda, partido em dois fragmentos por assentamentos judaicos que dividiram o território em 3 pedaços: um no leste da Grande Jerusalém, passando pela cidade de Ma'aleh Adumim, desenvolvida durante os anos Clinton para separar a Cisjordânia; e dois no norte, passando pelas cidades de Ariel e Kedumim. O que sobra para os palestinos está segregado por centenas de checkpoints, a imensa maioria deles, ilegais.

Os checkpoints não tem relação com a segurança de Israel, e se algum deles visa a salvaguardar assentamentos é completamente ilegal, como determina a Corte Internacional de Justiça. Na realidade, o seu maior objetivo é aterrorizar a população palestina e fortificar o que o pacifista isralense Jeff Halper chama de “matriz de controle”, constituída para tornar a vida insuportável para as “bestas-bípedes” que ficarão como “baratas tontas drogadas correndo dentro de uma garrafa” se pretenderem manter suas casas e sua terra. Tudo isso é bastante justo, porque eles são “como gafanhotos, em comparação conosco”, portanto, suas cabeças podem ser “amassadas contra pedras e muros”. Essa terminologia provém do alto comando político e militar israelense, neste caso, reverenciados como “príncipes”. E atitudes moldam políticas.

As pregações das autoridades rabínicas

Os delírios dos comandos militar e político são peixe pequeno se comparados às pregações das autoridades rabínicas. Elas não são figuras marginais. Ao contrário, exercem alta influência no exército e no movimento dos assentados, os quais Zertal e Eldar descrevem como os “senhores da terra”, com enorme impacto na política. Os soldados que estavam lutando no norte de Gaza foram agraciados com uma visita “inspiradora” de dois rabinos importantes, que lhes explicaram que não havia “inocentes” em Gaza, de modo que todos eram alvos legítimos, citando uma passagem dos Salmos, pedindo a Deus que pegue as crianças dos opressores de Israel e as jogue contra as pedras.

Os rabinos não estavam caminhando em terreno desconhecido. Um ano antes, o ex-líder da comunidade sefaradí escreveu ao Primeiro Ministro Olmert, informando-o que todos os civis em Gaza são coletivamente culpados pelos ataques de foguetes, de modo que não havia “absolutamente qualquer proibição moral contra a matança indiscriminada de civis durante uma potencial ofensiva militar massiva em Gaza, visando a interromper o lançamento dos foguetes”, conforme reportou o Jerusalem Post. Seu filho, o grande rabino de Safed, explicou mais elaboradamente:

“Se eles não pararem depois de matarmos 100, então temos de matar mil, e se depois de 1000 não pararem, então devemos matar 10 000. Se ainda assim eles não pararem, devemos matar 100 000, mesmo um milhão. O que quer que tenha de ser feito para fazer eles pararem”.

Pontos de vista similares são expressos por proeminentes figuras seculares americanas. Quando Israel invadiu o Líbano em 2006, o professor da Faculdade de Direito da Universidade Harvard, Alan Dershowitz, explicou no Huffington Post, um jornal liberal online, que todos os libaneses são alvos legítimos da violência de Israel. Os cidadãos libaneses estão “pagando o preço” por apoiarem o “terrorismo” - isto é, por apoiarem a resistência à invasão israelense. De acordo com esse raciocínio, os civis libaneses não são mais imunes do que os austríacos que apoiaram os nazis. A fatwa do rabino sefaradí se lhes aplica. Num vídeo no site do Jerusalem Post, Dershowitz chega a ridicularizar a excessiva comparação de mortos palestinos a israelenses: deveria ser aumentada de 1000 para um, disse ele, ou mesmo 1000 a zero, querendo dizer que os brutos deveriam ser completamente exterminados. É claro, ele está se referindo a “terroristas”, uma categoria vasta que inclui as vítimas do poder de Israel, à medida que “Israel nunca toma civis como alvos”, declarou ele, enfaticamente. Segue-se que palestinos, libaneses, tunisianos, na verdade qualquer um que apareça no caminho das armas brutais do Santo Estado é um terrorista, ou uma vítima acidental de seus crimes justos.

Não é fácil encontrar contrapartidas históricas dessas performances. Talvez seja de algum interesse que elas sejam consideradas inteiramente apropriadas na cultura moral e intelectual reinante – quando são produzidas do “nosso lado”, como são; das bocas dos inimigos oficiais palavras desse tipo gerariam justas indignações e exigências de imediata e massiva violência em revanche.

A afirmação de que “nosso lado” nunca toma civis como alvo é da doutrina familiar dos que monopolizam o significado da violência. E há alguma verdade nisso. Geralmente não tentamos matar civis em particular. Antes, levamos a cabo atos assassinos que sabemos vai massacrar muitos civis, mas sem qualquer intento específico de matar alguns em particular.

Segundo o direito, essas práticas rotineiras podem cair sob a categoria da indiferença depravada, mas essa não é uma designação adequada para os padrões da prática e da doutrinas imperiais. É mais parecido com andar na rua sabendo que podemos matar formigas, mas sem a intenção de fazê-lo, porque elas valem tão pouco que isso simplesmente não importa. O mesmo ocorre quando Israel comete ações que sabe matarão “gafanhotos” e “bestas-bípedes” a quem acontece de estar infestando a terra que será “liberada”. Não há um bom termo para designar essa forma de depravação moral que seja outra coisa que o também familiar assassinato deliberado.

