La acción de los partidos en la campaña electoral se ha visto parcialmente desbordada por un movimiento fraguado en los márgenes del sistema. En la recta final, cuando habitualmente las formaciones emplean la mayor carga de pólvora para atraer la atención hacia sus propuestas, un grupo de insatisfechos, contestatarios y ciberactivistas ha logrado acaparar el interés y despertar las simpatías de cientos de miles de personas enarbolando un mensaje pletórico de indignación y un punto utópico (“no somos mercancía en manos de banqueros y políticos”, proclaman).
Argumento no les falta. Dos son evidentes: la agudeza de la crisis, con un paro juvenil superior al 43%, y el desencanto con una clase política incapaz de ofrecer un relato atractivo a su electorado y plagada de dirigentes a los que ya solo les interesa hacer declaraciones sin posibilidad de pregunta y que no muestran ningún remilgo en incluir en las listas (cerradas) a imputados en casos de corrupción, e incluso jalearlos en plazas de toros.
Con este mensaje de banda ancha, el movimiento ha jugado a fondo la baza de la comunicación. Primero entre ellos, aplicando las nuevas tecnologías, especialmenteTwitter, lo que les ha permitido superar las barreras tradicionales para convocar sus actos. En segundo lugar, ha logrado generar un universo horizontal y consciente, permanentemente relacionado y de acción inmediata. En este gigantesco cruce de información, en el que se han fraguado muchas de sus iniciativas, han ido captando la atención de miles de personas, en su mayoría jóvenes que sufren los estragos de la precariedad o el paro, y que han visto retroceder sus posibilidades respecto a la generación anterior.
El resultado es un colectivo descentralizado, que ha ido creciendo desde los márgenes y ganando visibilidad con la turbina de los medios sociales. Aunque destacan algunos hiperactivos gurús digitales, esta amalgama carece de líderes al estilo tradicional porque cada uno (así lo sienten) tiene su propia historia y motivos para estar ahí, y porque muchos de ellos, además, entienden como parte de la protesta, no solo acudir a la acampada sino, sobre todo, contarlo, compartirlo a través de sus redes. Es su forma de rebeldía.
El éxito de la primera convocatoria, la torpe respuesta política, el error de los desalojos no han venido sino a favorecer sus concentraciones.
La pregunta ahora es qué pasará tras el 22-M. ¿Sobrevivirán? ¿Será su rebeldía neutralizada por los grandes partidos? Con seguridad, perdido el tirón que da una convocatoria electoral hibernarán hasta las próximas elecciones generales. Y entonces, si no hay respuesta a alguno de los problemas que les han dado argumento, despertarán con más fuerza.
Argumento no les falta. Dos son evidentes: la agudeza de la crisis, con un paro juvenil superior al 43%, y el desencanto con una clase política incapaz de ofrecer un relato atractivo a su electorado y plagada de dirigentes a los que ya solo les interesa hacer declaraciones sin posibilidad de pregunta y que no muestran ningún remilgo en incluir en las listas (cerradas) a imputados en casos de corrupción, e incluso jalearlos en plazas de toros.
A este clima de erosión económica y pérdida de credibilidad política se suma una convocatoria electoral fuera del biorritmo real: bajo el azote de la mayor crisis económica de la democracia pierden interés, sobre todo en las grandes ciudades, los debates municipales y autonómicos (por cierto, ¿alguien recuerda alguno brillante?). Los ciudadanos tienen la vista puesta en las elecciones generales, es decir, en un posible cambio de ciclo. De ahí que la atención pública, aburrida del pobre espectáculo que estaban presenciando, se haya dirigido tan rápidamente a este colectivo y sus reivindicaciones. En general se trata de proclamas muy poco elaboradas, pero por ello mismo fáciles y muy cercanas. Propias de tiempos de crisis y que nacen de la rebeldía de una generación que ve hundirse su presente. Bajo la premisa de una revolución ética, claman con fe juvenil contra el “obsoleto y antinatural modelo económico”, contra el ansia y la acumulación de poder de unos pocos, contra el desempleo, contra la “dictadura partitocrática”, señalando directamente al PP y al PSOE.
Se trata de proclamas muy poco elaboradas, pero por ello mismo fáciles y muy cercanas
El resultado es un colectivo descentralizado, que ha ido creciendo desde los márgenes y ganando visibilidad con la turbina de los medios sociales. Aunque destacan algunos hiperactivos gurús digitales, esta amalgama carece de líderes al estilo tradicional porque cada uno (así lo sienten) tiene su propia historia y motivos para estar ahí, y porque muchos de ellos, además, entienden como parte de la protesta, no solo acudir a la acampada sino, sobre todo, contarlo, compartirlo a través de sus redes. Es su forma de rebeldía.
El éxito de la primera convocatoria, la torpe respuesta política, el error de los desalojos no han venido sino a favorecer sus concentraciones.
La pregunta ahora es qué pasará tras el 22-M. ¿Sobrevivirán? ¿Será su rebeldía neutralizada por los grandes partidos? Con seguridad, perdido el tirón que da una convocatoria electoral hibernarán hasta las próximas elecciones generales. Y entonces, si no hay respuesta a alguno de los problemas que les han dado argumento, despertarán con más fuerza.
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