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Andrew Levine · · · · ·
¿Podría el Presidente Obama perder en noviembre? El consenso entre aquellos que dicen saber es que no, a menos que la economía se estanque nuevamente, y eso, dicen los entendidos, es poco probable. Por lo tanto, salvo contingencias improbables, Obama va a ganar un segundo mandato. El motivo verdadero casi no es mencionado, pero es tan claro como el agua: Obama va a ganar porque Mitt Romney será su oponente.
Romney va a ponerle la victoria en bandeja a Obama porque, por razones demasiado obvias, casi todo el mundo - izquierda, derecha y centro– lo encuentra repugnante. Y, como si no bastara el hecho de que Romney repite como loro las posiciones de sus rivales, los puntos de vista que mantiene a la hora de dirigirse a los teócratas y miembros del Tea Party, es decir, a los principales votantes republicanos, les resultan repugnantes a todos menos a los más reaccionarios.
Ciertamente, Romney es el candidato preferido de los depredadores corporativos y banqueros criminales de Wall Street, aunque uno debe preguntarse por qué no acaban por alinearse detrás de su hombre en la Casa Blanca de una buena vez. Y hay algunos ricos republicanos chapados a la antigua a los que les gusta Romney, aunque incluso a ellos debe molestarles su deseo de complacer a la cuadrilla que el establishment partidario contrató para lograr que sus hombres (y ocasionalmente mujeres) sean electos. Pero, en el mundo de los ricos, la codicia siempre gana, por lo que ellos están dispuestos a vivir en medio de contradicciones culturales si ello ayuda a engordar sus bolsillos.
Los reaccionarios son otra historia. Los peores de entre ellos odian la idea de un presidente afro-americano, y odian a los "liberales" casi tanto. Y ellos sumados a los votantes republicanos más benignos, para quienes otro candidato republicano, aunque sea despreciado por las bases, podrían acumular una cantidad importante de votos. Pero tanto Romney como los otros candidatos, necesitan el voto de los 'moderados' para ganar, y es casi imposible que lo obtengan.
Por eso, Obama debería llevarse la elección en noviembre, a pesar de no haber logrado casi nada digno de mención en su primer mandato, a pesar de haber decepcionado a todos los electores a los que hechizo cuatro años atrás, y a pesar de haber sido incluso peor que Bush y Cheney en asuntos relacionados con el estado de derecho y las restricciones constitucionales sobre el poder ejecutivo. Los expertos están de acuerdo en que sus bases no tienen alternativa, como tampoco la tienen los "independientes", a los que Obama ha intentado atraer. Pero por lo menos no es repelente ni se presenta como un imitador de Santorum.
Y seguro que los expertos tienen razón en esto. Pero el camino no es tan llano para Obama como se cree, porque hay otras cosas además de las noticias económicas que podrían catapultar a Romney. Las guerras de Obama, – incluso aquellas que él no comenzó son suyas ahora! – podrían convertirse su peor pesadilla. Hasta el momento, el presidente ha podido alejar esa amenaza, aunque ya hay señales de problemas, y hay mucho tiempo entre ahora y noviembre.
Hoy por hoy, Afganistán parecería ser el principal problema, pero de lejos la bala más grande que Obama debe esquivar es la posibilidad de una guerra contra Irán. Esa sería otra guerra autodestructiva en Oriente Medio, varias veces más grave que la guerra contra Irak, que el propio Obama describió como "estúpida". El imperio estadounidense está apuntando a Irán, incluso desde antes de la Revolución iraní, pero hasta ahora el conflicto ha sido de "baja intensidad". Y si Obama quiere beneficiarse de la candidatura de Romney, al mismo tiempo que continua demonizando al régimen iraní, deberá asegurarse de que las cosas no se escapen de control.
Todavía nadie ha logrado identificar ninguna razón legítima, real o artificial, para iniciar una guerra contra Irán - a menos que hayamos llegado al punto en que ahora las guerras se luchen para desarmar a las naciones que no nos gustan, aun si no nos han amenazado ni lo harían nunca. Ni siquiera los comentaristas más importantes del coro probélico en los medios de comunicación, ni los belicistas del Congreso de la calaña de John McCain, Lindsey Graham o Joe Lieberman han podido encontrar una justificación para la guerra que no sea evidentemente engañosa.
Si el tema de la guerra contra Irán está en la agenda es por una sola razón: porque Israel así lo quiere, y como Israel lo quiere, los lobbyistas pro Israelíes harán todo lo posible para hacerla realidad. Y es que por lo general, logran lo que quieren, ya que tienen a casi todo el Congreso y a la mayoría de las instituciones que crean opinión pública en su bolsillo o, por lo menos, de su lado.
