É recomendável a leitura deste artigo para aquelas e aqueles que se preocupam, de alguma forma, com o futuro da humanidade. Os principais pontos levantados são de um realismo pungente. O 39º encontro do Fórum Econômico Mundial está acontecendo em Davos entre os dias 28 de janeiro e 1º de fevereiro. Omar
Larry Elliott · · · · ·
Quienes lo ven desde fuera
podrían imaginarse que a los líderes empresariales que todos los años se reúnen
en Davos para darle a la lengua sólo les preocupa enriquecerse. Sus críticos
podrían llegar a imaginarse que los jefazos de las empresas, que llegan volando
al Foro Económico Mundial, a 1.600 metros de altitud en los Alpes suizos, en
sus helicópteros, con sus señoras de buen ver revestidas de armiño, no son
conscientes de las tribulaciones de los pobres. Pero estarían equivocados.
Mientras los ricos y
poderosos hacen sus preparativos de última hora para su semana en la montaña
mágica, es su deseo enviar un mensaje de que comprenden lo que sucede con la
desigualdad. Padecen por ese sufrimiento. De verdad que sí.
La prueba de la línea basada
en el "Davos lo entiende" procede del informe anual de riesgos
recopilado por el Foro Económico Mundial. Pregunta a 700 de sus miembros cuáles
creen que serán las amenazas a la economía global más acuciantes de la
década que viene. La desigualdad se considera la amenaza más probable.
Klaus Schwab, que creó la
reunión de Davos en la década de 1970, está satisfecho de este hallazgo. Como
buen socialdemócrata chapado a la antigua, quiere que sus miembros reciban una
lección de historia y se den cuenta de que el capitalismo no puede sobrevivir
si la renta y la riqueza se concentran en poquísimas manos. A lo largo de la
mayor parte del siglo, los líderes empresariales más perspicaces se dieron cuenta
de que sus trabajadores necesitaban salarios razonables para que pudieran
comprar los bienes y servicios que ellos producían. Aprehendieron la idea de
que un sistema de mercado en su forma más cruda era incompatible con la
democracia y dieron así su aquiescencia, mientras se limaban los bordes más
ásperos por medio de una fiscalidad progresiva, del Estado del Bienestar y los
frenos al capital. En su fuero interno, temían que la Revolución Rusa sirviera
de modelo a los trabajadores desafectos de Occidente.
Las actitudes han cambiado
en los últimos 30 años. La llamada Gran Compresión de rentas que vimos entre
las décadas de 1930 y 1970 invirtió su rumbo, mientras el 1% superior se hacía
con los frutos del crecimiento. Los ricos recurrían a su dinero y su influencia
para asegurarse de que los gobiernos hicieran su voluntad. Tras la caída del
Muro de Berlín, no había modelo rival y sí menos necesidad de mostrar
moderación. Con la llegada de un mundo unipolar, se volvió a una forma más
agresiva de economía de mercado como no se había visto desde los primeros días
de la industrialización.
Schwab declaró la semana
pasada que el crecimiento no inclusivo es insostenible, y tiene razón. Un
documento distribuido hoy por Oxfam llega a la misma conclusión, haciendo
notar que las 85 personas más ricas del mundo poseen una fortuna
equivalente a la riqueza total – $1.7 billones de dólares– de la mitad inferior
de la población de la Tierra. Es una cifra bastante apabullante. Se podría
meter a esas 85 personas en un autobús londinense de los de doble piso (no es
que monten alguna vez en bus) y serían igual de ricos que 3.500 millones de
personas.
El contraargumento es que
hay mucha menos pobreza de la que había hace 15 o 20 años y esto – en buena
medida gracias a tres décadas de crecimiento explosivo en China – es verdad.
Los que argumentan que una marea alta eleva a todos los barcos se preguntan a
qué viene todo este alboroto.
El alboroto guarda relación
con tres de los temas que van a figurar este año en el orden del día de Davos:
lo perdurable de la recuperación económica, el cambio climático y el abismo
entre ricos y pobres. En la fase anterior a la crisis de 2007-2009, la
creciente desigualdad era compatible con la expansión gracias tan solo a
niveles cada vez mayores de endeudamiento personal. Desde el inicio de la
crisis, el tinglado ha seguido moviéndose gracias a un estímulo sin precedentes
de los bancos centrales. A corto plazo, la preocupación estriba en qué sucederá
en las economías, más frágiles, de los mercados emergentes a medida que la
Reserva Federal vaya restringiendo su programa de compra de activos. El proceso
de imprimir dólares llevó a que el dinero caliente saliera en tromba de los
EE.UU. hacia las divisas de mercados emergentes de mayores rendimientos; al
deshincharse el programa puede que veamos una nueva tromba.