"O direito eterno e histórico a esta terra inteira"

Na antiga Palestina, os seus proprietários de direito (divino, como informa “Os Senhores da Terra”) podem decidir conceder aos drogados algumas poucas baganas divididas em parcelas. Não segundo o direito, contudo: “Eu acreditava, e até hoje ainda acredito, no eterno e histórico direito de nosso povo a esta terra inteira”, informou o Primeiro Ministro Olmert numa sessão do Congresso em maio de 2006, arrancando aplausos. Ao mesmo tempo em que anunciava seu programa de “convergência” para tomar o que for valioso na Cisjordânia, deixando os palestinos apodrecerem em cantões. Ele não foi específico quanto às fronteiras da “terra inteira”, mas então, o empreendimento sionista nunca o foi, e por boas razões: a expansão é uma dinâmica interna muito importante. Se Olmert ainda é leal às suas origens no Likud, ele pode ter querido dizer ambos os lados do Rio Jordão, inclusive o atual estado da Jordânia, ou ao menos parte valiosa deste.

O “direito eterno e histórico a esta terra inteira” de nosso povo contrasta dramaticamente com a falta de qualquer direito à autodeterminação dos seus habitantes temporários, os palestinos. Como foi antes anotado, essa última falta foi reiterada por Israel e seu patrono em Washington, em dezembro de 2008, no seu usual isolamento acompanhado de silêncio retumbante.

Os planos traçados por Olmert em 2006 foram então abandonados, como não sendo suficientemente extremo. Mas o que substitui o programa convergência e as ações diárias para implementá-lo têm em geral a mesma concepção. Elas remontam aos primeiros dias da ocupação, quando o ministro da defesa, Moshe Dayan explicou poeticamente que “hoje a situação lembra a complexa relação entre um homem beduíno e uma menina por ele sequestrada contra sua vontade...Vocês, palestinos, enquanto nação, não nos querem hoje, mas nós vamos mudar sua atitude forçando nossa presença sobre vocês”. Vocês vão “viver como cachorros, e quem partir, partirá”, enquanto tomamos o que queremos.

Que esses programas são criminosos nunca foi o ponto. Imediatamente depois da guerra de 1967, o governo israelense foi informado por sua mais alta autoridade legal, Teodor Meron, que “assentamentos civis nos territórios administrados transgridem regras da Quarta Convenção de Genebra”, a fundação da lei humanitária internacional. O Ministro da Justiça de Israel concordou. A Corte Internacional de Justiça endossou, por unanimidade, a conclusão essencial em 2004, e a Alta Corte Israelense tecnicamente concordou, enquanto na prática discordou, no seu estilo habitual.

Na Cisjordânia, Israel pode prosseguir seus programas criminosos com o apoio dos EUA e sem distúrbios, graças ao seu controle militar efetivo e, até agora, à cooperação colaboracionista das forças de segurança palestinas, armadas e treinadas pelos EUA e por ditaduras aliadas. Também pode prosseguir assassinando e cometendo outros crimes, enquanto assenta brutalmente debaixo da proteção do IDF. Mas, enquanto a Cisjordânia vem sendo efetivamente subjugada pelo terror, ainda há resistência na outra metade da Palestina, a Faixa de Gaza. Ela também deve ser sufocada para que os programas israelo-norte-americanos de anexação e destruição da Palestina não sejam perturbados.

Então, veio a invasão de Gaza.

O momento da invasão foi supostamente influenciado pela eleição israelense. Ehud Barak, que estava perdendo nas pesquisas, passou a ganhar um assento no parlamento para cada 40 árabes assassinados nos primeiros dias do massacre, calculou o comentarista israelense Ran HaCohen.

Isso pode mudar, contudo. À medida que os crimes ultrapassem o que a campanha de propaganda cuidadosamente construída for capaz de suportar, mesmo os falcões confirmados começarão a se preocupar que a carnifica esteja “destruindo a alma e a imagem [de Israel]. Destruindo-a nas telas de tevê, nas salas de estar da comunidade internacional e, de maneira mais importante, na América de Obama” (Ari Shavit). Shavit estava particularmente preocupado com o “bombardeio israelense de uma 'instalação' da ONU...logo no dia em que o secretário geral das Nações Unidas estava visitando Jerusalém”, um ato “para além de lunático”, disse.

Alguns detalhes sejam acrescidos: a “instalação” era o posto da ONU, na cidade de Gaza, que continha depósitos da UNRWA [Agência das Nações Unidas para assistência e trabalho nos campos dos refugiados palestinos]. O bombardeio destruiu “centenas de toneladas de alimentos e de remédios de urgência que iriam ser distribuídos para os atingidos que estão nos hospitais, nos abrigos e nos centros de alimentação”, de acordo com o diretor da UNRWA, John Ging. Ao mesmo tempo, ataques destruíram dois andares do hospital al-Quds, deixando-o em chamas, e também um segundo entreposto dirigido pelo Crescente Vermelho Palestino. Na densamente povoada vizinhança de Tal-Hawa o hospital foi destruído pelos tanques israelenses “depois que centenas de habitantes aterrorizados de Gaza tinham buscado abrigo, quando as forças de terra de Israel entraram no bairro”, reportou AP.