Por el momento, sin embargo, Obama parece haber esquivado la bala, habiendo sobornado a los israelíes con ofertas de ventas de armas que parecen calculadas para aumentar la capacidad israelí de destruir las instalaciones nucleares de Irán, con el quid pro quo de no hacerlo hasta después de las elecciones. Dado que Israel es quizás el estado más belicoso del planeta, incluso más predispuesto a utilizar la fuerza militar que los propios Estados Unidos, la manera en que Obama está lidiando con el problema entre Israel e Irán pone en peligro a toda la región y al mundo en general. Pero podría funcionar… para Obama.
Lo único que podemos esperar es que al gobierno de Netanyahu - y por lo tanto a la AIPAC – no se le antoje reemplazar al presidente por un republicano. Sin duda les encantaría que Gingrich saliera elegido – su primera decisión en el cargo, según él mismo, sería mudar la embajada de los EE.UU. de Tel Aviv a Jerusalén. ¿Sería su segunda decisión nombrar a su mentor, Sheldon Adelson, embajador ante el Estado judío? Uno puede imaginar lo agradecido que quedaría Netanyahu (que a su vez, quién sabe, podría incluso ofrecerle a Adelson una concesión para construir un casino al lado de la Cúpula de la Roca).
Santorum sería casi igual de bueno. Netanyahu, que es hábil con los ordenadores, seguro que lo ha googleado y habrá descubierto una afinidad personal. Pero la candidatura de Romney sería casi un regalo seguro, con el que Obama podría descansar tranquilo. Los israelíes tienen tanta razón para desconfiar de Romney como todos nosotros, tal vez más ya que, como mormón, debe creer que su pueblo es el verdaderamente escogido. Y esta convicción podría hacerle menos dispuesto que los protestantes evangélicos o católicos, como Rick Santorum, a marchar a la música de la línea sionista de Tierra Santa.
Sea cual sea el partido que prefiera el gobierno israelí para los Estados Unidos, el hecho es que su principal motivación no es poner a alguien más servil que Obama en la Casa Blanca, sino derrotar a Irán - no porque una bomba atómica iraní, aunque tuvieran la capacidad de construirla, represente una "amenaza existencial" para Israel, (ningún observador informado cree eso), sino porque un Irán nuclear obstaculizaría la capacidad de un Israel nuclear de hacer militarmente lo que quiere en la región.
Israel tiene un largo historial de afectar las relaciones entre los EE.UU. e Irán. En la década de 1980, cuando el fervor revolucionario estaba aún alto en Irán y cuando las posiciones oficial y popular eran fuertemente anti-estadounidenses, Israel veía a Irak como "amenaza existencial" y a Irán como el enemigo de su enemigo; por lo que indujo a los Estados Unidos a tomar medidas más amigables de lo que debería hacia Irán – las extrañas aventuras Irán-Contra de Reagan son el ejemplo más conocido y más notorio de ello.
Fue sólo después de la guerra de 1991 de Bush contra Irak, y después de la caída de la Unión Soviética, que Israel decidió que Irán era su enemigo primordial. Hasta entonces, la principal preocupación del lobby pro israelí en los EE.UU. era asegurarse de que los EE.UU. ayudaríçan a Israel a sofocar el movimiento nacional palestino. Esa misión tuvo tanto éxito hasta ahora, que la propia AIPAC parece haber volteado la página. Irán, el mejor amigo de Israel hasta hace no mucho tiempo en Medio Oriente, es ahora el principal objetivo de sus maquinaciones.
Después de haber caído en acto reflejo al modo anti-iraní hace dos décadas, la clase política estadounidense, influenciada más que nunca por el lobby pro israelí, ahora está alentando la animosidad anti-iraní. Como sucede tan a menudo cuando Israel está involucrado, la cola menea al perro.
Huelga decir que al lobby pro israelí no le costó mucho convencernos a los estadounidenses. La enemistad hacia Irán ha sido un factor en la política estadounidense al menos desde la crisis de los rehenes que derribó la presidencia de Jimmy Carter. Pero no cabe duda de que las relaciones estadounidense-iraníes no estarían en el estado lamentable en el que se encuentran si no fuera por la AIPAC y la influencia que ejercen sus organizaciones hermanas en nuestra vida política.
Aun así, una guerra contra Irán, que sería tan devastadora para las perspectivas electorales de Obama como para el resto del mundo, probablemente puede evitarse, al menos por ahora. Pero las otras guerras de Obama son las que podrían convertirse en su pesadilla.