Una preocupación a largo
plazo es que exprimir de manera prolongada los salarios reales –intensificación
de la tendencia del último cuarto de siglo – vendrá a suponer que la gente pida
más prestado para financiar sus hábitos de consumo justo cuando la eliminación
gradual del estímulo encarece los préstamos.
La segunda gran cuestión,
que ha quedado inactiva desde el comienzo de la crisis, es si el actual modelo
de crecimiento global es coherente con impedir que el planeta se acabe friendo.
Una recesión siempre relega las cuestiones ambientales en el orden de la agenda
y esta ha sido una recesión especialmente honda y dolorosa. La falta de
coordinación global y la (errada) creencia de que la fracturación hidráulica (fracking)
es la respuesta a las necesidades energéticas mundiales no ha contribuido a
mejorar las cosas.
Por último, está la
inclusividad. La recesión ha sido especialmente brutal con los jóvenes, muchos
de los cuales se encuentran sin empleo o desempeñando trabajos para los que
están sobrecualificados. En muchos países de mercados emergentes, la población
se vence del lado de los menores de 25 años, el grupo con mayores
probabilidades de emigrar o provocar disturbios sociales en el país. Los medios
modernos hacen evidentísima la sesgada distribución de la riqueza, el poder y
las oportunidades.
Tal como refiere el informe
de Oxfam: "Cuando la riqueza se apodera del diseño de las medidas
políticas, se retuercen las reglas para favorecer a los ricos, a menudo en
detrimento de todos los demás. Entre las consecuencias se cuentan la erosión de
la gobernanza democrática, la descomposición de la cohesión y la desaparición
de la igualdad de oportunidades para todos. A menos que se pongan en práctica
soluciones políticas audaces para frenar la influencia de la riqueza sobre la
política, los gobiernos van a actuar en favor de los intereses de los
ricos".
Sin duda, la línea de Schwab
sobre la desigualdad recibirá esta semana mucho apoyo en público. Habrá asombro
y nervios ante algunos de los hallazgos más sorprendentes del informe de Oxfam,
como que en los EE. UU. el 1% más rico ha acaparado desde 95% del
crecimiento tras la crisis financiera, mientras que el 90% de la base se ha vuelto
más pobre.
Pero no esperemos mucho
apoyo a ninguno de los remedios sugeridos por Oxfam: que las grandes empresas
dejen de recurrir a escondites fiscales para pagar impuestos; que los líderes
empresariales apoyen una fiscalidad progresiva, la cobertura universal de
sanidad y educación y un sueldo que alcance para vivir en todas las empresas
que controlan. Puede que los directivos presentes en Davos estén preocupados
por las repercusiones de la desigualdad, pero no están tan preocupados y no están
ni la mitad de preocupados de lo que deberían estar.
Schwab podría hacerles la
vida más incómoda a sus invitados poniendo nombre y apellidos a los agresivos
evasores fiscales y abochornándolos, dejando de invitarles a su festejo de
charlas. Con ello, sin embargo, quedarían muchas habitaciones libres en Davos.
Por el contrario, empresas
como Google (facturación de 2012 en el Reino Unido: 3.000 millones de libras
esterlinas; beneficios en el Reino Unido: 900 millones de libras; impuesto de
sociedades: 11,6 millones de libras) pueden dárselas de buenos ciudadanos
globales. Este año los periodistas están invitados a una “charla junto al
fuego” con Eric Schmidt, como para mostrar que el presidente de Google no es un
magnate despiadado sino la reencarnación de Franklin Roosevelt. [1]
Nota de uso personal – cosas
que llevarse a Davos: botas, gorro de lana, guantes, bolsa para vomitar.
Nota del t.:
[1] Se conocen como charlas junto al fuego (fireside
talks) las treinta alocuciones radiofónicas que sobre los más diversos
temas de actualidad dirigió Roosevelt al pueblo norteamericano entre 1933 y
1944 en un tono familiar y con ánimo de pedagogía política y gran eficacia para
construir su imagen pública y difundir sus medidas de gobierno.
Larry Elliott dirige la sección de economía del diario británico The
Guardian y es coautor, junto a Dan Atkinson, de The Gods That
Failed: How the Financial Elite Have Gambled Away Our Futures (Vintage)
[Divinidades fallidas: Cómo la élite financiera se ha jugado nuestro futuro].
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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