quarta-feira, 11 de novembro de 2009

Una guerra perdida


Por Immanuel Wallerstein *

La guerra en Afganistán es una guerra en la que tanto Estados Unidos como Obama perderán sin importar lo que hagan ahora los Estados Unidos o el presidente Obama. El país y su presidente están en una situación de trabazón total.

Consideren la situación básica. El gobierno afgano en Kabul no tiene legitimidad alguna para la mayoría de la población. Tampoco tiene un ejército digno de su nombre. No tiene tampoco una base financiera. No hay casi seguridad militar ni personal por ninguna parte. Se enfrenta con la oposición de una guerrilla, los talibán, que controlan la mitad del país y que de un modo constante se han fortalecido desde que el gobierno talibán fuera derrocado en 2001 por una invasión extranjera (en gran medida estadounidense). The New York Times informa que los talibán “conducen una sofisticada red financiera para pagar sus operaciones insurgentes”, algo que los funcionarios estadounidenses intentan, infructuosamente, cortar.

Hace poco, el presidente Hamid Karzai fue reelegido en una votación manifiestamente falsificada. El gobierno estadounidense aceptó tragarse esto porque Karzai es el único político importante que es pashtún, el grupo étnico que es la base del apoyo los talibán. Por lo tanto es el único que puede tener la esperanza de llegar a algún arreglo político con algunos o todos los talibán. Estados Unidos tuvo que pasar la vergüenza pública de reconocer el fraude electoral y recibió presiones para ponerle presión a Karzai para que aceptara unas elecciones extemporáneas de segunda vuelta. Al final no hubo segunda vuelta.

El principal aliado político de Estados Unidos en la región, Pakistán, está claramente coludido con los talibán, en gran parte para garantizar su propia supervivencia interna. El comandante militar estadounidense, el general Stanley McChrystal, insiste en que necesita de inmediato 40 mil efectivos más o será demasiado tarde para ganar la guerra en Afganistán. Parece poco probable que obtenga la cifra completa de esta tropa, o con la celeridad suficiente, para cumplir con el plazo implícito. Hay muchas figuras militares que dudan de que tenga razón en argumentar que con sus 40 mil efectivos más, si le llegaran de inmediato, pudiera hacer una diferencia.

No es muy arriesgado sugerir que Estados Unidos tendrá que retirarse de Afganistán en algún momento. Quién llegará al poder en Afganistán en ese momento, es una cuestión demasiado abierta. Puede muy bien haber una guerra civil prolongada.

Al interior de Estados Unidos, la opinión acerca de la guerra “perdida” se dividirá en extremo. Parece claro que la derecha republicana se prepara para acusar de traición entreguista a los demócratas en general y a Obama en particular. El general McChrystal puede muy bien ser su candidato a la presidencia, si no en 2012, entonces en 2016.

Obama no obtendrá crédito por nada de lo que haga. Si les brinda respaldo pleno e inmediato a las peticiones de McChrystal, será de todos modos acusado por los republicanos de haberlo hecho demasiado tarde. Al mismo tiempo habrá generado una ira profunda entre por lo menos la mitad, si no más, de quienes votaron por él en 2008.

La guerra en Afganistán se habrá convertido en la guerra de Obama. Cuando Estados Unidos “pierda” esa guerra, será Obama quien será acusado de haberla “perdido”. Aun si logra que se apruebe algún tipo de legislación de salud (lo cual es posible), y aun cuando la situación económica de Estados Unidos y del mundo mejore en los próximos años (lo cual es dudoso), la guerra en Afganistán seguirá siendo la sombra más grande y será, por sí solo, el elemento más importante para juzgar su presidencia.

¿Puede Obama revertir esta situación moviéndose dramáticamente en otra dirección, hacia un rápido acuerdo político con los talibán y hacia una retirada completa?

Aparte del hecho de que no haya evidencia pública de que con seriedad está Obama contemplando esto, no hay todavía el nivel de respaldo público en Estados Unidos como para que esto sea una opción política posible para él. Aún no cuenta con el grado de respaldo necesario dentro de su propio gobierno para un viraje dramático.

Así que Estados Unidos y Obama se tropezarán con el asunto, por uno o dos años, mientras que la situación política y militar se deteriora. Para Estados Unidos y para Obama, si sale cara pierden; si sale cruz, también pierden.

* De La Jornada de México. Especial para Página/12.

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