Jean Bricmont, para Sin Permiso
Quienes han concedido el premio Nobel de la paz a un disidente chino nos explican que la paz y los derechos humanos son inseparables. Hay que preguntarse entonces cómo es posible que quien más se afana en proclamar su adhesión a los derechos humanos (Estados Unidos) sea también quien más soldados mantiene en el extranjero y quien más se libra a guerras e intervenciones de todo tipo.
Lo cierto es que los chinos ven la concesión de ese premio como una nueva ingerencia occidental en sus asuntos internos. Y en nombre de los derechos humanos podría tal vez defenderse esa ingerencia, si no tuvieran lugar las otras ingerencias, el despliegue de tropas o la agitación inducida de las minorías. Los sedicentes defensores de los derechos humanos tendrían que entender que, en la medida en que su política se vincula de facto a la voluntad hegemónica de Occidente, esa política, aun con las mejores intenciones del mundo, no hará sino contribuir al aumento de las tensiones internacionales, y por lo mismo, entorpecer los deseados progresos en materia de derechos humanos.
Si quienes conceden el premio Nobel buscaran de verdad mostrar su coraje, no les resultaría nada difícil elegir a uno de los miles de palestinos inocentes enjaulados en las cárceles israelitas. Sería harto divertido observar las reacciones.
No anda lejos el día en que los chinos serán más fuertes que nosotros, y es de temer que, llegado ese día, se “acordarán” de todas las humillaciones que les hemos infligido en el pasado, desde las guerras del opio y el saqueo del palacio de verano hasta los actuales coqueteos con el Dalai Lama y los disidentes. En lo que a mí hace, y si la venganza es un plato que se sirve frío, preferiría no formar parte de la merienda china.
Jean Bricmont es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
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