Ponto de vista de partidos conservadores. |
Mientras los partidos conservadores machacan en la tesis de que el ex mandatario se distanció de su sucesora en escarmiento por su aproximación a Washington, el ex presidente y la actual mandataria reafirman su cercanía.
Por Darío Pignotti
Desde Brasilia, para Página/12
Lula vuelve (o volvió). Desde su ausencia al almuerzo ofrecido por la presidenta brasileña Dilma Rousseff a Barack Obama, hace una semana, los partidos conservadores machacan en la tesis de que el ex mandatario se distanció de su sucesora en escarmiento por su aproximación a Washington.
“No apuesten en eso (ruptura con Lula), porque van a perder la apuesta. ¿Saben a dónde voy el 30 de marzo? Voy a Portugal con Lula”, comentó despreocupadamente la primera mandataria brasileña, ante un grupo de cineastas y periodistas en la residencia oficial, donde este mes, el de la mujer, fueron recibidas varias personalidades femeninas, publicó ayer Folha de Sao Paulo.
Dilma se refería al primer encuentro internacional, desde el inicio de su mandato en enero, que compartirá con su mentor político en la Universidad Coimbra, donde Lula recibirá un doctorado honoris causa.
Lula refrendó los dichos de su correligionaria. “No existe la hipótesis sobre divergencias entre Dilma y yo. Porque cuando las divergencias existan, ella tendrá la razón”, aseguró desde Portugal, mientras en Londres esta semana se anunciará el ganador del premio internacional otorgado por la Fundación Gorbachov, en el que el ex presidente es uno de los ternados.
Excitados por el impacto de la cumbre Dilma-Obama, del sábado 19 de marzo, algunos analistas de derechas incurrieron en tesis exorbitantes, como suponer que el nuevo gobierno arrasará con el legado diplomático de Lula y restablecerá, sin más, la primavera política entre Washington y Brasilia vivida bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, quien sí participó del banquete ofrecido al visitante norteamericano.
Y un grupo pequeño, los más alocados, entre los que se cuentan ciertos voceros del agronegocio, hasta habla de resucitar el ALCA, que en paz descansa desde 2005, cuando fue enterrado por Lula, Kirchner y Chávez.
Por tanto, asegurar que Rousseff acabará por completo con los postulados diplomáticos que rigieron entre 2003 y 2010 suena desproporcionado, pero hay que decir que es ciego no ver alguna señal de descontento en el plato que Lula dejó vacío durante el banquete ofrecido en el Palacio Itamaraty, sede de la Cancillería.
Más, este cronista percibió un sutil descontento hacia algunas iniciativas de política externa de Dilma un mes y medio atrás, en el Partido de los Trabajadores –en esos días avanzaban las negociaciones para la visita de Obama– durante el evento que marcó el regreso a la política local de Lula, 40 días después de haber concluido su presidencia.
El segundo retorno de Lula, ahora en el plano internacional y con la pompa propia de una universidad portuguesa de siete siglos, puede deparar efectos políticos colaterales, algo que también dejó la visita de Obama.
El más evidente de ellos fue observado cuatro días después de que Obama abandonó Río de Janeiro, cuando Brasil votó en la ONU junto a Estados Unidos, por la creación de un relator sobre derechos humanos en Irán, dando un giro respecto de los lineamientos que marcaron la relación Teherán-Brasilia hasta el año pasado.
Acto seguido el Parlamento iraní acusó a Estados Unidos de presionar al Palacio del Planalto a través de una declaración plena de ataques al gobierno de Obama y vacía de cuestionamientos a Rousseff.
Cabe imaginar que Teherán haga gambetas para evitar choques con Brasil buscando preservar el diálogo construido en los años de Lula, cuya influencia en el gobierno de Rousseff y el PT están fuera de duda. De allí que la vuelta al ruedo internacional de Lula sea un dato crucial de la política externa brasileña, al tiempo que se hicieron notorios los encontronazos entre el ex canciller Celso Amorim, calificado como “antinorteamericano” por auxiliares de Hillary Clinton (Wikipedia dixit), y el actual jefe de Itarmaraty, Antonio Patriota, visto amigablemente desde el Norte.
La agenda externa de Lula podrá ser equiparable a las gestiones internacionales que llevó adelante el ex presidente Kirchner, o las que sigue realizando Bill Clinton. A veces oficiosas, pero jamás en colisión con la Casa Rosada y Blanca.
Tampoco se descarta que desempeñe algún cargo formal, según un trascendido, el ex presidente podría ser nombrado embajador especial para Africa, y su nombre fue barajado como eventual negociador en Libia.
En las últimas semanas no dejó de tender puentes hacia el mundo árabe. Lula visitó Qatar, donde abogó por estrechar los lazos entre Medio Oriente y Brasil, tras lo cual ofreció una conferencia ante la populosa y poderosa comunidad árabe de San Pablo, que lo escuchó deplorar los ataques occidentales contra Libia e instar a una solución negociada.
