terça-feira, 18 de agosto de 2009
Lunáticos
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona, para Página/12
UNO Hace ya un tiempo, Enrique Vila-Matas –desde unas columnas en el Diario 16 posteriormente reunidas en un libro cuyo título es toda una declaración de intenciones– se propuso y consiguió dinamitar todo ese asunto de las efemérides. Para acabar con los números redondos se llamó el volumen recopilatorio y –con los recientes fuegos artificiales por los 40 años de la llegada del hombre a la Luna– volví a comprender el fastidio del escritor español. Volví a comprender también que no hay nada más efímero que cualquiera de esas noticias/aniversario. Repasado repisado y a otra cosa. La misma circularidad del número contribuye, enseguida, a precipitarla barranca abajo hasta la redondez del próximo lustro, década, cincuentenario, siglo o milenio. Y, ahí, volver a encender y soplar las velas.
DOS Escribo esto en agosto, mes que en España equivale a algo así como un febrero argentino, pero no exactamente. Agosto es el mes en que el teléfono deja de sonar, casi no llegan e-mails pidiendo o proponiendo cosas raras y todos miran de reojo –sobre todo en este agosto crítico y de crisis– el lado oscuro de septiembre desde sus órbitas más o menos prolijas, preguntándose qué habrá (si habrá algo) esperando allí: vida inteligente, soluciones mágicas, algún milagro, la posibilidad de instalarse en otra parte, lejos.
Y yo me prometí para agosto –y voy cumpliendo– volver a leer las cuatro novelas y coda-nouvelle de la saga de Harry “Rabbit” Angstrom firmadas por John Updike. Son aún mucho mejor de lo que las recordaba (me pregunto si a esta altura, fracasadas todas esas campañas para incentivar la lectura en quienes no leen, no sería mucho mejor y más productivo promover la relectura entre los que sí leen) y había olvidado por completo que la segunda de ellas transcurre, en parte, durante los días y noches del gran alunizaje. En Rabbit Redux –de 1971, traducida como El regreso de Conejo– leo: “Se la pasan mencionando a Colón, pero se trata de lo exactamente opuesto: Colón voló a ciegas y chocó contra algo, mientras que estos tipos saben perfectamente hacia dónde van y es rumbo a una enorme y redonda nada”. Antes o después, alguien comenta excitado que los astronautas han dejado atrás la zona de influencia de la Tierra y que se encuentran a miles de millas de distancia y de altura.
“Qué suerte que tienen”, piensa Angstrom.
TRES Angstrom se escribe tan parecido a Armstrong y hace unas semanas, mientras releía al primero, volvía a ver el segundo. Un anciano conmemorativo –el equivalente para la NASA de lo que es Di Stéfano para el Real Madrid, a quien se saca y se exhibe en cada festejo– recordando lo inolvidable. Su rostro parecía polvoriento y lleno de cráteres y reflejaba y refractaba la luz ajena de los reflectores de un estudio de televisión. Uno de esos estudios donde –juran los conspirativos– se filmó el falso alunizaje de 1969. Armstrong volvió a referirse a la famosa frase-slogan (la del pequeño paso, la del gran salto), pero Updike prefirió, como epígrafe para una de las partes de su novela, una que ya nadie recuerda y que, seguro, no fue memorizada y ensayada para la gran ocasión. “Es diferente, pero es muy lindo aquí afuera”, dijo Armstrong.
CUATRO Y lo de la Luna eclipsó un poco pero no del todo otros cumpleaños 40. Los crímenes más alucinados que alunizados de Charlie Manson y su familia, los tres días de paz y amor de Woodstock y –también se lo menciona en Rabbit Redux– lo de Ted Kennedy y Mary Jo Kopechne cayendo por un puente de la isla de Chappaquidick. Y me pregunto si el joven senador no iba mirando a la Luna mientras manejaba y se distrajo. Aquí y ahora, tanto tiempo después, los políticos españoles miran al frente, pero al vacío. Los periodistas han manifestado su preocupación y furia por la nueva moda de los próceres del PP y del PSOE. Grabar tapes en sus respectivas torres de control y distribuirlos por noticieros y redacciones, evitando así no sólo las preguntas molestas sino, también, las todavía más molestas repreguntas. Algunos, incluso, se permiten la cínica osadía de mover su cabeza y sonreír y fijar la vista en diferentes puntos de la pequeña nada. Como si se dirigieran a éste o aquélla. Parecen lunáticos.
CINCO Lo que me lleva al nuevo video de Shakira. Lo vi por primera vez hoy –la canción, de una rara fealdad, cantada en ese extraño idioma conocido como shakirés o shakírico, se titula “Loba”– y todavía estoy temblando. Mucho. ¿Qué le ha pasado a esta chica? ¿Qué le sucede? ¿De dónde proviene esa necesidad espasmódica de meter y sacar panza, de jadear, de meterse el dedo en la boca y de retorcerse sobre sí misma como una poseída? En la Edad Media, seguro, Shakira habría sido quemada viva o elevada a los altares. Y, en “Loba”, va de aburguesada esposa que se convierte en disco-odalisca-licántropa cuando se mete en su vestidor luego de haber contemplado la Luna, o algo así. Lo de antes: a mí me da miedo esta mujer y me pregunto si el suyo es el nuevo signo de “lo sexy”, si lo que ahora hace aullar a los jóvenes es ver a una mujer que, en cualquier momento, va a desarmarse víctima de su propia fuerza centrífuga. O tal vez lo que sucede es que Shakira está entrenando para ser la primera mujer en la Luna.
SEIS Diez años antes de que los norteamericanos la pisaran, los soviéticos ya habían fotografiado el lado oscuro de la Luna. Era igual de lindo, pero no muy diferente al lado iluminado y –viendo las fotos en la revista dominical de El País– leo que entonces Pasolini suspiró: “La Luna ha sido consumida”. El asunto es quién volverá a cocinarla y servirla. El buen Obama –quien de candidato que prometía mucho pasó a ser un presidente que promete demasiado– ha puesto sus ojos en ella. Ya saben: el cierre de Guantánamo, la apertura del sistema sanitario y, para rematar, aquello que sólo prometen los más románticos: la Luna, volver a la Luna. Pero –Houston, tenemos demasiados problemas– los números de la NASA no cierran. Y ya están los que argumentan que mejor –cuando haya dinero– seguir de largo hasta Marte. Pero, por ahora, ida y vuelta a la estación espacial y cambio y fuera. Tampoco es que haya demasiado apuro porque, parece, vamos a llegar tarde. Martin Rees –jefe de la Academia de Ciencias Británicas– ya anunció que nuestras posibilidades de colonizar otro planeta antes de que acabemos del todo con éste no superan el 50 por ciento. Así que aquí estamos, dando pequeños pasos hacia delante y grandes saltos hacia atrás, rumbo a una enorme y redonda nada, hombres lobos del hombre, lanzando grititos y contorsionándonos bajo la Luna como Shakira.
Falta menos para el primer aniversario de nuestro final.
La Tierra ha sido consumida.
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