Propaganda Soviética de 1918 |
Daniel Raventós · · · · ·
Sin Permiso
Métete esto en la cabeza de una puta vez: tú no piensas, solo obedeces; tú no actúas, solo ejecutas; tú no decides, solo cumples; tú vas a ser mi mano en el cuello de este hijo de puta, y mi voz va a ser la del camarada Stalin, y Stalin piensa por todos nosotros… (p. 341)
Él ve a Rakovsky, hermano querido, quien, principesco, había ofrecido al movimiento revolucionario su enorme fortuna. Ve a Smirnov, brillante y alegre; a Murálov, el general de enormes mostachos, héroe del Ejército Rojo… Ve a sus hijos Nina, Zina, Liova, a sus queridos Blumkin, Yoffe, Tujachevsky, Andreu Nin, Klement, Wolf. Todos muertos. Todos. L.D. está solo… (p. 361)
Las profecías de Trostky acabaron cumpliéndose y la fábula futurista e imaginativa de Orwell en 1984 terminó convirtiéndose en una novela descarnadamente realista. Y nosotros sin saber nada… ¿O es que no queríamos saber? (p. 488)
Los protagonistas principales de El hombre que amaba a los perros son el dirigente de la revolución rusa León Trotski y el sicario estalinista Ramón Mercader, nacido en Barcelona y militante del PSUC. Ramón Mercader, por orden de Stalin, asesinó a Trotski en la calle Viena del barrio de Coyoacán en Ciudad de México el 21 de agosto de 1940, pronto hará 70 años. Otros personajes importantes en el libro, además de la compañera del exilado, Natalia Sedova, son la madre del sicario, Caridad Mercader, y su amante, un altísimo cargo de los servicios secretos estalinistas, Nahum Eitingon, que elige a un Ramón Mercader muy joven para convertirlo en un asesino al servicio de Stalin. En la novela no sale en ningún momento el verdadero nombre de Eitingon y sí muchos de los falsos que utilizó: Kotov y Tom, entre otros.
Para escribir este libro Leonardo Padura ha afirmado que se documentó a fondo durante cinco años. Y el resultado es muy serio. En realidad, en El hombre que amaba a los perros hay tres novelas. Una está dedicada a los últimos años de la vida del revolucionario Lev Davidovich Bronstein (que ya de muy joven tomó el seudónimo de Trotski de un vigilante en jefe de una prisión zarista en la que estuvo preso en los inicios de su actividad política) desde su deportación a Alma Atá hasta su asesinato. Se trata de un período de 12 años, 1928-1940. La segunda y más larga, cuenta la vida de Ramón Mercader desde que tenía 22 años (nació en 1914) cuando es reclutado por Eitingon ("Kotov") cuando ya Stalin había decidido acabar con la vida del creador del Ejército Rojo, hasta su muerte. Esta parte abarca de 1936 a 1978. Y la tercera, que tiene como principal protagonista a Iván, un escritor cubano fracasado, es una parte que se desarrolla en La Habana y que sirve para enlazar, con mayor o menor fortuna, las dos anteriores. Es la parte, con mucho, menos conseguida.