Las guerras en Irak y Afganistán ya estaban perdidas antes de que Obama asumiera el mando. Su papel, al igual que el de Nixon en Vietnam, ha sido la de asegurarse de que el imperio no pase más vergüenzas. De igual modo que Obama tiene suerte de tener a Romney por oponente, también ha tenido suerte, hasta ahora, en sus esfuerzos para evitar el espectáculo de puentes aéreos en helicóptero desde el techo de la embajada. Para ello, debe agradecer (por ahora) a las complejas vicisitudes de la política iraquí.
Pero el hecho es que los EE.UU. perdieron la guerra de Irak y que, al hacerlo, no sólo devastaron el país y a su gente, sino también destrozaron el tejido político del estado iraquí. A la larga, esto le saldrá caro al país del norte. Pero no por ahora y, probablemente, no antes de noviembre, no si la suerte de Obama se mantiene.
Afganistán es otra historia. Esa causa estaba perdida antes de que Obama asumiera el cargo; y el nombramiento de una comisión o dos para cubrirse, le hubiera permitido dejar que la guerra se acabara por sí misma y traer las tropas a casa. Pero el presidente estaba demasiado ansioso por establecer su propia credibilidad como un promotor efectivo de los intereses militares del imperio como para permitir que eso sucediera, especialmente no una guerra que, a su propio entender, era "estúpida". Si a ello hay que añadir su obsesión con los aviones de ataque no tripulados, las operaciones especiales y el 'estamos donde estamos'.
Sin idea de lo que involucra una guerra en Afganistán y, para todo efecto práctico, sin noción del hecho de que tanto los británicos como los rusos habían sido derrotados allí, Obama fue víctima de "expertos" de inteligencia negligentes y de generales cuya única intención era tener éxito allí donde sus predecesores habían fracasado en Vietnam. Por esta razón, y bajo el comando de Obama, la "contrainsurgencia" volvió a ser la ruina del imperio.
Lamentablemente, sin embargo, en esta ocasión parece que no habrá una contraparte al "síndrome de Vietnam" que, por un breve período, salvó a los Estados Unidos y al mundo de un gran daño. Si existe una manera de salir de Afganistán sin hacer el ridículo, debemos estar seguros de que Obama la encontrará.
Pero, como ya es evidente, en el intento, el propio Obama se ha convertido en el rehén de sus soldados "desbocados", autores de asesinatos insensatos y caos. Era inevitable. Si no, ¿cómo podrían todos los reclutas económicos que conforman el vasto ejército de ocupación mantener el suficiente orden para ganar "los corazones y las mentes" de las personas que debían mantener en raya? Basta enviarlos varias veces y durante largos períodos de tiempo a situaciones en las que son tanto víctimas como perpetradores de atrocidades brutales y será imposible suprimir las consecuencias.
Hoy en día, hasta Newt Gingrich cree que ya basta, y Santorum parece estar de acuerdo; y a donde van esos dos, Romney sigue. De entre los cuatro, Obama, el premio Nobel, es el que mantiene la línea más dura.
Esto es irónico, pero también es de esperarse de un presidente que se toma en serio el papel de "administrador del imperio." Siendo un líder astuto, es posible que encuentre una manera de hacer lo que le exigen el interés propio y la moral. Un líder más valiente también lo haría. Pero, desde el primer día, Obama ha demostrado ser inepto en el gobierno y tan desalmado como el que más. Por lo que lo único que le queda por hacer es esperar que, tanto en Afganistán como en Irak, su suerte continúe.
En cuanto a sus otras guerras, las que el mundo apenas conoce, ya que se libran sólo a prerrogativa del comandante en jefe con aviones no tripulados y fuerzas de operaciones especiales, y sin botas en el terreno que puedan suscitar la oposición en el país, el tiempo tiene la última palabra. Algunos de esos "errores" conspicuos también podrían quitarle el sueño.
Sin embargo, lo más probable es que las guerras de Obama no tendrán un impacto en las elecciones, y que los anticuerpos de Romney ganarán la elección para los demócratas. Sin embargo, esto está lejos de estar zanjado. En la guerra, más que en casi cualquier otra actividad humana, los acontecimientos consiguen fácilmente escaparse de las manos y salirse de control. Si Obama pierde esta vez, lo más probable es que sea por eso.
Andrew Levine es profesor en el Instituto de Estudios Políticos, y autor del libro The American Ideology (Routledge) y Political Key Words (Blackwell), así como de muchos otros libros y artículos sobre filosofía política. Su libro más reciente es In Bad Faith: What's Wrong With the Opium of the People. Fue profesor (filosofía) de la Universidad de Wisconsin-Madison y Profesor de Investigación (filosofía) de la Universidad de Maryland - College Park. Asimismo colabora con Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion, de próxima publicación por AK Press.
Nota do Blog: Agradeço ao Dr. Herlon Almeida pelo envio da imagem acima.
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