Não sobrou nada a ser salvo nas ruínas do hospital em chamas. “Eles atacaram o prédio, o prédio do hospital. Pegou fogo. Tentamos evacuar os doentes e feridos e as pessoas que estavam lá dentro. Lança-chamas foram lançados e puseram fogo, cujas chamas queimaram, de novo e mais uma vez, pela terceira vez”, o paramédico Ahmad Al-Haz contou à AP. Suspeita-se que tenha sido usado fósforo branco nesses lançamentos, como também em outros, que causaram sérias queimaduras e ferimentos.

As suspeitas foram confirmadas pela Anistia Internacional depois que os intensos bombardeios cessaram, tornando assim possível que se fizesse uma investigação. Antes, Israel tinha inteligentemente barrado o acesso de todos os jornalistas, mesmo os israelenses, enquanto procedia com seus crimes em fúria total. O uso por Israel de fósforo branco contra civis em Gaza é “claro e inegável”, disse a Anistia Internacional. Seu uso repetido em áreas densamente povoadas “é um crime de guerra”, concluiu.

Eles encontraram as explosões de fósforo branco disseminadas nos prédios residenciais, todos incendiados, “pondo em perigo outros residentes e seus bens”, em particular as crianças, que se “atraem pelos detritos de armas frequentemente ignorando seus perigos”. Os alvos principais, disse a AI, estavam no interior da UNRWA, onde o “fósforo branco caiu ao lado de caminhões de combustível e provou um imenso incêndio que destruiu as toneladas de ajuda humanitária”, ainda que as autoridades israelenses “tivessem assegurado que não seria lançado um novo ataque sobre o complexo da UNRWA”.

No mesmo dia, “um ataque de fósforo branco foi lançado contra o hospital Al-Qods, na cidade de Gaza, também causando um incêndio que obrigou a equipe do hospital a evacuar os pacientes...o fósforo branco que chega à pele queima profundamente, chega aos músculos e mesmo aos ossos, e queima até que seja privado de oxigênio”. Que esses bombardeios tenham ocorrido intencionalmente ou por uma cínica indiferença, não importa. O fato é que esses crimes são inevitáveis quando uma arma dessa magnitude é utilizada em ataques sobre civis.

É contudo um erro se concentrar nas grosseiras violações de Israel do jus in bello, das leis designadas para controlar práticas que são muito selvagens. A própria invasão é de longe um crime muito mais sério. E se Israel tivesse infligido danos horrendos usando arco e flecha, ainda assim seria um ato criminoso de extrema perversidade.

Agressões sempre têm um pretexto: neste caso é que a paciência de Israel tinha chegado ao fim, diante dos ataques dos foguetes do Hamas, como disse Barak. O mantra sem fim que se repete é que Israel tem o direito de usar a força para se defender. A tese é parcialmente defensável. Jogar foguetes é criminoso, e é verdade que um estado tem o direito de se defender contra atos criminosos. Mas disso não se segue que tenha o direito de se defender pela força. Isso ultrapassa em muito qualquer princípio que nós aceitaríamos ou deveríamos aceitar.

A Alemanha nazista não tinha o direito de usar da força para se defender contra o terrorismo dos partisans. A Noite dos Cristais Quebrados não não é justificada pelo assassinato, por Herschel Grynszpan, de um oficial da Embaixada Alemã em Paris. Os ingleses não estavam justificados ao usar a força para se defender contra o (bastante real) terror dos colonos norte-americanos que queriam independência, ou ao aterrorizar os irlandeses católicos em resposta ao terror do IRA – e quando eles finalmente passaram à política sensata de se dedicarem a reclamações legítimas, o terror terminou. Isso não é uma questão de “proporcionalidade”, mas de escolha pela ação em primeiro lugar: há uma alternativa à violência?

Todo recurso à força exige uma pesada carga de prova, e devemos perguntar se isso pode ser o caso diante do esforço de Israel de sufocar qualquer resistência com suas ações criminosas diárias Gaza e na Cisjordânia, que continuam implacáveis depois de mais de 40 anos. Talvez eu possa citar uma de minhas entrevistas na imprensa de Israel sobre o anúncio de Olmert anunciando planos de convergência para a Cisjordânia: “Os EUA e Israel não toleram qualquer resistência a esses planos, preferindo fingir – falsamente, é claro – que “não há parceiro”, como o fizeram com programas que remontam há anos. Podemos lembrar que Gaza e a Cisjordânia são reconhecidos como sendo uma unidade, de modo que se a resistência aos planos israelo-norte-americanos de anexação-cantonização é legítima na Cisjordânia e também o é em Gaza”.