La historia es conocida. La guerra civil del acabado de nacer país de los soviets contra las fuerzas blancas monárquicas en coalición con los países más poderosos del momento –que incluye el Reino Unido, Japón, Alemania, Francia, EEUU− ha concluido. Decenas de miles de cuadros y militantes comunistas han quedado en el campo de batalla o muertos por las enfermedades que asolan el territorio soviético. Las tierras de la revolución sufren hambre. Lenin muere el 21 de enero de 1924 impedido físicamente ya desde algunos meses atrás de poder trabajar. Quiere llevar la batalla para apartar a Stalin de la secretaría general como deja expresado en uno de sus últimos documentos escritos, pero muere antes de poder hacerlo. Crece una burocracia privilegiada que elimina en pocos años el menor vestigio de democracia soviética y de cualquier otro tipo. Stalin, buen canalizador y muñidor de los intereses de esta floreciente nueva capa social, se erige como amo absoluto del PCUS y de toda la URSS. Dos datos sobre la burocracia cada vez más privilegiada que crece sin freno y que es la principal base social que explica el triunfo de Stalin. El primero: en 1923 el partido bolchevique tiene 370.000 afiliados de los cuales solamente 35.000 son obreros, las dos terceras partes de la afiliación son asalariados del partido, el ejército (aunque Trotski es el jefe formal del mismo y goza de gran prestigio entre los veteranos de la guerra civil, Stalin ya ha colocado a sus fieles en los puestos clave para minar su autoridad), los sindicatos, los organismos estatales… El segundo: ya a finales de 1926, un militante a sueldo del partido del nivel más bajo gana entre 5 y 6 veces más que el salario medio obrero. Pero en 1927 ni aún el propio Stalin se atreve a asesinar a Trotski pues solamente han pasado 10 años de la revolución rusa y el papel protagonista en la misma del excomisario de la guerra está todavía demasiado presente entre la población de la URSS, los cuadros del partido y el movimiento comunista internacional (Trotski había sido junto con Lenin el dirigente más conocido doméstica e internacionalmente durante los primeros años de la Tercera Internacional; en todo el mundo el partido bolchevique es conocido aún por el partido de Lenin y Trotski). Con los preparativos de la Segunda Guerra Mundial, estos reparos ya no existen y el todopoderoso secretario general decide hacer los preparativos para asesinarlo. Trotski puede ser un auténtico problema cuando se inicie la guerra… o cuando acabe (1). Ramón Mercader representa una de las líneas posibles para liquidar al exilado, puesto que los servicios secretos preparan diferentes planes de asesinato y completamente independientes entre sí. Para convertirlo en posible asesino de Trotski, Ramón Mercader es enviado a la URSS y entrenado para tal fin siempre bien vigilado por el hombre al que Stalin le dio la orden directamente, Nahum Eitingon, omnipresente en la novela de Padura. Posteriormente, el esbirro se traslada a París y en 1938 conoce –en realidad, también el encuentro está preparado por la NKVD, las siglas en ruso del comisariado de asuntos internos, la sucesora de la GPU– a la estadounidense Sylvia Ageloff, una partidaria de Trotski (2), con la que logrará intimar y tener una relación supuestamente amorosa. Así va introduciéndose en el círculo más reservado del exilado hasta que puede lograr una cita para permanecer a solas con él en la habitación en donde acostumbraba a trabajar el revolucionario. Como es conocido, Mercader, entonces camuflado con el falso nombre de Jacques Mornard y representando el papel de un apolítico hombre de negocios belga, le atizó un mortífero golpe en la cabeza con un piolet, esta pieza imprescindible para toda persona que practique la alta montaña. No le produjo instantáneamente la muerte, pero sí unas horas después.
Esta rápida enumeración de algunos de los hechos más importantes que novela Padura en El hombre que amaba a los perros está bien desarrollada, pero con una tersura un tanto desigual.
Me parecen especialmente sobresaliente los fragmentos del libro que desarrollan los episodios sobre la transformación en algún edificio de la NKVD en la URSS del joven Ramón Mercader en Jacques Mornard (el frío asesinato de un pobre vagabundo acusado de "perro trotskista" es memorable); la forma de describir lo que realmente preocupaba a la burocracia estalinista del alzamiento fascista contra la II República española: que no pudiera convertirse en una revolución (3); la conversión de los partidos comunistas en simples peones de la diplomacia de la URSS, siendo uno de los campeones de ello el PCE con su servilismo (Dolores Ibárruri queda retratada en algunas páginas dedicadas a la guerra civil y al posterior regreso del asesino de Trotski a la URSS) a los dictados de Stalin y sus recaderos; los momentos en que se cuenta el secuestro del dirigente catalán del POUM Andreu Nin y el criminal montaje para el exterminio de este partido; el modo de describir el cinismo de tantos dirigentes