Prueba de que su jubilación política está lejos, y su retorno fue más temprano de lo esperado, tampoco descuidó la agenda sudamericana: luego de visitar Paraguay el viernes pasado desembarcó en Uruguay donde despotricó contra el “imperialismo” y aseguró que Brasil no ambiciona ninguna hegemonía.
“No apuesten en eso (ruptura con Lula), porque van a perder la apuesta. ¿Saben a dónde voy el 30 de marzo? Voy a Portugal con Lula”, comentó despreocupadamente la primera mandataria brasileña, ante un grupo de cineastas y periodistas en la residencia oficial, donde este mes, el de la mujer, fueron recibidas varias personalidades femeninas, publicó ayer Folha de Sao Paulo.
Dilma se refería al primer encuentro internacional, desde el inicio de su mandato en enero, que compartirá con su mentor político en la Universidad Coimbra, donde Lula recibirá un doctorado honoris causa.
Lula refrendó los dichos de su correligionaria. “No existe la hipótesis sobre divergencias entre Dilma y yo. Porque cuando las divergencias existan, ella tendrá la razón”, aseguró desde Portugal, mientras en Londres esta semana se anunciará el ganador del premio internacional otorgado por la Fundación Gorbachov, en el que el ex presidente es uno de los ternados.
Excitados por el impacto de la cumbre Dilma-Obama, del sábado 19 de marzo, algunos analistas de derechas incurrieron en tesis exorbitantes, como suponer que el nuevo gobierno arrasará con el legado diplomático de Lula y restablecerá, sin más, la primavera política entre Washington y Brasilia vivida bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, quien sí participó del banquete ofrecido al visitante norteamericano.
Y un grupo pequeño, los más alocados, entre los que se cuentan ciertos voceros del agronegocio, hasta habla de resucitar el ALCA, que en paz descansa desde 2005, cuando fue enterrado por Lula, Kirchner y Chávez.
Por tanto, asegurar que Rousseff acabará por completo con los postulados diplomáticos que rigieron entre 2003 y 2010 suena desproporcionado, pero hay que decir que es ciego no ver alguna señal de descontento en el plato que Lula dejó vacío durante el banquete ofrecido en el Palacio Itamaraty, sede de la Cancillería.
Más, este cronista percibió un sutil descontento hacia algunas iniciativas de política externa de Dilma un mes y medio atrás, en el Partido de los Trabajadores –en esos días avanzaban las negociaciones para la visita de Obama– durante el evento que marcó el regreso a la política local de Lula, 40 días después de haber concluido su presidencia.
El segundo retorno de Lula, ahora en el plano internacional y con la pompa propia de una universidad portuguesa de siete siglos, puede deparar efectos políticos colaterales, algo que también dejó la visita de Obama.
El más evidente de ellos fue observado cuatro días después de que Obama abandonó Río de Janeiro, cuando Brasil votó en la ONU junto a Estados Unidos, por la creación de un relator sobre derechos humanos en Irán, dando un giro respecto de los lineamientos que marcaron la relación Teherán-Brasilia hasta el año pasado.
Acto seguido el Parlamento iraní acusó a Estados Unidos de presionar al Palacio del Planalto a través de una declaración plena de ataques al gobierno de Obama y vacía de cuestionamientos a Rousseff.
Cabe imaginar que Teherán haga gambetas para evitar choques con Brasil buscando preservar el diálogo construido en los años de Lula, cuya influencia en el gobierno de Rousseff y el PT están fuera de duda. De allí que la vuelta al ruedo internacional de Lula sea un dato crucial de la política externa brasileña, al tiempo que se hicieron notorios los encontronazos entre el ex canciller Celso Amorim, calificado como “antinorteamericano” por auxiliares de Hillary Clinton (Wikipedia dixit), y el actual jefe de Itarmaraty, Antonio Patriota, visto amigablemente desde el Norte.
La agenda externa de Lula podrá ser equiparable a las gestiones internacionales que llevó adelante el ex presidente Kirchner, o las que sigue realizando Bill Clinton. A veces oficiosas, pero jamás en colisión con la Casa Rosada y Blanca.
Tampoco se descarta que desempeñe algún cargo formal, según un trascendido, el ex presidente podría ser nombrado embajador especial para Africa, y su nombre fue barajado como eventual negociador en Libia.
En las últimas semanas no dejó de tender puentes hacia el mundo árabe. Lula visitó Qatar, donde abogó por estrechar los lazos entre Medio Oriente y Brasil, tras lo cual ofreció una conferencia ante la populosa y poderosa comunidad árabe de San Pablo, que lo escuchó deplorar los ataques occidentales contra Libia e instar a una solución negociada.
Prueba de que su jubilación política está lejos, y su retorno fue más temprano de lo esperado, tampoco descuidó la agenda sudamericana: luego de visitar Paraguay el viernes pasado desembarcó en Uruguay donde despotricó contra el “imperialismo” y aseguró que Brasil no ambiciona ninguna hegemonía.
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