quinta-feira, 4 de novembro de 2010

TEA PARTY: O PERIGO QUE VEM DO NORTE

Oil on Canvas - Mark Bryan

El Tea Party irrumpe en los salones del poder de Washington

Nada detestan tanto los militantes del Tea Party, el movimiento populista y conservador que en el último año ha insuflado energía e ideología en el Partido Republicano, que Washington. La capital federal como metáfora del poder central, de la clase política, de la burocracia que supuestamente frena los impulsos libres del pueblo americano.

Tras las elecciones del martes, el movimiento irrumpe con estrépito en los salones de Washington, donde su influencia parece tan grande como los peligros que el choque con la realidad del día a día del proceso legislativo entraña para su pervivencia.

La victoria del Tea Party tiene dos nombres. Marco Rubio, 39 años e hijo de exiliados cubanos, no es estrictamente un militante del Tea Party, sino un joven valor del Partido Republicano en Florida que consiguió desbancar al establishment de su estado con el apoyo del movimiento populista y un mensaje adecuado a sus ideas de conservadurismo fiscal.

A partir de enero, cuando se constituya el nuevo Congreso, Rubio será el nuevo senador por Florida. Ya es más que eso: la estrella emergente del conservadurismo estadounidense, en la que algunos ven el Obama hispano, y otros incluso a un Reagan futuro.

En cuanto a personalidad e ideología, el otro vencedor del Tea Party está en las antípodas de Rubio. El oftalmólogo Rand Paul, de 47 años y nuevo senador por Kentucky, viene de la tradición liberataria, una especie de anarquismo de derechas que no sólo reniega del intervencionismo estatal en cuestiones económicas sino también militares.

Los libertarios quieren reducir el volumen del Pentágono, y promueven el aislacionismo. El padre de Paul, Ron Paul, fue candidato a las primarias republicanas en 2008 con un programa antibelicista y con la propuesta de abolir la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos.

Heterogéneo, sin líderes y con contornos ideológicos difusos, el martes el Tea Party también encajó derrotas. En Delaware, la candidata republicana al Senado Christine O'Donnell perdió un escaño que los republicanos difícilmente habrían perdido con el candidato de establishment, Mike Castle, derrotado en las primarias por O'Donnell, a quien los votantes juzgaron poco preparada, excesivamente extremista.

En Nevada, Sharron Angle, otra candidata del Tea Party –y, como O'Donnell, respaldada por Sarah Palin, la musa del movimiento– perdió ante el veterano demócrata Harry Reid.

La primera constatación tras las legislativas: el Tea Party, que nació en el invierno de 2009 como reacción a las políticas de gasto público del presidente Barack Obama, no es un fenómeno efímero. No fue sólo una erupción causada por la llegada de un demócrata a la Casa Blanca, ni –como sostienen sus críticos– por la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca.

El Tea Party recoge inquietudes profundas de una parte de la población –sobre el papel del Estado en la economía, sobre la identidad estadounidense, sobre las incertidumbre económicas– y retoma una tradición arraigada en EE.UU. de rechazo a las elites políticas e intelectuales.

Segunda constatación: en un ambiente de crisis y desencanto con Obama, el Tea Party ha pulsado las teclas adecuadas del descontento. El martes, cuatro de cada diez votantes expresaban simpatías por el movimiento, según los sondeos a pie de urna.

Y tercera constatación: el Tea Party ha definido el terreno de debate, ha obligado a los republicanos a asumir un programa de austeridad fiscal, y ha expulsado de la vida política a los conservadores pactistas o moderados.

"El Tea Party ha tenido un impacto impresionante no sólo en los resultados en los temas que han importado en esta elecciones", dijo ayer Matt Kibbe, presidente de FreedomWorks, uno de los nervios organizativos del Tea Party fundado por ex líder republicano Dick Armey.

"Impuestos más bajos. Menos Estado. Más libertad", reza el lema de FreedomWorks, que desde Washington y con financiación millonaria de donantes conservadores y libertarios, ha estructurado a miles de voluntario.

Kibbe destacó que incluso candidatos demócratas victoriosos, como el gobernador de Virginia Occidental Joe Manchin, que se hizo con un escaño en el Senado, vencieron con el mensaje de responsabilidad fiscal y gobierno limitado del Tea Party.

"Son buena gente, están muy enfadados, y tienen derecho a hacer lo que hacen", decía el demócrata Manchin durante la campaña electoral, en alusión al Tea Party. Manchin hizo campaña en contra del presidente y sus políticas medioambientales.

Las derrotas de candidatos del Tea Party en Delaware, Nevada, Wisconsin o Colorado envía un mensaje preocupante para los republicanos. Si el Tea Party impone a algunos de sus candidatos más radicales y puristas, el elector moderado puede asustarse y los republicanos acabar regalando la victoria a los demócratas.

El martes sucedió en Delaware y quizá en otros estados que –a falta de los resultados definitivos– pueden haber impedido al Partido Republicano alcanzar la mayoría en el Senado. El temor es que la ola populista lleve a los republicanos a elegir a un candidato del Tea Party para las presidenciales de 2012 –¿Sarah Palin?– y que éste, demasiado radical para el votante medio, acabe derrotado ante Barack Obama.

"Creo que la lección es que hay que elegir a los mejores candidatos posibles", admitió Kibbe. "Hemos transformado el paisaje –precisó–. No hemos logrado que salga elegido el 100% de candidatos pero nos hemos acercado".

En Washington las cosas no resultarán sencillas para los novatos del Tea Party. El establishment conservador ha señalado que desparueba sus excesos y, pese a que el Partido Republicano ha ganado con un programa inspirado en los populistas, ahora puede intentar neutralizarlos.

Aesto se añaden las posibles divisiones. El Tea Party no es un grupo formal, y en él caben figuras tan dispares como Marco Rubio y Rand Paul. Partidarios de una defensa robusta y partidarios de adelgazar el presupuesto de Defensa. Miembros de la derecha religiosa y fundamentalistas del libre mercado. Políticos antiinmigración y defensores a las fronteras abiertas. Los conservadores regresan al poder, pero aún están lejos de articular un mensaje que seduzca a la mayoría de estadounidenses en 2012.

La Vanguardia

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