de la época de Stalin, ejemplarizados en la novela por el implacable Nahum Eitingon (4); la dedicación próvida de algunos secretarios de Trotski, entre ellos el que lo fue de 1932 a 1939, Jean Van Heijenoort, posteriormente un destacadísimo lógico matemático que enseñó en las universidades de Columbia y Stanford; el drama increíble que supuso para Trotski tener que sobrevivir a la muerte de sus 4 hijos: Nina y Zinaida, las hijas también de Aleksandra Sokolovskaya, y los dos varones que tuvo con Natalia Sedova (el mayor, Liova, asesinado en París por un agente de Stalin infiltrado en los círculos trotskistas y que se había ganado la confianza de la propia víctima, era la mano derecha política de su padre; el menor, Serguei, no interesado en la política, murió (5) en uno de los escalofriantes campos de trabajo forzado de la URSS); las caracterizaciones de dos pintores mexicanos: la del cobarde Siqueiros y la del inconsistente y poco fiable Diego Rivera; la descripción de los momentos en que todo el mundo se convirtió en un "planeta sin visado", en que derechistas, socialdemócratas (fabulosas las páginas dedicadas al tornadizo Trygve Lie cuando Trotski está semipreso en Noruega en 1936, entonces jefe de los socialdemócratas noruegos y después secretario general de la ONU entre 1946 y 1952), fascistas, monárquicos y, por supuesto, estalinistas, se vengan del que ven como odioso causante del triunfo revolucionario en 1917, hasta que Lázaro Cárdenas lo acoge en México; el ambiente claustrofóbico en la fortaleza de Coyoacán, y los momentos del asesinato, con el drama político objetivo que supone el hecho de que Trotski (que no perdió la conciencia hasta horas después del golpe asestado por el sicario barcelonés de Stalin) exhorte a sus guardias que han venido a socorrerlo para que averigüen a quién sirve el asesino, si a la Gestapo o a la NKVD (6). En todo caso, Trotski ya sabía que su fin era cuestión de poco tiempo y lo dejó más de una vez escrito, convencimiento que también está muy correctamente desarrollado en El hombre que amaba a los perros.
Pero quizás uno de los momentos de la novela que resulta especialmente imponente por su gran significado político y por la forma en que está contado es al que voy a dedicarle algunas líneas a continuación.
Se trata de un episodio bien conocido por los historiadores y biógrafos de Trotski. El protagonista es Nikolai Bujarin, uno de los más brillantes dirigentes bolcheviques, elegido en 1926 secretario general de la Tercera Internacional y sombra tenue de lo que fue cuando se convierte en aliado, y después víctima, de Stalin. Estamos a comienzos de 1936 y en Noruega, Trotski recibe una carta de un viejo adversario Fiódor Dan, un menchevique exiliado en París con el que había tenido grandes enfrentamientos durante los días que van de la revolución de Febrero a la de Octubre de 1917. Dan le expresa su extrañeza de que Bujarin haya sido enviado a Europa para comprar documentos con destino al Instituto Marx-Engels-Lenin. El menchevique enunciaba su asombro por el hecho de que Stalin hubiera elegido a Bujarin para este menester. Estupefacción que se acrecentó cuando también fue enviada pocos días después a París Anna Larina, la esposa de Bujarin. ¿Estaba Stalin invitando a Bujarin a desertar? Pocos días después, Bujarin recibe la orden escrita de Stalin de regresar a Moscú. Sabe que regresar equivale a morir en más o menos poco tiempo (efectivamente, Bujarin fue condenado y ejecutado tan solo dos años después, en marzo de 1938, en uno de los depravados procesos de Moscú). Conocidos y exilados le sugieren que si se queda en Europa podría convertirse en un segundo Trotski y liderar juntos una oposición con mayores oportunidades de desbancar a Stalin. Pero Bujarin prepara el regreso a Moscú, sigue contando Dan en la carta. Entonces le preguntan que cómo es posible que después de haber luchado contra el temible zarismo, se encaminase ahora como un cordero mansamente al degüello. La respuesta de Bujarin es terrible: "vuelvo por miedo". Bujarin se sinceró: él no estaba hecho de la misma madera que Trotski y "eso Stalin lo sabía y, sobre todo, lo sabía él mismo". Idea que, con otras palabras, expresa en su propio proceso cuando declara: "Hay que ser Trotski para no deponer las armas". "Vuelvo por miedo" Bujarin lo razona, en la carta de Dan, con estas escalofriantes palabras: "Sé que tarde o temprano Stalin va a acabar conmigo; quizás me mate, quizás no. Pero voy a regresar para aferrarme a la posibilidad de que no crea necesario matarme. Prefiero vivir con esa esperanza que con el miedo constante de saber que estoy condenado." Para Trotski esta revelación fue la certeza de que Stalin ya no quería dejar ningún superviviente entre los dirigentes de la revolución, por útiles que le hubieran sido en algún momento, como fue el caso de Bujarin entre tantos otros. Efectivamente, el ¡90 por ciento! del mítico Comité Central bolchevique que protagonizó la revolución de 1917 fue exterminado físicamente por Stalin.
