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sexta-feira, 18 de março de 2011

Khadafi volvió a ser el enemigo

Kadafi & Tony Blair
Kadafi & Sarkozy
Francia y Gran Bretaña llevaron hasta un final tardío su idea de instaurar una zona de exclusión aérea. Estados Unidos les transfirió la responsabilidad de la acción principal a los europeos y los árabes.

Por Eduardo Febbro
Desde París, para Página/12

Muammar Khadafi bajó definitivamente del altar al que la gula occidental, los petronegocios y la desfachatez del sistema financiero internacional lo habían izado. El tirano, que durante casi dos décadas fue el “enemigo número uno” de Occidente para luego convertirse en el vistoso aliado de sus enemigos de antaño, volvió a su estatuto primigenio. La resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU no deja ningún intersticio para la ambigüedad: el dispositivo militar ya está preparado y sólo faltaba la famosa “base jurídica” reclamada por la OTAN. París y Londres llevaron hasta un final tardío su idea de instaurar una zona de exclusión aérea para neutralizar la aviación de Khadafi.

Las provocaciones mutuas tornaron inevitable la participación árabe-occidental en una nueva cruzada militar contra un país árabe. Libia se suma así a Irak y Afganistán a la lista de países que pasarán una temporada bajo las bombas de una coalición donde el poderío militar de Occidente marcará las orientaciones. Era necesario el voto a favor de 9 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad y también que ninguno de los integrantes permanentes del Consejo vetara la resolución. China y Rusia se abstuvieron y con ello abrieron paso al operativo militar. La comunidad internacional, fragmentada, salvará al filo de la navaja a la ya asfixiada oposición libia. Cercada en su feudo de Benghazi por las fuerzas leales al régimen, la participación directa de Occidente era la única carta que podía sacarla del despeñadero. “Prepárense, esta noche llegamos”, había dicho Khadafi a los habitantes de Benghazi. Tal vez, las primeras en llegar sean las bombas occidentales ayudadas por algunos países árabes, como Emiratos Arabes Unidos, Qatar y Egipto. Washington logró su propósito: transferirles la responsabilidad de la acción principal a los países vecinos, es decir, los europeos con costas mediterráneas y los árabes. Francia y Gran Bretaña, promotores de la resolución, asumirán la mayor parte de la responsabilidad de Occidente, pese a que Estados Unidos es la fuerza dominante en el seno de la OTAN.

No es seguro que la guerra total sea la apuesta definitiva. El Guía Supremo de la desgastada revolución libia supo dar marcha atrás al borde del abismo. A partir de 2003, Khadafi ya demostró su sentido del realismo cuando, impresionado por la invasión de Irak y la captura de Saddam Hussein, retrocedió en su principal proyecto, la acumulación de armas de destrucción masiva, y reconoció su responsabilidad en dos atentados: contra el avión de PanAm que explotó sobre la localidad escocesa de Lockerbie (1988, 270 muertos) y contra el avión francés de la compañía UTA (1989, 170 muertos). Ese fue el inicio del idilio público entre el coronel y sus jueces de años anteriores. Inversiones y visitas de Khadafi a las grandes capitales del mundo y viajes de los demócratas a Trípoli consagraron el retorno del coronel al “eje del bien”. O sea, los negocios seguros aunque las manos que firmaban los contratos estuviesen manchadas de sangre.

Puede que hoy haga lo mismo. La resolución de la ONU es amplia y explícita. La OTAN y la Liga Arabe apoyaron la instauración de una zona de exclusión y ello los convierte en aliados directos de la intervención. Presionado desde el interior por los rebeldes, ahorcado por el cielo y cercado desde el mar, Khadafi tiene las horas contadas. Khadafi le ha ofrecido la represión salvaje a su pueblo y una fuente de agua bendita para que Occidente lave su mala conciencia. No cabe ni la más remota duda de que los armas ya están preparadas. Anoche, tanto el primer ministro francés, François Fillon, como el jefe de la diplomacia, Alain Juppé, adelantaron que la fuerza se emplearía en cuanto la resolución estuviese aprobada. Alain Juppé precisó incluso el modo operativo: “Está excluido que se haga algo en tierra. Está claro. La alternativa se desprende sola: es la utilización de la fuerza aérea”. Tal vez Khadafi calculó mal la convicción de sus socios del Oeste. Pensó que sus divisiones profundas y sus debilidades morales y energéticas le permitirían aplastar la revuelta con un costo mínimo. Occidente también se equivocó con él y con las capacidades reales de la oposición. Las demoras y ese doble error desembocaron en centenas y centenas de muertos, destrucción y el éxodo de centenas de miles de personas hacia las fronteras.