"Não há foguetes lançados da Cisjordânia"

O jornalista palestino-americano Ali Abunimah observou que “não há foguetes lançados em Israel da Cisjordânia, e ainda assim as execuções extrajudiciais, os assassinatos, o roubo de terras, os pogroms e os sequestros nunca deixaram de acontecer num dia sequer de trégua. Mahmoud Abbas, que é apoiado pelo ocidente, aceitou todas as exigências de Israel. Sob os olhos orgulhosos dos conselheiros militares norte-americanos, Abbas reuniu “forças de segurança” para lutar contra a resistência, com suporte de Israel. Nada disso poupou um palestino sequer, na Cisjordânia, da colonização implacável de Israel” - graças ao apoio norte-americano.

O respeitado parlamentar palestino Mustapha Barghouti acrescenta que, depois da extravagância de Bush em Annapolis, em novembro de 2007, com muita retórica edificante sobre a dedicação à paz e à justiça, os ataques israelenses sobre os palestinos aumentaram agressivamente, com um crescimento de quase 50% na Cisjordânia, entre os quais o crescimento agressivo de assentamentos e de checkpoints. Obviamente essas ações criminosas não são as responsáveis pelos foguetes lançados desde Gaza, ainda que o contrário possa bem ser o caso, sugere, razoavelmente, Barghouti.

As reações a crimes de uma potência ocupante podem ser condenadas como criminosas e politicamente insanas, mas aqueles que não oferecem qualquer alternativa não têm base moral para emitir qualquer opinião sobre essas coisas. A conclusão ganha força se aplicada aos que nos EUA escolhem estar diretamente implicados nos crimes em andamento por Israel – em suas palavras, com suas ações, ou com seu silêncio. Tanto mais porque há muitas alternativas claramente não-violentas – as quais, contudo, têm a desvantagem de barrarem os programas de expansão ilegal.

Israel tem muitos meios diretos de se defender: pôr um fim nessas ações criminosas nos territórios ocupados e aceitar o antigo consenso internacional relativo ao estabelecimento de dois estados que vem sendo bloqueado pelos EUA e por Israel por mais de 30 anos, desde que os EUA vetaram pela primeira vez uma resolução do Conselho de Segurança pedindo um acordo político nesses termos, em 1976. Eu não vou mais uma vez incorrer na tarefa inglória de rememorar, mas isto é importante para se entender que a rejeição dos EUA e de Israel hoje é ainda mais grosseira do que no passado. A Liga Árabe foi além do consenso, pedindo a plena normalização das relações com Israel. O Hamas repetidas vezes pediu um acordo de dois estados nos termos do consenso internacional. O Irã e o Hizbollah tornaram claro que iriam seguir qualquer acordo que os palestinos aceitassem. Isso deixa os EUA e Israel em esplêndido isolamento, não apenas em palavras.

A memória mais detalhada dessas coisas é informativa. O Conselho Nacional Palestino aceitou formalmente o consenso internacional em 1988. A resposta da coalizão governamental de Shamir-Peres, afirmou James Baker, do Departamento de Estado norte-americano, foi que não poderia haver um “estado palestino adicional” entre Israel e a Jordânia – o último já considerado um estado palestino por imposição israelo-norte-americana.

Os acordos de Oslo que se seguiram puseram de lado os potenciais direitos nacionais dos palestinos, e a ameaça de que eles pudessem vir a ser obtidos sob uma forma qualquer foi sistematicamente afastada durante o ano de negociação dos Acordos de Oslo, por causa da expansão constante e ilegal de colônias de povoamento de Israel. Colonização que se acelerará em 2000, o último ano no poder do Presidente Bill Clinton e do Primeiro Ministro Barak, durante as negociações em Camp David, que se desenrolaram sobre esse pano de fundo.

Depois de ter culpado Yasser Arafat pela ruptura das negociações de Camp David, Bill Clinton se retrata e reconhece que as proposições dos EUA e de Israel eram muito extremistas para os palestinos. Em dezembro de 2000, ele apresentou suas “medidas”, vagas porém mais abertas. Em seguida anunciou que as duas partes tinham aceitado as medidas, ainda que ambas tenham expressado reservas. As duas partes se reencontraram em Taba, Egito, em janeiro de 2001 e estavam muito próximas de um acordo, que iriam poder concluir em alguns dias, declararam na sua última coletiva de imprensa. Mas as negociações foram anuladas prematuramente por Ehud Barak. Esta semana em Taba é a única pausa em mais de 30 anos de rejeicionismo EUA-israelense. Não há razão alguma para que essa pausa no disco não pudesse ser retomada.

A versão preferida, recentemente reiterada por Ethan Bronner, é que “muitos no exterior lembram do Senhor Barak como Primeiro Ministro, que em 2000 foi mais longe do que qualquer líder israelense em ofertas de paz aos palestinos, só para ver o acordo fracassar e explodir num violento levante palestino que o derrubou do poder”. É verdade que “muitos no exterior” acreditam nesse contos de fadas enganador, graças ao que Bronner e muitos de seus colegas chamam de “jornalismo”.

