sábado, 30 de agosto de 2008

El conflicto que salió de las aulas y ganó la calle


Los alumnos tomaron 14 colegios y se movilizaron con los docentes al Ministerio de Educación. Narodowski fue interpelado en la Legislatura, donde afirmó que no se darán apoyos escolares “si los padres son propietarios”.

“Ni siquiera saben escribir bien.” Esta frase no la dijo el ministro de Educación porteño, Mariano Narodowski, sino Fátima S.: una de las 30 mil alumnas que en lo que va de este año –y mediante un comunicado de sintaxis extraña– se enteró de que dejaba de percibir la beca que el gobierno de la Ciudad otorga a los sectores estudiantiles con menos recursos. Fátima es abanderada del colegio Nicolás Avellaneda y es la punta paradójica, casi pintoresca, de un iceberg que toma dimensiones cada día más brutales: ayer, los alumnos de 14 colegios dependientes del gobierno porteño marcharon hacia el Ministerio de Educación pidiendo el reintegro de las ayudas económicas, y aseguraron que hoy decidirán cómo continuar el plan de lucha.

Ayer la calle estuvo caliente, pero en la Legislatura la temperatura subió todavía más: mientras padres y alumnos de la Escuela Superior Mariano Acosta le gritaban “mentiroso”, el ministro Mariano Narodowski ratificó la quita de los beneficios estudiantiles en favor de una “mejor redistribución del presupuesto”, y agregó que el gobierno de Mauricio Macri había decidido negar las becas a aquellos chicos cuyos “padres sean propietarios de sus casas”.

Con esta última declaración –que Narodowski negó en diálogo con Crítica de la Argentina–, el oficialismo terminó de sellar el que probablemente es el mayor desencuentro en tiempos democráticos entre el gobierno de la Ciudad y las escuelas que de él dependen. La polémica de las becas enfrentó al ministro ya no sólo con los alumnos porteños, sino con buena parte de la comunidad educativa. “No celebro la toma de un colegio, pero sí estoy convencida de que hay que revisar urgentemente el tema de las becas –opina Silvina Gvirtz, investigadora del Conicet y directora de la maestría de la Universidad de San Andrés–. Si tomás semejante medida, estás obligado a hacer un estudio caso por caso y explicar por qué quitás cada beneficio. Hay que presumir la inocencia de las personas. Pero al retirar 30 mil becas, estás presumiendo la culpabilidad de todas”.

Según datos de la Defensoría del Pueblo, el 31% de las solicitudes rechazadas por el Gobierno de la Ciudad corresponde a alumnos que declararon ingresos en sus hogares menores a 750 pesos. Estos números –tal como denunció este diario el pasado 15 de agosto– incluyen a la mayor parte de los estudiantes de las ocho Escuelas de Reingreso de la ciudad, donde cursan jóvenes embarazadas y en situación de vulnerabilidad. A esto se suma una segunda polémica: una resolución del Boletín Oficial publicada en julio notifica que hay cerca de 10 mil becas que aún no fueron otorgadas. Por todo esto, los integrantes de la Comisión de Educación de la Legislatura interpelaron ayer al ministro Narodowski, y repitieron un pedido para un nuevo encuentro el próximo lunes.

Entre tanto, la Coordinadora de Estudiantes Secundarios está decidiendo si seguirá con las tomas. “Creo que este recurso que usan los estudiantes es una manifestación más de un proceso de desinstitucionalización que hay en la Argentina –opina Guillermina Tiramonti, directora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales–. No justifico las tomas, pero las ubico en contexto: a nivel social también se aplican los recursos de protesta extremos. En este país los temas que deben discutirse en el seno de las instituciones, empiezan a discutirse mediante manifestaciones de fuerza. Y en las manifestaciones de fuerza hay medición de fuerza, no argumentos”.

EN LA CALLE. Con dientes metálicos, mochilas pintadas, pancartas –“La ciudad trabaja y Macri se rasca el culo”, decía una– y hasta bolsas de dormir colgando del morral, una multitud de estudiantes caminó por Avenida de Mayo en la tarde de ayer. Si bien la inmensa mayoría eran alumnos, también había padres y docentes. “Los chicos están orgullosos de la escuela, están acá defendiendo sus derechos –aseguró Enrique Vázquez, 50 años, profesor de Historia del Colegio Nicolás Avellaneda: la única institución que hizo una maratón de 24 horas de clases (ver recuadro)–. Los chicos tienen una actitud madura, responsable y reflexiva. Lástima que las autoridades no lo ven”.

Gracias a las becas por las que reclaman los alumnos, Mariela, 16 años, cinco hermanos, alumna del colegio Mariano Moreno, hasta el 2007 podía comprarse los libros de estudio. “Con el dinero compré útiles, viajé en colectivo, saqué fotocopias y pude tener libros –explicó a Crítica de la Argentina–. No me alcanzó para mucho, pero este año no me la dieron y fue difícil conseguir los libros. Tuve que usar carpetas y útiles del año pasado, pero hubo gastos que dejé de lado. No voy a dejar de estudiar, porque quiero terminar el secundario, pero sin la beca es difícil ir a la escuela”.

Las becas, en rigor, no fueron el único reclamo de los alumnos durante la marcha del viernes. También pidieron salarios dignos para los docentes (Mauricio Macri aseguró ayer que son los mejores pagos del país, pero los números lo contradicen; boleto estudiantil a 5 centavos hasta 5º año, reparaciones edilicias y la anulación de una medida reciente que es, probablemente, la segunda decisión más antipopular del Gobierno: pedir una lista con los alumnos que toman las escuelas. “Este pedido de listas me parece definitivamente mal –opina Inés Dussel, investigadora en Educación de FLACSO–. Habría que preguntar qué pasa con los mecanismos de expresión de estos estudiantes y por qué la toma, en vez de ser una de las últimas medidas, es la primera”. Para Dussel, una respuesta probable es que en la Argentina se radicalizaron las protestas sociales. Y la escuela pública, más por suerte que por desgracia, sigue siendo parte del país.

En el Avellaneda, toma con clases

“La educación se defiende con educación”, fue el slogan de los alumnos del colegio Nicolás Avellaneda de Palermo, el único de los catorce en conflicto que resolvió, en una multitudinaria asamblea de alumnos, hacer una toma con clases. “Es para que no digan que somos unos pendejos que usamos lo de las becas para no tener clases”, sostuvieron. El resultado fue una maratón de 24 horas de clases: una especie de paro a la japonesa desde las 7.45 del miércoles a las 7.45 del jueves. Un profesor contó que se organizaron para dar clases de acuerdo con las posibilidades de cada uno. “No le queríamos hacer el juego al Gobierno de dejar a los chicos sin clases, entonces decidimos que no tenían que quedarse solos”.

TEXTOS Y PRODUCCIÓN: JOSEFINA LICITRA, TAMARA SMERLING Y CANDELARIA SCHAMUN

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