El movimiento democrático libio terminó condicionado a la peor opción para triunfar: sacar a Khadafi con el respaldo de fuerzas extranjeras. Los movimientos de unos y otros condenaron a la contrarrevolución libia a una asistencia extranjera: Khadafi no dejaría el poder sin matar y sin mofarse de la OTAN y la ONU. A su vez, Occidente no podía dejarlo ganar sin quedar en ridículo. Khadafi ha sido un socio perfecto, en la paz y en la guerra. Su previsible derrota se forjó según sus condiciones. Mató a su pueblo sin concesiones y provocó a Occidente para que vinieran a buscarlo. La historia se vuelve a repetir con una puntualidad sangrienta, como en Panamá, Irak o Afganistán: otra vez hay que armar una coalición y arrojar bombas para extirpar un mal que se fue arraigando con la complicidad y hasta la ayuda directa de quienes hoy se alistan para suprimirlo. Noriega fue un aliado de las potencias, lo mismo que Saddam Hussein en Irak y los talibán en Afganistán.Apartarlos del poder costó miles de vidas humanas inocentes. Khadafi y sus socios tardíos hicieron pesar sobre el pueblo libio el mismo y repetitivo destino.

domingo, 20 de fevereiro de 2011

Blair, socio fraternal de Gadafi

Tony Blair com seu amigo George
Tony Blair, enviado especial del Cuarteto - Estados UnidosRusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas- que supuestamente busca la paz en Medio Oriente, acaba de calificar la ola de protestas pro-democracia que arrasa la región como “un momento de oportunidad verdaderamente importante”.


Importante pero no tan importante como los momentos de oportunidad que Blair ha aprovechado en su relación especial gubernamental y personal con Libia. Blair se lleva de maravilla con Muamar al Gadafi desde que siguió a José María Aznar y restableció relaciones diplomáticas con el dictador libio  en el 2004, un año en el que tanto Blair como Aznar –por no decir nada de George W Bush- necesitaban a todos los amigos árabes que podían encontrar tras liderar una guerra ilegal en Iraq que nadie apoyaba. Resultó especialmente audaz para Blair estrecharle la mano a Gadafi cuyo régimen estaba involucrado directamente en el atentado contra un avión de Pan Am  estadounidense que sobrevolaba Escocia en diciembre de 1988 y , al caer , obliteró el pueblo de Lockerbie provocando la muerte de 270 personas.  Al igual que la guerra en Iraq, era un ejemplo valiente del conviction politician,  dispuesto a desafiar a los sondeos de opinión  aunque no a los lobistas de petroleras como BP y Shell que necesitaban desesperadamente un deshielo de relaciones con la potencia petrolera y su excéntrico dictador. Uno de los numerosos acuerdos bilaterales firmados estipulaba  que el ejército británico ayudaría en la formación de soldados y policías libios.

Blair ha acumulado una fortuna próxima a 45 millones de libras (50 millones de euros) desde que abandonó Downing Street gracias a los honorarios que se embolsa por asesorar a diversos bancos y empresas multinacionales sin olvidar su excelente salario como embajador por la paz en Medio Oriente. Uno de los bancos que Blair asesora, JP Morgan, se hizo con un jugoso contrato en Libia a mediados del año pasado gracias, según explicó miembros del régimen libio, a la mediación de Blair durante una visita Trípoli en junio del año pasado. Por si esto fuera poco, Saif al-Islam Gaddafi , el hijo de Gadafi, dijo en una entrevista mantenida con el Daily Mail en el mismo mes que Blair había sido contratado por el fondo soberano libio, Libyan Investment Authority, como asesor. “Lo tratamos como a un hermano”, añadió. Blair lo desmintió.

Pero, ahora que, los manifestantes en favor de la democracia en Libia caen bajo una lluvia de balas disparadas con apuntería británica http://www.belfasttelegraph.co.uk/news/world-news/how-britain-taught-arab-police-forces-all-they-know-15089726.htm ,  quizás se debería volverá a mirar el asunto o, al menos, reflexionar sobrela cuestión de  si Blair es la persona indicada para decidir cómo aprovechar este “momento de oportunidades” en Medio Oriente.  Al fin y al cabo, no parece  el mejor misionero de la paz un gobernante que –según el reconoció de manera implícita en una investigación británica- tomó la decisión de invadir Iraq incluso antes de que se iniciaran las últimas inspecciones sobre armas de destrucción masiva de la ONU.

Si alguien dudaba de si las extraordinarios rebeliones árabes puedan complicar la vida a los líderes europeos que han mezclado negocios y política con los sátrapas árabes desde hace décadas, solo hace falta mirar la situación insostenible de la ministra de exteriores francés a Michelle Alliot-Marie  desde que  salen a la luz los negocios sucios que realizaba con los socios del tirano tunecino Zine el-Abidine Ben Ali .