É comumente alegado que uma solução de dois estados é agora insustentável porque se o IDF tentar remover os assentamentos levaria a uma guerra civil. Isso pode ser verdade, mas é necessário muito mais argumento. Sem recorrer à força para expulsar os assentamentos ilegais o IDF poderia simplesmente se retirar de quaisquer fronteiras estabelecidas por negociações. Os assentados além dessas fronteiras deveriam ter a escolha de deixar suas casas subsidiadas para retornar a Israel, ou permanecer sob a autoridade Palestina. O mesmo era verdadeiro para o cuidadosamente construído “trauma nacional” em Gaza em 2005, tão claramente fraudulento que foi ridicularizado por comentaristas israelenses.

Teria sido suficiente para Israel anunciar que o IDF iria se retirar e que os assentados que tinham sido subsidiados para aproveitar sua vida em Gaza iriam subir nos caminhões providenciados para eles e viajado ate suas novas residências subsidiadas na Cisjordânia. Mas isso não teria produzido fotos trágicas de crianças agonizando e interjeições apaixonadas de “nunca mais”.

Para resumir, contrariamente à afirmação constantemente reiterada, Israel não tem o direito de usar a força para se defender dos foguetes de Gaza, mesmo se eles fossem tomados como crimes terroristas. Além do mais, as razões são óbvias. O pretexto para lançar ataques não tem mérito.

O sequestro de Gilad Shalit e o sequestro de civis

Há uma outra razão, mais precisa. Israel tem alternativas de curto prazo ao uso da força em resposta aos foguetes de Gaza? Uma alternativa de curto prazo seria aceitar um cessar-fogo. Algumas vezes Israel fez isso, enquanto instantaneamente o violava. O caso mais recente e relevante é junho de 2008. O cessar-fogo pedindo a abertura de passagens para “permitir a transferência de todo tipo de mercadorias que estavam proibidas e banidas em Gaza”. Israel concordou formalmente, mas imediatamente anunciou que isso não abriria as fronteiras, conforme o acordo, até que o Hamas entregasse Gilad Shalit, um soldado israelense capturado pelo Hamas em junho de 2006.

O intransigente rufar de tambores de acusações pela captura de Shalit é, de novo, hipocrisia grosseira, mesmo deixando de lado a longa história de sequestros de Israel. Neste caso, a hipocrisia não poderia ser mais ofuscante. Um dia antes do Hamas sequestrar Shalit, os soldados israelenses entraram na cidade de Gaza e sequestraram dois civis, os irmãos Muanmmar, levando-os a Israel para se juntarem aos milhares de prisioneiros ali mantidos, quase 1000 supostamente sem acusação.

Sequestrar civis é de longe um crime mais sério do que capturar um soldado com uma arma de ataque, mas isso foi escassamente reportado, em contraste com o furor sobre Shalit. E tudo o que resta na memória, bloqueando a paz, é a captura de Shalit, outro reflexo da diferença entre humanos e bestas bípedes. Shalit deveria ser devolvido – numa troca justa de prisioneiros.

Foi depois da captura de Shalit que os implacáveis ataques a Gaza passaram de meramente viciosos a verdadeiramente sádicos. Mas é também bom lembrar que mesmo após essa captura Israel tinha lançado mais de 7700 ataques no norte de Gaza depois da sua retirada de setembro, sem gerar virtualmente qualquer comentário.

Depois de rejeitar o cessar-fogo de junho de 2008 que tinha aceito formalmente, Israel manteve Gaza sitiada. Podemos relembrar que sitiar é um ato de guerra. De fato, Israel sempre insistiu num princípio ainda mais forte: impedir acesso ao mundo externo, mesmo num cerco parcial, é um ato de guerra justificando a violência massiva em resposta. A interferência na passagem de Israel ao Estreito de Tirana era parte do pretexto para Israel invadir o Egito (junto com a França e a Inglaterra), em 1956, e por seu ataque na guerra de 1967. Esse cerco a Gaza é total, não parcial, exceto algumas vezes que os ocupantes, a seu bel prazer, relaxam-no um pouco. É imensamente mais nefasto para os habitantes de Gaza que fechar o Estreito de Tirana era para Israel. Os apoiadores das doutrinas e ações de Israel deveriam, então, não ter problema para justificar os ataques de foguetes da Faixa de Gaza no território israelense.

É claro, seguimos mais uma vez o princípio inválido: Isto somos nós, aquilo são eles.

Israel não apenas manteve o cerco depois de junho de 2008, mas o fez com extremo rigor. Chegou a proibir a UNRWA de reabastecer suas lojas, “então, quando o cessar-fogo foi desrespeitado, corremos atrás de comida para mais de 750 000 que dependem de nós”, informou o diretor da UNRWA, John Ging, à BBC.

Mesmo com Gaza sitiada, o lançamento de foguetes foi reduzido drasticamente. A quebra do cessar-fogo de 4 de novembro com a incursão israelense em Gaza, levou à morte de 6 palestinos, e a uma barragem de foguetes (sem feridos) em retaliação. O pretexto para a incursão era que Israel havia detectado um túnel em Gaza que pode ter sido usado para capturar outro soldado israelense. O pretexto é claramente absurdo, como um número de comentaristas anotaram. Se um túnel desses existisse, e conseguisse chegar à fronteira, Israel poderia facilmente tê-lo barrado lá. Mas, como de hábito, o ridículo pretexto israelense foi tomado como digno de crédito.

