quarta-feira, 21 de julho de 2010
El nuevo rock and roll
Cultivar hortalizas, el nuevo rock and roll
RAFA RAMOS, La Vanguardia
La tribuna sur de Viacarage Road, el campo de fútbol del Watford, da sombra a centenares de pequeñas parcelas donde los habitantes de esta ciudad dormitorio de la capital cultivan sus propias frutas y hortalizas orgánicas. En tiempos de recesión –incluso algunos hablan ya de depresión- se vuelven a poner de moda los placeres más sencillos y baratos, y nada tan terrenal como la agricultura.
La muy inglesa tradición de que los urbanitas alquilen pequeños lotes de tierra se remonta a la época victoriana, como una estrategia paternalista de los aristócratas para mantener contentas y entretenidas a las clases trabajadoras, y alejarlas de los excesos del pub en la medida de lo posible. El propio término que se utiliza –allotment- implica algo otorgado desde arriba como un favor o beneficio de la magnánima autoridad.
"Los beneficios de cultivar aunque sólo sea un pequeño trozo de tierra no son tan sólo nutritivos o económicos, sino también culturales y psicológicos, una especie de alimento del alma de una manera primitiva y peculiar, típicamente británica", dice Ben Macintyre. Está demostrado históricamente que la demanda de este tipo de parcelas, que lo mismo se encuentran entre bloques de apartamentos que al lado de un aparcamiento o un campo de fútbol, aumenta en tiempos de crisis. Durante la segunda guerra mundial, haciendo caso a la recomendación de Winston Churchill de que el país tenía que ser lo más autosuficiente posible para hacer frente a la amenaza nazi, el número de lotes alcanzó el millón y medio.
Los rigores e incertidumbres de la recesión son poca cosa en comparación con los de la guerra, pero han resucitado el entusiasmo por el contacto íntimo con la tierra, el ritual de plantar las alcachofas y regar los tomates, la rutina de pasar por el huertecillo una vez al día -o a la semana- para arrancar las malas hierbas. "Da una sensación de autonomía y libertad, de que en el peor de los casos uno puede ingeniárselas para sobrevivir con sus propias frutas y verduras", explica Anne Millar, que paga menos de un euro a la semana por uno de los lotes de Vicarage Road, entre el estadio y el típico barrio inglés de modestas casas adosadas.
El dinero que cuesta el alquiler de las parcelas es meramente simbólico, lo difícil es conseguirlas, sobre cuando la demanda es grande como ahora (hay más de cien mil personas en lista de espera). El "National Trust" (una organización benéfica dedicada a la preservación de los espacios naturales y edificios de interés, que es el principal propietario privado de tierra en el Reino Unido), acaba de anunciar la constitución de mil nuevos lotes repartidos en cuarenta localidades Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte. Los interesados se registran en una base de datos online que les informa cuáles son los terrenos más próximos a su lugar de residencia.
El millón y medio de parcelas que había después de la segunda guerra mundial fue disminuyendo durante las décadas siguientes de la mano del bienestar y la prosperidad, hasta quedar reducidas a las actuales trescientas mil. A finales de los noventa, cuando cultivar las propias verduras era visto como una excentricidad en pleno boom de los alimentos exóticos procedentes de cualquier lugar del mundo, doscientos mil lotes vacantes por los que nadie se interesaba ni aunque fuesen gratis fueron vendidos por los ayuntamientos, los Ferrocarriles Nacionales (British Rail) y la Iglesia de Inglaterra para la construcción de pisos subvencionados.
"Los hábitos e intereses de la gente están cambiando con la recesión –señala Fiona Reynolds, del "National Trust"-, la crisis del materialismo se traduce en un apego por la familia, la tierra y el cultivo de los propios alimentos, y no sólo para ahorrar dinero". Además de la creación de nuevas parcelas, la organización ha lanzado una campaña a fin de reclutar un "ejército de voluntarios" que ayuden al mantenimiento de sus jardines, visitados por catorce millones de personas al año.
Los allotments o parcelas están vallados, se miden en rods (una medida antigua que equivale a unos cinco metros y medio), y es común que tengan una caseta construida de macera barata en la que guardar el pico, la pala, las tijeras de podar, las semillas y los abonos. Aunque se trata de una institución muy vinculada al clasismo típico de la sociedad británica -los pequeños lotes del populacho lindando con la fabulosa finca del Señor local-, existen conceptos parecidos en Francia (los jardins familiaux), Dinamarca (kolonihave) o Alemania (schrebergarten). Albert Einstein alquiló a principios de los años veinte un jardincillo en Berlín-Spandau al que se refería como su "castillo", pero pronto se cansó y se dedicó a los números en vez de las lechugas.
Cultivar la tierra, aunque sea como hobby y de manera simbólica, se ha vuelto cool, un grito de individualismo en la vorágine de una crisis financiera que nadie parece capaz de controlar, ni los banqueros ni los políticos. "Es la expresión de valores más simples y puros –dice Matthew Wilson, que se dedica a la planificación de jardines-, del placer de regar el huerto en vez de salir a cenar a un restaurante de lujo. Es el nuevo rock and roll".
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