domingo, 19 de abril de 2009

El 75% de los curas quiere celibato optativo

Michelangelo (Capela Sistina):

Josefina Licitra, para Crítica Digital

Como Adán y Eva, que fueron arrojados del Paraíso al mundo temporal, el ex obispo y actual presidente de Paraguay, Fernando Lugo, está cayendo a los sótanos de una vida que no estaba del todo en sus planes. El salto al vacío sucedió el pasado 6 de abril –lunes de Pascuas–, cuando se vio obligado a admitir públicamente que había concebido un hijo –y mantenido una larga relación sentimental– mientras oficiaba como prelado de la Iglesia católica. Y el duro aterrizaje en la tierra terminó de darse un par de días atrás, cuando Lugo demostró que ni siquiera un presidente –ni siquiera un ex obispo– zafa del clásico sainete del “separado-con-hijos”: ahora debe pasar manutención por su criatura –Guillermito, de dos años–, debe cerrarle la boca a la madre de Guillermito –que no para de hablar con la prensa– y debe dejar que un voluntarioso miembro de su familia –en este caso, Pompeyo Lugo, su hermano– salga a decir que él, Fernando, sigue siendo un buen tipo. “El celibato es una tortura”, dijo entonces Pompeyo Lugo en defensa de su sangre, y con esta frase dio por reabierto un debate que desde hace ya varios años, de un modo intermitente, convulsiona a la Iglesia católica: el que refiere a la sensatez del celibato en pleno siglo XXI.

De acuerdo con el doctor en Sociología Pedro Gorondi, responsable de varias encuestas sobre el tema encargadas por la Conferencia Episcopal Argentina, el 75% de los consultados (laicos, obispos y sacerdotes) están a favor de que el llamado “don de Dios” sea optativo. Además, durante la Conferencia Episcopal Latinoamericana, hecha en Brasil en 2007, los obispos emitieron un comunicado donde por primera vez reconocían que faltaban sacerdotes y seminaristas, y que el motivo de esta merma estaba estrictamente relacionado con la restricción sexual. “Cada vez se le encuentra menos sentido –advierte Gorondi–. El planteo es: si en la Iglesia se le da tanta importancia al amor y la familia, ¿por qué se obliga a los sacerdotes a vivir una vida tan solitaria y angustiante? Esas situaciones de aislamiento forzado finalmente los terminan empujando y condicionando para tener relaciones, hijos furtivos y todo tipo de prácticas que el Papa no quiere que sucedan”.

Por todo esto, en el 2004 –tres años antes de que se hiciera la Conferencia latinoamericana– los sacerdotes brasileños escandalizaron al mundo al hacer público –mediante una encuesta encomendada por la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil– que el 41% de ellos admitía haber violado el celibato. Pese a ello, el 48% opinaba que esta restricción era importante y un 41% afirmaba que debería ser optativa. “Es común, especialmente en las ciudades pequeñas, que la gente conozca a los hijos de los curas, que son llamados ‘sobrinos’, y a la mujer del sacerdote –remató Luis Antonio de Souza, responsable del estudio–. La gente se lo toma con naturalidad”.

En Paraguay, la población no se tomó el “affaire Lugo” tan ligeramente. Desde que se supo la historia, la imagen positiva del presidente cayó 16 puntos: del 64,14% al 48,04 por ciento.

De eso no se habla. Jesús nunca habló de celibato. De hecho, fue recién en el siglo XVI, con el Concilio de Trento, que la Iglesia católica estableció que la función sagrada de celebrar la misa sólo podía ser practicada por varones controlados y regulados en su vínculo con Dios. Desde entonces, la Iglesia latina carga sobre el hombro un debate latente, que en el siglo XX empezó a avivarse. Por no hablar del siglo XXI. “Es tiempo de una discusión amplia sobre la idea del celibato obligatorio, ya que se trata de una opción de conciencia y espiritual muy personal”, opina José María Poirier Lalanne, experto en religiones y director de la revista católica Criterio. “La permanencia del celibato obligatorio da la pauta de que tenemos una Iglesia autoritaria, desactualizada y no comprometida con la realidad que se está viviendo: un punto de vista que sin duda impactará negativamente en los jóvenes con vocación religiosa”, agrega el sacerdote Guillermo Mariani, famoso por haber publicado un libro –Sin tapujos. La vida de un cura– que en 2004 reabrió el debate sobre las restricciones sexuales.

Pero ninguna de estas opiniones parece torcerle el brazo al Papa. En noviembre de 2006, a poco de asumir, Benedicto XVI reunió a los cardenales de la Curia romana para hablar del tema. Sobraban los motivos: en septiembre de ese año, el arzobispo rebelde africano Emmanuel Milingo había ordenado a cuatro sacerdotes casados y, a la vez, había lanzado el movimiento Curas Casados Ya. Una vez que tuvo a la cúpula eclesiástica delante, Benedicto fue claro: del celibato optativo no se habla más, dijo. Y –en el Vaticano– no se habló más.

Pero sí se habló en otros países. En la Argentina, por caso, hubo varios sacerdotes que terminaron contrayendo matrimonio. Los episodios con más estado público fueron el de Leonardo Belderrain (un párroco platense que dejó el sacerdocio para casarse); el del sacerdote Luis Armendáriz (un mendocino que fue padre, pero que hoy sigue dando misa en provincia de Buenos Aires), y principalmente el de Jerónimo Podestá, el primer obispo en desatar un escándalo: cuando se enamoró de Clelia Luro –39 años, separada, seis hijas– se alejó de la institución eclesiástica –fue suspendido ad divinis, al igual que Belderrain– y fundó la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados.

“Muchos obispos están pidiendo el celibato optativo, porque se les está yendo mucha gente muy valiosa –advierte Clelia Luro, viuda de Podestá, quien murió hace nueve años–. Pero la Iglesia no se flexibiliza por varios motivos. Uno es el económico: si los sacerdotes pudieran casarse, a su muerte no quedaría nada del patrimonio personal para la Iglesia. Y otro es más de fondo aún: cuando un sacerdote empieza a vivir su propia vida, madura y se hace libre. Y es muy difícil llevar una institución piramidal cuando está poblada de hombres libres. Yo sé que en algún momento el debate va a llegar. Tiene que venir un Papa inteligente, que no es el caso de este Papa. Pero, por suerte, nadie es eterno”.

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