Qual foi, então, a razão da incursão israelense? Não temos evidências internas do plano israelense, mas sabemos que a incursão veio pouco antes dos planos de conversação do Hamas com o Fatah no Cairo, visando a “reconciliar suas diferenças e criar um só governo, unificado”, informou o correspondente britânico Rory McCarthy. Era para ser o primeiro encontro Hamas-Fatah desde a guerra civil de junho de 2007 que levou o Hamas a controlar Gaza, e teria sido um passo significativo na direção de esforços diplomáticos. Há uma longa história de provocações de Israel para dissuadir a ameaça da diplomacia, alguns já mencionaram. Esse acontecimento pode ter sido apenas mais uma.

A guerra civil que levou o Hamas a controlar Gaza é comumente descrita como um golpe militar do Hamas, demonstrando mais uma vez sua natureza maligna. O mundo real é um pouco diferente. A guerra civil foi incitada pelos EUA e por Israel, numa tentativa grosseira de dar um golpe militar para anular as eleições livres que levaram o Hamas ao poder. Isso se tornou público ao menos desde abril de 2008, quando David Rose publicou na Vanity Fair um documento detalhado analisando como Bush, Rice e o assessor de Segurança Nacional, Elliott Abrams “apoiaram uma força armada sob o comando do homem forte do Fatah, Muhammad Dahlan, desencadeando uma sangrenta guerra civil em Gaza e deixando o Hamas mais forte do que nunca”.

O relato foi recentemente mais uma vez corroborado no Christian Science Monitor (12 de Janeiro de 2009), por Norman Olsen, que serviu durante 26 anos no exterior, inclusive por quatro anos trabalhando na Faixa de Gaza e quatro anos na Embaixada norte-americana em Tel Aviv, quando se tornou coordenador associado do contraterrorismo no Departamento de Estado. Olson e seu filho detalham as travessuras do Departamento de Estado pretendendo assegurar que seu candidato, Abbas, vencesse as eleições em janeiro de 2006 – ocasião que seria celebrada como um triunfo da democracia. Depois da eleição-combinada fracassar, eles passaram à punição dos palestinos e a armar uma milícia dirigida pelo homem forte do Fatah, Muhammad Dahlan, mas “os brutamontes de Dahlan se moveram cedo demais” e um ataque preventivo do Hamas solapou a tentativa de golpe. Isso levou os EUA e Israel a medidas mais duras, punindo a desobediência do povo de Gaza. A agenda partidária é mais aceitável.

Consequências desastrosas para a população

Depois que Israel rompeu o cessar-fogo em junho de 2008 (como o fez) em novembro, o cerco endureceu, com consequências ainda mais desastrosas para a população. De acordo com Sara Roy, a principal acadêmica especialista em Gaza, “Em 5 de novembro Israel fechou todos os pontos de passagem para Gaza, reduzindo largamente e eventualmente denegando suprimentos alimentares, remédios, combustíveis, gás de cozinha e o fornecimento de parte da água para os sistemas de saneamento...”. Ao longo de novembro, entre 4 e 6 caminhões com comida entraram em Gaza vindos de Israel, em comparação com 123 caminhões por dia, em Outubro. Peças sobressalentes para a reparação e manutenção de equipamentos relacionados ao uso da água tiveram sua entrada negada por mais de um ano.

A Organização Mundial de Saúde acabou de reportar que metade das ambulâncias de Gaza estão agora fora de uso, quebradas” - e o resto brevemente se tornará alvo do ataque israelense. A única estação de energia de Gaza foi forçada a suspender operações por falta de combustível, e não podia ser ligada de novo porque precisava de peças, que estavam paradas no porto israelense de Ashdod há 8 meses. A escassez de eletricidade levou a um crescimento de 300% nos casos de queimadura no hospital Shifaa na Faixa de Gaza, como consequência dos esforços para acender fogos a lenha. Israel barrou o carregamento de cloro, então, pela metade de dezembro na cidade de Gaza e no norte o acesso à água estava limitado a seis horas em cada três dias. As consequências humanas não são contadas dentre as vítimas palestinas do terror israelense.

Depois do ataque israelense de 4 de novembro, a violência de ambos os lados recrudesceu (sendo todos os mortos palestinos) até que o cessar-fogo formalmente chegasse ao fim em 19 de dezembro, e o Primeiro Ministro Olmert autorizasse a invasão em grande escala.

Poucos dias antes o Hamas tinha proposto a retomada do acordo original do cessar-fogo de julho, que Israel não respeitou. O historiador e ex- assessor da administração Carter, Robert Pastor enviou a proposta ao “oficial sênior” no IDF, mas Israel não respondeu. O líder do Shin Bet, a agência de segurança interna de Israel, disse em 21 de dezembro, segundo fontes israelenses, que o Hamas está interessado em continuar em “calma” com Israel, enquanto seu braço militar se prepara continuamente para o conflito.

“Havia claramente uma alternativa ao tratamento militar, para interromper os foguetes”, disse Pastor, referindo-se especificamente a Gaza. Também havia uma alternativa de largo alcance, a qual é raramente discutida, a saber, aceitar um acordo político que inclua todos os territórios ocupados.

