A Face da Guerra, de Salvador Dali:
El mandatario norteamericano señaló su incómoda verdad: que “el derramamiento de sangre a veces se antepone a la paz”.
Por David Usborne *
Serio y humilde, el presidente Barack Obama aceptó el Premio Nobel de la Paz ayer en Oslo y le dijo a su audiencia en el rutilante salón del ayuntamiento una incómoda verdad para ese ambiente: las “imperfecciones del hombre y los límites de la razón” significan que el derramamiento de sangre a veces se antepone a la paz. “Entiendo que la guerra no es popular. Pero también sé esto: que el concepto de que la paz es deseable no es suficiente para lograrla –dijo–. La paz requiere sacrificios.” Continuó: “No erradicaremos el conflicto violento durante nuestras vidas. Habrá momentos en que las naciones –actuando individualmente o en conjunto– encontrarán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino está justificado moralmente”.
Durante la ceremonia, que contó con la presencia del rey Harald V y la reina Sonia, el invitado de honor, con traje oscuro y corbata gris, no pareció del todo cómodo y tampoco desplegó el atractivo de otras ocasiones. El discurso de 35 minutos fue pronunciado escasos 10 días después de que Obama hubiera anunciado que enviaría 30.000 efectivos más a Afganistán. Pero descartó las preocupaciones de las presiones de política interna para ofrecer una meditación sobre el concepto de “guerra justa”. El Comité Nobel le otorgó el premio este año a Obama por su comienzo como presidente de Estados Unidos, en el que no solamente prohibió la tortura y se comprometió a cerrar Guantánamo, sino que le dio nueva prioridad a unir y llegar a viejos enemigos. Los críticos han llamado a este enfoque ingenuo y se preguntaron dónde están los frutos de este política exterior. La caravana de limusinas del presidente, llevándolo a él y a la primera dama, Michelle, a los altos consejeros y amigos de la familia, fue saludada por una multitud que aplaudía, pero también por una gran bandera que decía: “Obama, lo ganaste. Ahora ganátelo”.
Pero en Oslo, parte de la política exterior idealista dio lugar a un realismo más sobrio. Aplaudió el pacifismo que predicaron algunos de los anteriores ganadores del premio –citó a Martin Luther King y a Gandhi– pero añadió que no siempre el pacifismo es suficiente. “Un movimiento no violento no podría haber detenido a los ejército de Hitler. Las negociaciones no convencen a los líderes de Al Qaida para que depongan sus armas. Decir que la fuerza puede ser necesaria a veces no es un llamado al cinismo. Es un reconocimiento de la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón.”
Obama dijo que las percepciones de Estados Unidos como un agresor no bienvenido estaban arraigadas en “una sospecha reflexiva de Estados Unidos, la única superpotencia militar en el mundo”. Pero la historia será más benévola, dijo: “Cualesquiera sean los errores que hayamos cometido, el simple hecho es éste: Estados Unidos ayudó a reescribir la seguridad global durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas”.
“La paz es inestable cuando a los ciudadanos se les niega el derecho a hablar libremente o profesar la religión que quieran; elegir a sus propios líderes o reunirse sin temor. Una paz justa incluye no sólo los derechos civiles y políticos, debe estar acompañada por la seguridad económica y la oportunidad. Porque la verdadera paz no es sólo estar libre del temor sino tener libertad para querer.”
“Los ‘ingredientes vitales’ para alimentarla –continuó– son acuerdos entre las naciones, instituciones fuertes, apoyo a los derechos humanos, inversión en el desarrollo. Y, sin embargo, no creo que tengamos la voluntad o la permanencia en el poder, para completar este trabajo sin algo más. Y eso es la continua expansión de nuestra imaginación moral; una insistencia de que hay algo irreductible que todos compartimos”. Concluyó: “Tratemos de lograr un mundo como debiera ser, esa chispa divina que todavía está dentro de cada uno de nosotros”.
Obama mantuvo un tono que no se esperaba en absoluto de él, al menos en Oslo: el de un político pragmático, más que el de visionario soñador que actualmente se le reprocha en su país. El mandatario no se mostró ayer como un soñador, sino como un fiel ejecutor de “Realpolitik”. Y es posible que sus simpatizantes en todo el mundo lamenten ese inesperado giro.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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