segunda-feira, 4 de agosto de 2008
No quedan machos en Ciudad Gótica
El último film de la saga reflotó el debate acerca de la homosexualidad del hombre murciélago. Cómo surgió el mito.
Todos eran felices en 1954, o casi. La industria de la historieta de superhéroes atravesaba una crisis, pero los héroes principales todavía vendían. Entonces, alguien acusó –¿se puede acusar a alguien de eso?– a Batman de gay, cuando “gay” no era la palabra sino “homosexual”, y “homosexual” era una malísima palabra. Más de cincuenta años después, la lectura homosexual de Batman parece estar otra vez a la orden del día: la reformulación del personaje llevada a cabo por Christopher Nolan en Batman inicia y, especialmente, en Batman.
El Caballero de la Noche, retrotrae al encapotado a sus orígenes. Por eso, la cuestión sobre la homosexualidad del murciélago volvió a aparecer en varios sitios web de y para público gay: la polémica la disparó la página www.bilerico.com, de Estados Unidos, y rebotó en múltiples publicaciones.
En las primeras historietas, publicadas en 1939, el hombre-murciélago pateaba cabezas y baleaba criminales sin problemas. Pero al poco –demasiado poco– tiempo, el autor Bob Kane le adosó a Robin. En principio no hubo problemas: los trajes ajustados con el slip por fuera de las calzas no eran –no parecían– más que un detalle fantástico y colorido. Y llegó, repitamos, 1954, cuando un fantasma recorría Estados Unidos: el de la degradación moral causada por el enemigo comunista.
Toda cosa que desafiara los family values de la era Eisenhower era “comunista”. ¿Y dónde estaba el insidioso enemigo que podía atacar en cualquier momento? Gracias a un psicólogo llamado Frederic Wertham todo el mundo lo supo: en las historietas que los pobres e inocentes niños tenían constantemente en sus manos. Esos colores chillones, esos trajes fantasiosos ocultaban toda clase de pecados y perversiones: especialmente la invitación velada pero no tanto a la pederastía criminal.
El núcleo era, justamente, Batman. El tipo vivía en un mundo masculino cuyas dos figuras eran el mayordomo Alfred y el joven Dick Grayson (o sea, Ricardo Tapia, o sea, Robin), adolescente eterno fascinado por el héroe. Batman y Robin andaban juntos, siempre, siempre con calzoncillos a la vista, siempre ocultando esa “otra vida” que jamás podía volverse diurna.
Wertham escribió un libro, Seduction of the Innocent, donde clamaba que la delincuencia juvenil no tenía que ver con condiciones sociales o represiones varias, sino lisa y llanamente con los comics. Lo gracioso es que el análisis del subtexto gay de Batman, si bien escrito para generar alguna clase de censura, resulta interesante si no acertado: Batman y Robin vivían juntos en un lugar lujoso, con la asistencia de un viejo mayordomo; ninguna mujer aparecía en sus vidas, compartían habitación, jugaban a los disfraces. Para colmo, esa doble vida mostraba tendencias violentas y compulsiones neuróticas. El diagnóstico era que Batman y Robin provocaban deliriantes, homoeróticas perversiones en los párvulos.
Desde entonces, en Batman se eclipsó el personaje de Alfred, aparecieron tías y llegaron Gatúbela (1956) y Batichica (1961). Las ventas de comics se fueron a pique: el libro de Wertham disparó una investigación del Senado estadounidense dirigida por el ultraderechista Estes Kefauver, y luego a un “código de moral” autoimpuesto por la industria que cercenó toda libertad expresiva.
El género y el murciélago no se recuperaron hasta los 60, cuando la revisión paródica de la tv –que se hacía cargo de la inocencia gay del asunto– demostró que nadie cambiaría su orientación sexual por ver a un señor con minishorts y que, si así fuera, tampoco era tan grave. Ahora que Batman volvió, alguien debería hablar del maquillaje del Guasón o discutir si la violencia no es un juego mutuo –y un poco enfermito, si quieren– de seducción.
Wertham o la historieta en el diván
Frederic Wertham fue un psicólogo ortodoxo nacido en 1895, básicamente freudiano (de hecho se escribía con Sigmund Freud). Importado de su Alemania natal a Estados Unidos en 1922, practicaba la psiquiatría y enseñaba en la John Hopkins University. No era precisamente un puritano malvado y represor, sino un profesional dedicado a lo suyo con una larga serie de publicaciones sobre las relaciones entre el dolor físico y la psicopatía, por un lado, y las condiciones de educación y las conductas sociopáticas, por otro. Se lo recuerda por Seducción del inocente, el libro de 1954 que reventó las historietas: allí no sólo Batman y Robin eran gays sino que la Mujer Maravilla era sadomasoquista e incitaba al lesbianismo, y las famosas historietas de terror y humor negro de la EC Comics aumentaban el índice de delincuencia juvenil, además de provocar un daño irreparable a la vista. Aunque hoy los fans del cómic lo recuerdan como a una verdadera bestia negra, Wertham también fue uno de los primeros en marcar los nocivos efectos psicológicos de la segregación racial, y escribió un libro de condena a los médicos que participaron en las horrendas experiencias con humanos en los campos de exterminio nazi.
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