El conde Czernin, representante austríaco en las negociaciones de Brest-Litovsk en 1918, harto de la inteligencia e inflexibilidad de Trotski como comisario del pueblo de asuntos exteriores y jefe de la delegación soviética, expresó más de una vez su deseo ardiente de que apareciera una Charlotte Corday que eliminara al jefe revolucionario. Stalin hizo realidad con Ramón Mercader el sueño del reaccionario conde aunque éste ya no estuviera vivo para poderlo disfrutar.
El libro del novelista cubano aún no se ha publicado en Cuba. Está previsto que circule en aquel país en breve. Padura no está muy seguro de cuáles puedan ser las reacciones. Ramón Mercader, el hombre que según Leonardo Padura "amaba a los perros" especialmente a la raza de los borzoi, murió el 18 de octubre de 1978 en La Habana, después de haber pasado 20 años en las cárceles mexicanas y de haber recibido, en 1961 al regresar a Moscú, la medalla de mayor distinción en la URSS desde 1934 a 1991: la estrella de Héroe de la Unión Soviética.
Notas: (1) Un año antes del asesinato de Trotski, el 25 de agosto de 1939, el embajador francés en Berlín, Robert Coulondre, intenta disuadir a Hitler de que no invada Polonia. La guerra, como lo fue la de 1914, puede ser el preámbulo de la revolución y ello encoge algunos espíritus. La forma de expresarlo del embajador francés ante Hitler es: "Temo que al término de una guerra no haya más que un vencedor: el señor Trotski." (2) Increíblemente representada por Romy Schneider en la nada afortunada película de Joseph Losey El asesinato de Trotski (1972), en donde el papel de Trotski lo desempeña Richard Burton. Romy Schneider era una actriz sumamente guapa, Sylvia Ageloff era una mujer muy poco agraciada. Ramón Mercader, quizás adecuadamente representado por Alain Delon en la película mencionada, era un hombre físicamente atractivo. Mercader siempre que tuvo que carearse, después del asesinato, con Ageloff debió soportar que ésta invariablemente le escupiese en la cara para mostrarle el desprecio que le producía por la sucia y bellaca manipulación de la que había sido objeto. (3) El 20 de marzo de 1937 Stalin escribe a Rafael Alberti y María Teresa León: "Hay que decir al pueblo y al mundo entero que el pueblo español no está en condiciones de realizar la revolución proletaria" (citado por Jean-Jacques Marie en Trotski, FCE, 2009). (4) Que, como tantos otros estalinistas, también sufrió tortura y cárcel en la URSS, pero la muerte de Stalin en 1953 motivó su excarcelación. Vivió hasta 1981. Una genial y estremecedora descripción del terror estalinista que no solamente afectaba a auténticos trotskistas sino a estalinistas de más o menos luces, escrita por alguien que lo sufrió también directamente, es El caso Tuláyev de Víctor Serge (Alfaguara, 2007). (5) Padura menciona en varias ocasiones el recuerdo que tuvo Trotski, a medida que iban muriendo sus hijos, sus familiares más cercanos, sus colaboradores y miles de partidarios reales o imaginados por Stalin, de las palabras que el veterano bolchevique Georgy Piatakov lanzó, después de una sesión del Politburó del 18 de octubre de 1926: "¿Por qué Lev Davidovich ha dicho eso? Stalin no se lo perdonará ni a sus bisnietos". Piatakov se refería a las premonitorias palabras de Trotski en dicha sesión del Politburó en donde había acusado a Stalin de "sepulturero de la revolución". (6) El judío Trotski fue calumniado ininterrumpidamente por todo el poderoso aparato estalinista de ser agente al servicio de Hitler… hasta que se selló el pacto Molotov-Ribbentrop el 23 de agosto de 1939. Entonces las calumnias tuvieron que reencauzarse.
Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de SINPERMISO y presidente de la Red Renta Básica. Su último libro es Las condiciones materiales de la libertad (Ed. El Viejo Topo, 2007).
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