O experiente correspondente diplomático israelense, Akiva Eldar, informa que pouco antes de Israel lançar seu ataque de grande escala, em 27 de dezembro, o “dirigente do Hamas, Khaled Meshal, anunciou no site Iz al-Dinal-Qassam que estava preparado não apenas para 'o fim da agressão' – ele propunha que se retomasse o acordo de Rafah de 2005, antes do Hamas vencer as eleições e de tomar toda a região, mais tarde. Esse acordo previa que os pontos de passagem seriam dirigidos conjuntamente pelo Egito, a União Européia, a presidência da Autoridade Palestina e o Hamas” e, como se disse antes, pedia a abertura das vias de acesso para a entrada de suprimentos desesperadamente necessitados.

Uma afirmação standard dos apologistas mais vulgares da violência israelense é que, no caso deste ataque mais recente, “assim como em muitos outros ao longo da metade do século passado – a Guerra do Líbano em 1982, a resposta com “mão de ferro” à Intifada de 1988, a guerra do Líbano de 2006 – os israelenses têm reagido com intoleráveis atos de terror, com determinação de infligir dor, para ensinar uma lição ao inimigo” (David Remnick, editor da New Yorker). A invasão de 2006 pode ser justificada apenas com base num cinismo estarrecedor, como já se discutiu. A referência à resposta viciosa à segunda intifada é depravada demais para ser discutida; uma interpretação simpática pode ser que se trata de uma ignorância assombrosa. Mas a afirmação de Reminick a respeito da invasão de 1982 é bastante comum, uma notável proeza de propaganda incessante, que merece alguns lembretes.

É fato que a fronteira de Israel com o Líbano esteve quieta por um ano antes da invasão israelense, ao menos no sentido Líbano-Israel, do norte ao sul. Ao longo do ano, a OLP observou escrupulosamente um cessar-fogo de iniciativa norte-americana, a despeito das constantes provocações israelenses, inclusive bombardeando, com várias perdas civis, supostamente visando a obter alguma reação que poderia ser usada para Israel justificar uma invasão cuidadosamente planejada. O melhor que Israel pôde ter foram duas leves respostas simbólicas. Então, invadiu com um pretexto absurdo demais para ser levado a sério.

A invasão não teve precisamente nada a ver com “intoleráveis atos de terror”, ainda que tenha tido com intoleráveis atos: de diplomacia. Isso jamais foi obscuro. Pouco depois da invasão apoiada pelos EUA começar, o importante especialista israelense em palestinos, Yehoshua Porath – não uma pomba pacifista – escreveu que o sucesso de Arafat em manter o cessar-fogo constituía “uma verdadeira catástrofe aos olhos do governo israelense”, uma vez que abria o caminho para um acordo político. O governo esperava que a OLP partisse para o terrorismo, minando assim a ameaça que seria “uma parceria legítima negociada para futuras acomodações”.

"Nós removemos o perigo político ao atacar primeiro. Agora, graças a Deus, não há com quem conversar"

Os fatos estavam muito claros em Israel, não escondidos. O Primeiro Ministro Yitzhak Shamir disse que Israel entrou na guerra porque havia um “perigo terrível...Não tanto militar, como político”, levando o excelente humorista B. Michael a escrever que “a desculpa esfarrapada de um perigo militar ou um perigo para a Galiléia está morta”. Nós “removemos o perigo político” ao atacar primeiro, a tempo; agora, “graças a Deus, não há com quem conversar”. O historiador Benny Morris reconhece que a OLP tinha observado o cessar-fogo, e explicou que “a inevitabilidade das guerras está na OLP como uma ameaça política a Israel e em Israel manter os territórios ocupados”. Outros, ainda, reconheceram esses fatos incontestáveis.

Na primeira página do NYT constava um artigo relativo à mais recente invasão de Gaza, do correspondente Steven Lee Meyers, dizendo que “em alguns aspectos, os ataques sobre Gaza foram reminiscentes dos riscos que Israel assumiu, e em larga medida perdeu, no Líbano em 1982 [quando] invadiu para eliminar a ameaça das forças de Arafat”. Correto, mas não no sentido que tinha em mente. Em 1982, como em 2008, era necessário eliminar a ameaça de um acordo político.

A esperança dos propagandistas israelenses tem sido a de que os intelectuais do ocidente e a mídia comprariam o conto de que Israel reagiu a ataques de foguetes na Galiléia, esses “atos intoleráveis de terror”. E eles não têm se decepcionado.

Não é que Israel não queira a paz: todo mundo quer a paz, até Hitler. A questão é: em que termos? Desde sua origem, o movimento sionista foi concebido para atingir objetivos, sendo a melhor estratégia o adiamento dos acordos políticos, enquanto, vagarosamente, fatos iam sendo consumados. Mesmo os acordos ocasionais, como em 1947, foram reconhecidos por suas lideranças como sendo passos provisórios para a expansão futura. A guerra de 1982 no Líbano foi um exemplo dramático do medo desesperado da diplomacia. Dela se seguiu o apoio de Israel ao Hamas, para solapar a secular OLP e suas iniciativas irritantes de paz. Outro caso que deveria ser familiar são as provocações israelenses antes da guerra de 1967 pensadas para eliminar a resposta da Síria que poderia ser usada como pretexto para violência e a tomada de mais terras – ao menos 80% dos incidentes, de acordo com o Ministro da Defesa Moshe Dayan.

A história remonta há muito. A história oficial do Haganah, a força militar judaica pré-estatal, descreve o assassinato do poeta judeu Jacob de Haan em 1924, acusado de conspirar com a comunidade judaica tradicional (o velho Yishuv) e com o Alto Comissariado Árabe contra os novos imigrantes e seus assentamentos. E tem havido exemplos numerosos desde então.

Os esforços para procrastinar arranjos políticos sempre têm feito perfeito sentido, bem como as mentiras que lhes vem acompanhadas, a respeito de que “não há parceiro para a paz”. É difícil pensar em outra maneira de roubar terras em que não se é querido.

Expansão, no lugar de segurança

Razões similares sustentam a preferência de Israel pela expansão, no lugar da segurança. Sua violação do cessar-fogo de 4 de novembro de 2008 é um dentre muitos exemplos recentes.

Uma cronologia da Anistia Internacional informa que em junho de 2008 o cessar-fogo tinha trazido “melhorias enormes na qualidade de vida em Sderot e em outras cidades israelenses perto de Gaza, onde, antes do cessar-fogo os residentes viviam com medo do ataque do próximo foguete palestino. Contudo, perto da Faixa de Gaza o bloqueio israelense permanece a postos e a população até agora tem visto poucas vantagens no cessar-fogo”. Mas os ganhos em segurança para as cidades próximas a Gaza foram evidentemente superados pela necessidade sentida de dissuadir os movimentos diplomáticos que podem impedir a expansão na Cisjordânia, e esmagar a resistência que ainda há dentro da Palestina.

A preferência pela expansão em lugar da segurança tem sido evidente desde a decisão fatal de Israel, em 1971, bancada por Henry Kissinger, de rejeitar a oferta de um acordo total de paz apresentado pelo Presidente Sadat, do Egito, oferecendo nada aos palestinos – um acordo que os EUA e Israel estavam compelidos a aceitar em Camp David oito anos depois, depois da maior guerra que foi um desastre para Israel. Um tratado de paz como o Egito teria posto um fim em qualquer ameaça à segurança, mas nele havia um inaceitável quid pro quo: Israel teria de abandonar seus programas extensivos de assentamento no nordeste do Sinai. A segurança era uma prioridade mais baixa que a expansão, e ainda é. A evidência substancial dessa conclusão básica é oferecida no estudo magistral da política externa e de segurança de Israel, o “Defending the Holy Land” [Defendendo a Terra Sagrada], de Zeev Maoz.

Hoje, Israel poderia ter segurança, a normalização das relações, uma integração na região. Mas muito claramente prefere a expansão ilegal, o conflito e o exercício repetido da violência, em ações que são não apenas criminosas, assassinas e destrutivas, mas que também corroem sua própria segurança a longo prazo. O especialista militar e no Oriente Médio, Andrew Cordesman, escreve que enquanto a força militar de Israel pode esmagar com segurança os habitantes indefesos de Gaza, “nem Israel nem os EUA podem ganhar com uma guerra que produz uma reação [amarga] de uma das mais sábias e moderadas vozes no Mundo Árabe, o Príncipe Turki al-Faisal da Arábia Saudita, que disse em 6 de janeiro que “a administração Bush deixou [para a Obama] um legado desagradável e uma posição temerária em relação aos massacres e ao derramamento de sangue de inocentes em Gaza...Chega é chega, hoje somos todos palestinos e buscamos o martírio, por Deus e pela Palestina, seguindo aqueles que morreram em Gaza”.

Um crime contra o Estado de Israel

Uri Avnery, uma das mais sábias vozes em Israel, escreve que, depois de uma vitória militar israelense, “o que ficará marcado na consciência do mundo será a imagem de Israel como um monstro manchado de sangue, pronto para, a qualquer momento cometer crimes de guerra e não preparado para obedecer a quaisquer limites morais. Isso terá consequências graves para nosso futuro no longo prazo, para nossa estada no mundo, para nossa chance de conseguir paz e sossego. No fim, essa guerra é um crime contra nós mesmos, também, um crime contra o Estado de Israel”.

Há uma boa razão para acreditar que ele está certo. Israel está deliberadamente se tornando talvez o país mais odiado do mundo e também vem perdendo o apoio da população ocidental, inclusive dos judeus americanos jovens, que dificilmente tolerarão esses crimes chocantes por muito tempo. Décadas atrás, eu escrevi que aqueles que chamam a si de “apoiadores de Israel” são na realidade apoiadores de sua degeneração moral e, por último, de sua provável destruição. Lamentavelmente, esse juízo parece cada vez mais plausível.

Enquanto isso, observamos calmamente um evento raro na história, que o velho sociólogo israelense, Baruch Kimmerling, chamou de “politicídio”, o assassinato de uma nação – em nossas mãos.

Noam Chomsky é Professor Emérito no Massachussetts Institute of Technology MIT

Tradução: Katarina Peixoto